or si no fueron pocas las dificultades que supuso la implementación del Acuerdo de Viernes Santo en Irlanda del Norte en 1998, el tsunami del Brexit que llegó desde Westminster en 2016 arrasó los pocos e inestables cimientos que el acuerdo de paz había construido casi veinte años atrás. Pese a que el 56% de los norirlandeses votaron a favor de permanecer en la Unión Europea, hubo un apoyo claro por el remain entre la población católica-nacionalista, mientras que el apoyo mayoritario al Brexit se concentró entre la comunidad protestante-unionista. Lo que muchos no esperaban es que cuatro años más tarde, después de las arduas e interminables negociaciones de la delegación británica en Bruselas, la firma del acuerdo de salida del Reino Unido de la UE iba a ser una pesadilla para muchos unionistas que poco tiempo atrás tan fervientemente habían apoyado el leave.

Poco se habló durante la campaña del Brexit de las consecuencias que éste traería para Irlanda del Norte en una hipotética salida de la UE. Una salida sin acuerdo habría supuesto el establecimiento de una frontera física entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, lo que habría destruido por completo los cimientos del acuerdo de paz. El ala dura del unionismo, compuesta mayoritariamente por el Democratic Unionist Party (DUP), el cual no olvidemos que no apoyó el acuerdo de paz, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de alejar cada vez más los seis condados que componen Irlanda del Norte de la República de Irlanda, y por supuesto una frontera física era un gran paso para incidir en la partición de la isla y reforzar el estatus constitucional de Irlanda del Norte dentro del Reino Unido. Pero la mayoría social y política de Irlanda del Norte, incluidos sus adversarios republicanos del Sinn Féin y por supuesto, la mayoría de los diputados de Westminster eran muy conscientes del peligro y la regresión que supondría para la provincia la ruptura del acuerdo de paz, no hace falta mencionar los casi 30 años de conflicto armado y más de 3.500 muertos previos al acuerdo.

Finalmente, y como salvaguarda del acuerdo de paz del 98, se consiguió llegar a un acuerdo entre Reino Unido y la UE, por el que se estableció el Protocolo de Irlanda del Norte en enero del 2020. Este protocolo pretende ser un punto intermedio entre proteger el acuerdo de paz y hacer efectiva la salida de la UE. El acuerdo, otorga un estatus especial a Irlanda del Norte, mediante el cual ya no pertenece a la UE, pero sigue las normas del mercado común europeo, de manera que se evita el establecimiento de la frontera física. Pero la UE requiere controles de muchos de los productos que llegan desde países no pertenecientes a la misma, como es el caso de Reino Unido, por lo que se estableció una frontera comercial en el mar de Irlanda, entre Irlanda del Norte y el resto de Reino Unido, obligando a efectuar una serie de controles aduaneros a la mercancía británica que llega al puerto de Belfast.

Este acuerdo, que para unos era un paso positivo dentro de la dificultad y la regresión que el Brexit suponía para el avance de la paz y la reconciliación en Irlanda del Norte, para los políticos y la población unionista fue un jarro de agua fría y un resultado totalmente contrario al que esperaban conseguir con el Brexit. Pretendiendo alejarse cada vez más de la República de Irlanda, terminaron con una frontera marítima entre su provincia y el resto de su país, el Reino Unido. Esto provocó un sentimiento de ataque contra su identidad británica, y causó un enfado y una rabia entre la comunidad unionista que, alentados por sus propios representantes políticos, se tradujo en grandes protestas, disturbios y una violencia callejera pocas veces vista anteriormente desde que se firmó la paz. Los peores episodios se vivieron durante el verano del año pasado en feudos unionistas/lealistas de Belfast como Shankill Road o Newtownards Road, o más recientemente en el aérea de Rathcoole en Newtownabbey donde unos encapuchados a punta de pistola secuestraron y quemaron un autobús como símbolo de protesta contra el protocolo.

La mayoría de analistas y académicos coinciden en que esta violencia reciente es sólo la punta del iceberg de una sensación de abandono, frustración y desacuerdo que lleva arrastrando buena parte de la comunidad unionista desde la firma del acuerdo de paz. Recordemos que los únicos unionistas que apoyaron este acuerdo, fueron los moderados del Ulster Unionist Party (UUP) liderados por David Trimble, que, habiendo sido mayoritarios entre el electorado unionista prácticamente desde la partición de la isla y la creación de Irlanda del Norte en 1921, tras la firma del acuerdo de paz perdieron la mayoría de sus representantes en favor del partido del reverendo radical y sectario que capitaneó la principal oposición al acuerdo, el DUP de Ian Paisley. El argumento de que demasiadas cesiones se le habían concedido a los republicanos en el acuerdo, sumado a la sensación de abandono de Londres y la falta de políticas públicas de un ejecutivo norirlandés que ha estado casi más de la mitad del tiempo colapsado que legislando (catorce de los veinticuatro años que lleva operativo), ha llevado, según la mayoría de académicos, a uno de los escenarios más complicados y peligrosos para la paz en irlanda del Norte desde la firma del acuerdo hace casi veinticinco años.

En este contexto, no es extraño afirmar que los líderes políticos del unionismo están notablemente incómodos y se encuentran en una encrucijada entre intentar mantener operativo el gobierno de Stormont, que recordemos que debe ser de poder compartido entre unionistas y nacionalistas, y mantener el apoyo de sus bases que se posicionan radicalmente en contra de un protocolo que es la única manera de salvaguardar el acuerdo de paz que realmente ellos nunca apoyaron. Pero la creciente tensión en el seno del gobierno norirlandés debido precisamente a la oposición al Protocolo de Irlanda del Norte por los políticos unionistas del DUP llevó este pasado mes de febrero a la dimisión del Ministro Principal de Irlanda del Norte, Paul Givan y a la decisión del Ministro de Agricultura, Edwin Poots a paralizar unilateralmente los controles aduaneros de productos británicos, contrariamente a lo que se firmó en el acuerdo de salida entre el Reino Unido y la UE.

Ante esta situación, está en manos del Secretario de Estado para Irlanda del Norte convocar unos nuevos comicios, pero no ha sido necesario porque Irlanda del Norte ya se encuentra de cara a unas elecciones legislativas el próximo mes de mayo, que se prevén históricas y convulsas. Es fundamental analizar la evolución demográfica que está teniendo la población norirlandesa en las últimas décadas para entender el motivo de la importancia de estas elecciones. Desde hace décadas, la población protestante está cada vez más envejecida y sufre un severo problema de natalidad, mientras que la población católica ha tenido una tendencia totalmente opuesta y ha experimentado un importante incremento de la natalidad. Esto hace que todos los indicadores demográficos apunten a una mayoría católica en los tiempos venideros, lo cual nunca antes se ha visto en Irlanda del Norte no sólo desde la partición de la isla en 1921, sino desde la ocupación británica y la plantación deliberada de civiles protestantes traídos de Inglaterra y Escocia para asegurarse una mayoría protestante en el Norte. Aquí en los seis condados, donde el voto está fuertemente ligado a la condición étnico-religiosa del electorado, se prevé una mayoría de votos y, por tanto, una mayoría parlamentaria de los republicanos Sinn Féin, los históricos adversarios del unionismo.

La mayoría de las encuestas prevén por primera vez en la historia, una clara victoria y un sorpasso del Sinn Féin sobre el DUP, propiciado entre otros factores por el cambio demográfico en el Norte de Irlanda. Pero las encuestas no sólo otorgan la victoria al Sinn Féin en las elecciones de Irlanda del Norte, también lo sitúan como partido mayoritario para las próximas elecciones de la República de Irlanda. El Sinn Féin, máximo representante de la tradición republicana irlandesa de acabar con la injerencia británica en toda la isla de Irlanda y terminar con la partición del país que se produjo ya hace 101 años, reclama un referéndum de unidad irlandesa que ya está previsto en el Acuerdo de Viernes Santo y que podría reunificar la isla si una mayoría así lo decide democráticamente en el Norte. Este hecho los unionistas lo tienen muy presente y se puede apreciar un gran nerviosismo entre las bases y los partidos unionistas, que saben que por primera vez en la historia, pueden perder su poder e influencia sobre una tierra que consideran británica por encima de todo y que muchos están dispuestos a proteger su unión a toda costa.

Hace casi un siglo el Ministro Principal de Irlanda del Norte, y un referente del unionismo, James Craig, afirmó que Stormont, el Parlamento de Irlanda del Norte era “un Parlamento protestante para un país protestante”. A vista de los acontecimientos parece que esa frase que implicó el sufrimiento y la discriminación de tantos católicos irlandeses en el Norte, puede que esté por primera vez en unas semanas, un poquito más lejos.