Unas inoportunas hemorroides sufridas por Napoleón influyeron notablemente en el resultado de Waterloo, la decisiva batalla del siglo XIX que determinó el futuro de Europa. A partir de entonces, el predominio del Reino Unido quedó sellado, el emperador francés perdió la corona y ambos bandos sufrieron más de 50.000 bajas. El estado de salud de Napoleón ha sido camuflado por la historia con eufemismos diversos por eso de que la citada dolencia no daba brillo y esplendor a su figura. Pero no sólo se ha difuminado el hecho histórico de esta forma, sino también se ha falseado el lugar exacto donde tuvo lugar la contienda, ya que más que en el municipio de Waterloo tuvo lugar en el inmediato de Braine-L’Allend.

La batalla del siglo XIX

Escapado de la isla de Elba donde había sido recluido y con un ejército formado por 80.000 soldados y 210 cañones, Napoleón marchó hacia Bruselas dispuesto a enfrentarse con el ejército aliado, formado por tropas británicas, holandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington, y el prusiano del mariscal de campo Gerhard Leberecht von Blücher que sumaban 84.000 soldados y 224 cañones. El corso dispuso que el mejor lugar para medir fuerzas con sus enemigos era la amplia llanura que se extendía ante su cuartel general en Mont-Sant-Jean. Marcó la fecha del 18 de junio de 1815 para el enfrentamiento, pero no acertó con la fecha, ya que la noche anterior llovió intensamente dejando el terreno totalmente embarrado, muy difícil para cualquier movimiento apresurado de las tropas.

El duque de Wellington estudió la situación en su cuartel general instalado en el vecino pueblo de Waterloo. A las seis de la mañana del citado día Napoleón decidió retrasar el combate confiando en que el suelo pronto quedara practicable. Finalmente, al mediodía dio la señal del inicio de la que posiblemente sea la mayor carnicería del siglo XIX. El campo de batalla quedó convertido en un amasijo de sangre, barro y cuerpos inertes que, apilados, llegaron a crear parapetos humanos. Aunque la victoria correspondió al duque de Wellington, Napoleón jamás se consideró derrotado por el inglés y siempre atribuyó el resultado a la incompetencia de sus cuadros de mando.

Un escenario repartido

En cuanto la batalla ocupó su lugar en la historia surgieron las discusiones en torno a su denominación, porque la mayor parte de la lucha se libró en el municipio de Braine-L’Alleud, donde ahora se ubica el Ciclorama y el León de la Victoria; otro 30% del terreno pertenece a Waterloo, una parte pequeña a la aldea de Plancenoit e incluso otra aún menor a Genappe, donde Napoleón tuvo su última base de operaciones.

La famosa batalla lleva la nominación de Waterloo porque los partes de guerra que escribió el vencedor estaban fechados en su cuartel general, situado en este término. Según Geoffrey Ellis, doctor en Historia Moderna, Waterloo tuvo dos frentes: el campo de batalla y las páginas de los periódicos del bando ganador: “El Courier, que en todos los aspectos era portavoz de la propaganda de guerra oficial, normalmente representaba a Napoleón como un enemigo sin un rasgo compensatorio; The Times, en todo caso era incluso más extremo y constante en sus iracundas denuncias de Napoleón como un impostor cobarde, y El Quarterly, por su parte, también se sumaba a ese coro de demoniología conservador. Junto a éstas, se encontraban las fulminaciones más difamatorias de publicaciones ocasionales como Anti-Jacobin y Anti-Gallican, en las que se retrataba a Napoleón como un tosco aventurero militar empeñado en saquear a sus víctimas conquistadas”.

Wellington tuvo un servicio de prensa muy activo. Sus informadores enviaban crónicas a los periódicos ingleses cargando tintas sobre las atrocidades del enemigo y exagerando términos para producir la mayor repulsa entre sus lectores. Estas informaciones propiciaron que la gloria de la victoria se centrara en dos nombres, Wellington y Waterloo. Las crónicas que se publicaron en el Reino Unido tuvieron tal fuerza que determinaron definitivamente el lugar donde tuvo lugar la batalla en detrimento de Braine-L’Allend como en justicia le hubiera correspondido.

El mal día de Napoleón

Aquel 18 de junio de 1815 fue un día nefasto para Napoleón. Las fuertes hemorroides que hacía tiempo padecía se le presentaron en aquella fecha dispuestas a dificultar su asentamiento en el caballo. La noche anterior echó mano a cuantos remedios había aplicado en semejantes ocasiones sin obtener el resultado apetecido. El poder persuasivo de su figura encabezando las cargas para enardecer a sus soldados se vino abajo. Prescindió de esta estrategia que otras veces le había dado un excelente resultado. También quedó tocado su propio ego, que no era poco. En esta ocasión, se tuvo que mantener en una prudente retaguardia convenientemente protegido por sus generales.

Distintos puntos de vista

La localidad de Waterloo, de 30.000 habitantes, se encuentra en la región de Valonia, a media hora en coche al sur de Bruselas. El Museo de Wellington, en su casco viejo, ocupa el edificio donde el militar inglés estableció su cuartel general durante la guerra y desde el que comunicó su victoria al The Times londinense. A raíz de las crónicas de distintos autores, Waterloo experimentó una notable corriente turística con el consiguiente auge económico y social.

Los principales impulsores fueron escritores que acudieron a la ciudad para satisfacer su curiosidad tras la famosa batalla y conocer in situ el escenario donde se decidió el futuro de Europa. El primero fue sir Walter Scott, autor de Ivanhoe, que le tenía un odio visceral al corso. Los prejuicios sociales del escritor escocés se pueden apreciar en varias de sus obras.

Víctor Hugo, autor de Los miserables, por el contrario, veneró al militar, pues personificaba la energía dinámica que buscaba en sus héroes. Los relatos de estos y otros autores -Lord Byron entre ellos- no se ajustaron a la realidad, sino al interés de cada uno de buscar romanticismo en una aventura que lo único que tuvo fue estrategia militar e ingenio por ambas partes.

Estos escritos provocaron tal curiosidad en muchos lectores que Waterloo se convirtió en un lugar de peregrinación. “Empezaron a venir gentes deseosas no sólo de conocer el lugar, sino de conseguir souvenirs del combate. Vieron abierto un gran mercado y muchos se dedicaron a recorrer la pradera tratando de localizar piezas que habían pertenecido a los dos ejércitos. Los hubo que vinieron, incluso, con detectores de metales hasta que se puso freno a semejante rapiña. Se creó morbo en una sociedad que poco antes había temblado ante la posibilidad de que Napoleón ganara la batalla”, nos dicen.

Un león vigila

Presidiendo la pradera donde tuvo lugar la batalla, en el término de Braine-L’Allend, se alza el monumento más característico, una colina artificial de 40 metros de altura, en cuya parte superior se alza orgulloso un soberbio león de hierro fundido que sujeta un globo terráqueo con una de sus patas delanteras.

“Lo construyó el padre de Guillermo, príncipe de Orange, para recordar el lugar donde éste cayó herido en un brazo, apuntan en el Centro de Interpretación. El animal indica que está protegiendo al mundo por si en alguna otra ocasión los franceses vuelven a tener ansias de poder desmedido. Mira hacia Francia y muestra sus dientes dando a entender que lo ocurrido no debe repetirse”.

El paisaje que se divisa desde esta magnífica atalaya abarca todo el escenario de la famosa batalla. La pradera, en parte cubierta hoy por sembrados de cereales, está protegida impidiéndose cualquier tipo de construcción por respeto a los difuntos. Se mantiene como si se tratara de un inmenso mausoleo, habida cuenta que en el subsuelo yacen miles de cuerpos sepultados en el mismo lugar donde fueron localizados. Tan solo una orden de monjas consiguió permiso para levantar un monasterio dedicado al rezo indefinido por las almas de los muertos en combate.

Se conserva la granja La Haye-Saint que tuvo una importancia singular en el fragor del combate al ser tomada por las tropas de Napoleón y catorce horas más tarde por las de Wellington. Las placas que se ven en sus murallas reconstruidas recuerdan la importancia que tuvieron hace doscientos años.

El mismo lodo

Recorro un trecho del camino que hace doscientos años dividió a los bandos contendientes. Hoy también ha llovido y se encuentra totalmente embarrado, como entonces. Cuesta creer que me encuentre en el mismo eje de la batalla, franceses a la izquierda y aliados a la derecha. “Los británicos utilizaron sistemas de formación cuadrados que impedían la acción francesa. Delante estaban las baterías de artillería que empezaron a disparar regularmente, arreciando sobre las cuatro de la tarde”.

Junto al camino se alza el edificio del Ciclorama, en cuyo interior se puede ver una obra pictórica de gran realismo. Representa el momento culminante de la batalla con la particularidad de que cada uno de sus detalles ocurrió exactamente detrás de la pantalla. En primer término está el Duque de Wellington, convencido ya de su victoria, y en segundo, entre su tropa, un Napoleón protegido que prevé la derrota definitiva.

Una pregunta que flota en el ambiente: ¿Qué hubiera sido de Europa de haber ganado Napoleón? Ningún historiador consultado se ha querido comprometer a la hora de hacer un vaticinio.