“Razones objetivas”

– Tengan fe, amigas y amigos consumidores. A la salida de la última reunión del pomposamente denominado Observatorio de la cadena alimentaria, el ministro español de las cosas de comer, Luis Planas, aseguró que tenía el pálpito de que los precios estaban a punto de parar su loca escalada. “Tenemos razones para pensar que el IPC de los alimentos ha tocado techo”. Le faltó añadir que lo había leído en los posos del café o en las entrañas de una gallina, pero como eso habría sido demasiado cantoso, el tipo quiso vestirlo de información de primera mano y aseguró disponer de “razones objetivas para que los alimentos bajen de precio y se produzca un cambio de tendencia”. Y con la carrerilla tomada, aseguró que había obtenido el compromiso de sus interlocutores en la mesa de la nada —productores y grandes empresas de distribución— de, ya si eso, trasladar las hipotéticas bajadas de la inflación a los productos de los lineales. Una tomadura de pelo como un templo: aunque frene la inflación, los precios no volverán a bajar. Démonos con un canto en los dientes si dejan de subir.

Recochineo

– “Estaremos vigilantes de que así sea”, se engalló el tal Planas, como si nuestros bolsillos no hubieran registrado dolorosas pruebas contantes y sonantes de la mierda pinchada en un palo que es la vigilancia a quienes tienen la sartén por el mango. Parecía que el fulano no podía hacer más méritos para tener su propia entrada en la antología de la indecencia, pero unas horas después, se superó. Entrevistado (solícitamente) en el canal televisivo público español, el ministro tuvo el cuajo de echar la pelota al tejado de los sufridos paganini, es decir, usted y yo. “El mejor instrumento que tiene un ciudadano o un usuario si no está de acuerdo con los precios es irse al supermercado de al lado que probablemente lo ofertará en un precio inferior”, insultó procazmente el ministro a los que, encima, le pagamos el sueldo, las dietazas y el coche oficial.

No hace la compra

– En esa última frase demostró que no ha hecho la compra en su puñetera vida (otro como Calviño), que es un desahogado y, de propina, que no tiene ni pajolera idea de cómo funciona el mercado. Se lo explico con un ejemplo de un producto que, no siendo de primera necesidad, sirve para explicar el mecanismo del sonajero. Hace un año, un bote de 200 gramos de Nescafé soluble costaba 5,25 euros. Hoy está a 6,65. Y eso pasa en Mercadona, Eroski, Aldi, Lidl o Dia. No hay “supermercado de al lado” que valga. Son las grandes multinacionales (Unilever, Nestlé, P&G, Pepsico…) las que marcan el son. l