Vaya por delante que la idea de este reportaje no es nuestra, sino que está tomada de un memorable monólogo de Andreu Buenafuente (si sus derechos los gestiona la SGAE, vamos a tener un problema) que intenta, sin éxito, responder a esta pregunta: ¿por qué los trofeos que se entregan a los ganadores en las competiciones deportivas son algunas veces (otras no) tan feos, tan extraños o tan incoherentes?
La evolución de los trofeos deportivos a lo largo de la historia está por hacer (y si está hecha, aún no la han colgado en Internet), por lo que no sabemos precisar por qué la copa y la medalla son las distinciones por antonomasia en el deporte.
La copa tiene unas claras connotaciones alcohólicas, a menudo reforzadas con la costumbre de abrir una botella (lo más grande posible) de champán (que ésta sea la bebida asociada tanto al éxito como al glamour es sin duda una doble hazaña de sus responsables de marketing). Eso sí, la botella de marras se abre menos para beber que para regar a todo el que se ponga a tiro.
Y respecto a lo de dar medallas, explica Buenafuente: "Lo veo poco útil. ¿Cuándo te las pones? Como no seas el negro de El equipo A o Julián Muñoz...".
En todo caso, nos hemos acostumbrado tanto a ver copas y medallas que todo lo demás nos llama la atención, a veces de manera positiva y a veces con estupor, porque la creatividad no tiene límites y porque ningún deportista es tan desagradecido ni tan maleducado como para quejarse si su trofeo no le gusta. A caballo regalado no se le mira el diente.
Incoherencias
Una ensaladera para los tenistas
Cabría pensar que el tenis, deporte chic por excelencia en esto de las ceremonias de premios, se atendría a las tradiciones más que nadie, pero es más bien al contrario.
Al margen del tufillo machista que tiene la distinción de galardones en Wimbledon -una copa para él y una bandeja para ella (eso sí, ambas de lo más bonito que se entrega en el deporte)-, las incoherencias son numerosas. Si ganas la Copa Davis, explica Buenafuente, "te dan una ensaladera así de gorda, modelo Raquel Mosquera. Que digo yo: si en un torneo de tenis dan una ensaladera; en un concurso de ensaladas, ¿qué dan? ¿Una raqueta? Señores del tenis, ya que se ponen, podrían ir variando de trofeo: un año, la ensaladera; otro, los tazones para el caldo; otro, los platos del postre; otro, la tetera... Y con siete Copas Davis, Rafa Nadal se monta la vajilla".
Pero en realidad en el deporte ya se puede hacer uno la dote completa para casarse: la ensaladera de la Copa Davis; bandejas de Wimbledon; la jarra del Abierto Británico de golf o de la Copa América de Vela; floreros del Campeonato Navarro de Cuatro y Medio; cucharas (eso sí, de madera) por no ganar ningún partido en la misma edición del Seis Naciones; y copas, en todos los deportes.
Pero sería injusto señalar sólo al tenis como deporte incoherente, porque Buenafuente vuelve a la carga con otras dos disciplinas: "Si eres el mejor golfista, te dan una americana verde que sólo la puedes aprovechar si eres Jaime de Marichalar" y "Si eres el mejor boxeador, te dan un cinturón enorme de metal que parece un Abdominazer".
Tampoco entendemos mucho que por ganar la NBA te den un anillo, ni que al mejor pelotari del Parejas le dé Euskadi Irratia una makila o bastón de mando (ya puestos, por qué no darle la llave de la ciudad o coronarle rey ahí mismo).
Pasaremos por alto otros galardones atípicos porque sí que parecen íntimamente relacionados con el deporte que premian, como las banderas en las carreras de traineras, los maillots en el ciclismo, el globo de cristal que simula nieve en la Copa del Mundo de esquí o, directamente, los que reproducen balones del deporte correspondiente.
Aquí entraría la caza, también conocida como protección activa del medioambiente, si semejante actividad sangrienta se pudiera calificar como deporte, con la peculiaridad de que es la única (junto a su primo hermano, el toreo) en la que el trofeo se confecciona con los restos mortales del perdedor.
Costumbres locales
Un etíope con txapela
Otro aspecto de los trofeos deportivos que produce imágenes insólitas es el que podríamos denominar toque local. Cuando un etíope o un keniano ganan un Cross Internacional en Euskal Herria se les pone la txapela de campeones y, si es su primera visita, no pueden evitar cierto gesto inicial de "me han puesto esto para reírse de mí". Lo mismo vale para las barretinas catalanas, la montera picona asturiana, el sombrero cordobés, o ese otro, suponemos que típico, que le encasquetaron a Miguel Induráin cuando ganó en Portugal en la Vuelta al Alentejo.
Un añadido curioso, aunque no sea técnicamente un trofeo, es el de cumplir con alguna costumbre, como hacer sonar una gran campana cuando se gana el Cross Hiru Herri de Burlada (a cuyos vecinos se denomina campaneros) o el de oír el himno del país del vencedor (si el que ha ganado es él, ¿por qué no le dejan elegir la canción? Un poco de reggae con Bolt o de samba con Massa aliviaría un poco el tostón que suelen ser estas ceremonias).
Trofeos comestibles
Vino, aceite, jamón...
No podemos hacer un reportaje de trofeos sin hablar de los que quizás son los más útiles, al margen de los premios económicos (por cierto, vaya cutredad la de los cheques gigantes para hacer en ellos publicidad del que suelta la pasta): los comestibles. Los hay de todo tipo, desde el jamón que se da en el torneo de trinquete de idéntico nombre a dar el peso del vencedor en aceite, vino y hasta naranjas (casi siempre en carreras de fondo, que tienen la ventaja de que no se va a presentar un tipo con perfil de luchador de sumo a reventar la balanza y el presupuesto de la organización, aunque también los vemos en pelota y ahí sí que hay tipos corpulentos).
Buscando por ahí hemos encontrado infinidad de competiciones con premios comestibles, pero quizás la palma se la lleva uno de ajedrez que regala vino, con lo difícil que tiene que ser decir "¡Jaque!" tras haber degustado los finos caldos de la tierra.
Y ya que hablábamos de la cutredad de dar cheques en el podio, es la ocasión de condenar otra aún más común: morder la medalla (algo que, por cierto, hace con demasiada frecuencia Nadal, al que le hemos visto morder una copa, que ya es rizar el rizo). Una broma que quizás tuvo gracia la primera vez que se hizo, pero que no deja de ser un insulto al organizador. Si ganas la medalla de oro no te pongas ahí mismo a comprobar de qué está hecha (y aún menos te rompas un diente, como hizo uno el otro día en los Juegos de Invierno de Vancouver).
Buenafuente no desperdicia la ocasión de soltar su pulla: "Las medallas de oro que te daban en el colegio no eran de oro ni nada. Te decían: "Pero tiene un baño de oro, eh". Y tú decías: "¿Esto qué mierda es? ¿Una medalla o la casa de la Preysler?".
Características
Tamaño y diseño
Un aspecto de los trofeos que los grandes deportistas aprenden rápidamente es el de que todo tamaño es posible. Desde el disparate de la Ensaladera de la Copa Davis (¿no les da la sensación al verla de que va a salir de ella alguien que ha estado toda la final escondida para hacer un striptease o tirar confetti?) hasta el diminuto grano de oro de Cafenasa al mejor jugador de Osasuna, todo es posible, y aquí cabe esbozar la teoría de que se podría calcular matemáticamente el tamaño idóneo para el trofeo de cada competición. Ni es de recibo dar un llavero en un torneo del circuito europeo de golf ni tiene mucho sentido gastarse medio presupuesto en el trofeo de una carrera de pueblo, con las infinitas posibilidades que dan las placas y el metacrilato a la economía de los clubes modestos.
No vamos a entrar en este artículo a fijar la delgada y ambigua línea que separa lo bonito y/u original de lo cursi, porque para gustos se hicieron los colores, pero parece evidente evitar el mal gusto. Por ejemplo, el trofeo de la NCAA de baloncesto recuerda a una guillotina, lo cual da cierto mal rollo. Y el trofeo Ian Halley al mejor jugador de cricket (ver fotografía en la página contigua) parece una reproducción del Curro de la Expo 92. Seguro que el trofeo es anterior al magno evento, pero vaya cantazo da. Otro apunte más: a los organizadores de Roland Garros les parecerá normal poner Simple messieurs en el trofeo masculino, pero desde este lado de los Pirineos parece un insulto.
La otra gran lección que pronto aprenden los deportistas que se mueven en la elite es que hay dos tipos de trofeos: los clásicos y los de diseño. En este último apartado estarán, sobre todo, los de deportes que presumen de manejar tecnología punta. Difícil es ver en un podio cosas más raras que las que se dan como premio en la Fórmula 1 (y, en general, en el automovilismo, que la Nascar estadounidense también se las trae), en el tenis y en el golf. Como botón de muestra, las cosas ésas (fotografías en la página contigua) que exhiben Mark Webber y Felipe Massa por sus triunfos en sendas carreras de F1.
En todo caso, bonito o espantoso, el trofeo tiene la característica obvia de que es algo accesorio, un mero símbolo. Lo realmente importante es la competición que has ganado y, a lo sumo, el dinero que te vas a embolsar, y no la cosa que te dan, por bella o extraña que sea -Buenafuente no es el único que se ha dado cuenta de que la Copa del Mundial de fútbol parece un roll on de desodorante gigante, por mucho que esté hecha con 5 kilos de oro de 18 kilates, ni de lo extraño que resulta que a los buenos cocineros les premie con estrellas una marca de neumáticos-.
Por eso, cuando llegue tu gran victoria y te den ese trofeo de metro y medio en mármol rosa y aluminio -coronado por un querubín haciendo el pino sobre un unicornio azul-, debes recordar que lo importante no es eso, sino tu gran triunfo, que no todos los días se proclama uno campeón de mus del barrio.