Cuando los medios informativos de todo el mundo calculan en qué forma Donald Trump verá destruidas sus ambiciones políticas ante la avalancha de denuncias y esfuerzos para inhabilitarlo o incluso llevarlo a la cárcel por los disturbios de hace poco más de tres años, el millonario expresidente está celebrando un éxito doble y sus posibilidades de reelección.

Es porque tanto las acciones legales contra él y contra el actual presidente Biden han sido miel sobre hojuelas para la campaña de Trump y sus posibilidades de regresar a la Casa Blanca: si el Tribunal Supremo ha bordado el arabesco de no mojarse en el caso de Trump y ha dejado abierto su camino para seguir la campaña electoral, su rival en las próximas elecciones ha salido muy perjudicado de la investigación sobre delitos semejantes a los que se imputan a Trump.

La doble victoria para el millonario neoyorquino llegó primero del Tribunal Supremo: los nueve magistrados, en un movimiento poco común de unidad entre progresistas y conservadores, mostraron poco deseo de confirmar las acciones contra Trump tomadas por el gobierno del estado de Colorado, que lo inhabilitan para presentarse a las elecciones por haber incitado o apoyado las protestas dentro del Capitolio el 6 de enero de 2017.

Los magistrados consiguieron evitar el apoyo a una u otra línea política, diciendo tan solo que no había antecedentes de que un gobierno estatal influyera en las elecciones de todo el país y que, de autorizarse algo semejante ahora, el futuro electoral norteamericano estará totalmente fuera de control.

Aún hay otra acción legal contra Trump, por parte del fiscal independiente Jack Smith, por la posesión de documentos clasificados en su residencia de Florida y otra el próximo otoño a cargo del estado de Georgia por interferencia en el proceso electoral, pero si la decisión del jueves es un buen botón de muestra, Trump saldrá airoso también en estos casos si acaban en el Supremo donde los magistrados evitarán tomar posiciones políticas y se agarrarán a aspectos técnicos de la denuncia.

La satisfacción de Trump ante las opiniones de los magistrado del Supremo se sumó a la imagen negativa que el actual presidente Biden, probablemente su próximo rival electoral el año próximo, obtuvo de las investigaciones recientes acerca de su posesión de documentos clasificados.

No deja de ser irónicos que ambos, Trump y Biden, se hayan de enfrentar a la misma acusación, aunque la semejanza acaba aquí: por una parte, Trump probablemente tenía más derecho que Biden a tener estos documentos pues los presidentes tienen la autorización de “desclasificarlo”, es decir, ordenar que no sean secretos. En su caso, no lo hizo y ya no lo podía hacer cuando no ocupaba el cargo. En cambio, los presidentes tienen mucha más discreción a la hora de llevarse documentos mientras que Biden lo hizo cuando era vicepresidente, un cargo totalmente vacío con la única obligación de estar disponible para ocupar el Despacho Oval en caso de muerte o incapacidad del presidente.

En favor de Biden está que no ocultó en momento alguno que se había llevado los documentos y cooperó desde el principio con las investigaciones, mientras que Trump trató de evitarlas o entorpecerlas, aunque Trump tenía los documentos custodiados, mientras que los de Biden estaban desprotegidos en cajas de cartón medio rotas en el garaje de su casa particular.

Si el caso contra Trump todavía está pendiente, el de Biden terminó ya y el fiscal dedicado a investigarlo concluyó que no había motivos para enjuiciarlo. Conclusión funesta para Biden, porque determinó que su conducta respondía a la su avanzada edad, evidenciada en tal falta de memoria que ni recordaba en qué años había sido vicepresidente, o cuando murió su hijo.

Si bien había cometido delitos, concluyó el fiscal, daría pena a cualquier jurado y no sería condenado, de manera que cerró el caso pues no merece la pena llevarlo a juicio.

Semejante sentencia, que habría sido muy bien recibida por cualquier enjuiciado en riesgo de ir a la cárcel, es funesta para un candidato presidencial, especialmente cuando lleva constantemente un maletín con las claves para desencadenar un ataque atómico.

Biden, que raramente habla con la prensa, convocó una conferencia a las pocas horas para despejar semejantes ideas… pero dio la razón al fiscal: confundió al presidente de Egipto con el de México, pero no fue para llamar López Obrador al egipcio, sino Sissi al mexicano, un nombre que probablemente no satisface el ego masculino al sur de las fronteras de Estados Unidos.