Juan Pablo II apenas tardó cuatro días en perdonarle, pero a él casi treinta años no le han bastado para mostrar su arrepentimiento. Ali Agca, el ultraderechista turco que intentó matar en 1981 al Papa viajero, saldrá mañana de la prisión en la que ha cumplido condena con una maleta cargada de polémica y una promesa más que dudosa de esclarecer la verdad. Pese a su anuncio, poco se puede esperar de quien se llegó a autoproclamar, brazos en cruz, Jesucristo, salvo nuevas excentricidades con las que atraer la atención mediática y llenar su cartera.

Desde su celda, en la cárcel de alta seguridad de Sincan, en Ankara, aquel asesino a sueldo veinteañero que trató de pasar a la historia disparando al sumo pontífice polaco se atusa las canas mientras sueña con contratos millonarios para hacer una película y escribir un libro. A falta de alfombra roja, él mismo ha tendido estas semanas, a través de sus abogados y los medios de comunicación, un tapiz de suculentas declaraciones que sirven el morbo en bandeja. Como ejemplo, la misiva que sus letrados hicieron pública el pasado miércoles, donde el reo anticipa que, una vez libre, desvelará si el Kremlin o el Gobierno comunista de Bulgaria le instigaron a cometer el atentado. Una incógnita que en todo este tiempo nadie ha logrado despejar.

Su palabra, sin embargo, carece a estas alturas de valor alguno. Aun convencido de que "no actuó solo", el que fuera director de los Servicios Informativos de Radio Vaticano durante veinte años, Ignacio Arregui, no alberga grandes esperanzas de que Ali Agca arroje luz sobre el caso. "Si no colaboró con la justicia en su momento, cuando él podía merecer también un poco la clemencia de los tribunales, que ahora vaya diciendo que va a escribir un libro para decir no sé qué no tiene ninguna credibilidad. Creo que esto forma parte de sus intereses personales para aprovechar este caso y tal vez hacer dinero, hacerse famoso y mantener algunas relaciones interesantes, sobre todo, con los medios de comunicación", presiente el jesuita vasco.

cómplices en el clero A la espera de saber hacia dónde apuntará ahora el dedo acusador de este musulmán convertido al catolicismo, Arregui argumenta que "en aquella situación de Guerra fría entre Oriente y Occidente, entre Moscú y Washington, y teniendo en cuenta que Juan Pablo II era un ciudadano polaco", firme opositor del comunismo, "era lógico pensar que Rusia estuviera detrás de la organización del atentado". Aunque "la hipótesis que más duró en el tiempo fue la de la pista búlgara", descartada por el propio pontífice, también hubo, dice, otras vías de investigación.

"El juez encargado del primer proceso nos manifestó su sospecha de que uno de los hilos iba a parar dentro del Vaticano, pero nunca especificó más", recuerda este religioso. Tampoco el lunático convicto aportó nombres y apellidos, pero repartió culpas años más tarde en la misma dirección. "Algunos miembros del Vaticano creían que yo era el nuevo Mesías. Yo nunca hubiese podido cometer el atentando sin la ayuda de sacerdotes y cardenales", aseveró. En la Iglesia, una vez más, su testimonio no fue tenido en cuenta. "Él ha dicho muchas locuras. Durante el proceso hizo manifestaciones absolutamente absurdas, como proclamarse el Mesías, el Salvador del mundo. A partir de ese momento se consideró que era un personaje excéntrico que no merecía crédito alguno", reitera el ex responsable de Radio Vaticano.

Pistolero a sueldo Tras pasar más de la mitad de su vida entre rejas por el atentado contra el Papa y el asesinato de un periodista turco, resulta paradójico que Ali Agca se permita dispensar recetas para lograr la concordia mundial. "El mundo necesita un nuevo imperio americano que se convierta en el centro de la democracia internacional, la paz y la libertad", escribe aún entre rejas quien también arremete contra el terrorismo. "Es el mal del demonio. Todas las religiones lo prohíben y lo condenan", afirma, líneas antes de calificar a Al Qaeda como "una organización psicópata criminal nazi".

Sus controvertidos testimonios, antesala de las entrevistas y comparecencias públicas con las que, al parecer, pretende ganarse la vida, tejen la última hebra de un ovillo que esconde su otro extremo en los suburbios de la provincia turca de Malatia, donde nació hace 52 años.

Hijo de unos humildes campesinos, Agca trabajó para bandas criminales y pronto ofreció sus servicios a la organización paramilitar de extrema derecha Lobos Grises y a la mafia turca, con los que engrosó su historial delictivo. Pistolero a sueldo, el 1 de febrero de 1979 asesinó al periodista turco Abdi Ipekçi, director del diario de izquierdas Milliyet. Detenido y encarcelado en la prisión de Kartal Maltepe, el centro penitenciario más seguro de Estambul, logró fugarse y recorrió varios países, entre ellos España, huyendo de la justicia. Su último destino, antes de dar con sus huesos en el calabozo, fue la abarrotada plaza de San Pedro, en el Vaticano, donde aquel 13 de mayo de 1981 estuvo a punto de acabar con la vida de Juan Pablo II a tiros.

A sus 23 años, armado con una pistola Browning de nueve milímetros, fue apresado con una nota en su bolsillo, que rezaba "Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo". Convencido de que iba a lograr su pretencioso objetivo, el reo no conseguía explicarse su error. De hecho, tras la visita que le hizo en la prisión romana de Rebibbia, Juan Pablo II dejó constancia de la falta de arrepentimiento de su agresor. "Ali Agca es un asesino profesional. Eso significa que el atentado no fue idea suya, sino que fue planeado y encargado por alguna otra persona. Durante toda nuestra conversación quedó claro que Ali Agca continuaba preguntándose por qué el atentado no le había salido bien, a pesar de que había hecho todo lo que debía", relata el Papa en su último libro.

Su "biblia" Su intención de volver a Roma para rezar ante la tumba de Juan Pablo II o su anuncio de que ha escrito una Biblia también parece tener fines publicitarios. El preso, de 52 años, y que según un informe psiquiátrico padece "un desorden antisocial de la personalidad", ha llegado a manifestar a un semanario: "Hasta ahora he contado cincuenta historias distintas, pero todas son falsas. Estoy escribiendo un libro en el que diré toda la verdad". También tiene en mente hacer una película. Será la versión libre de Ali Agca, el hombre que pasará a la historia como el magnicida frustrado.