DESDE Abáigar hasta Viana o Zúñiga, desde Codés a Monjardín o desde Lokiz y Urbasa al Ebro, muchos son los apellidos que aparecen citados en bibliografías especializadas y papeles varios, de aquí y de allende el océano. Nombres de personas arraigados a la casa solar y a la tierra de sus ancestros que han dado árboles genealógicos, más o menos frondosos, y varios retoños ilustres.

En Coto vedado, el escritor Juan Goytisolo nos recuerda que "expurgar" genealogías, a la que tan aficionados somos por estos pagos y donde algunos parece que "no datan", se reduce a descubrir -como contaban los abades de sotana y teja- la existencia final de linajes célebres en las personas de Adán y Eva, Amaia o Tubal y consortes. Fuera de ese hallazgo capital e incontrovertible, las arborescencias de los troncos materno y paterno no suelen prolongarse a esa suerte de limbo original pomposamente conocido por la noche de los tiempos.

Durante los años treinta del pasado siglo, Fernando de la Cuadra-Salcedo persistía en su labor de ennoblecer a las personas capaces de remunerar generosamente sus investigaciones genealógicas. De tal suerte que su colega Cansinos-Asséns no dudó en escribir, con espléndida ironía: "Dentro de poco, no quedará en Bilbao ningún rico sin su blasón y su árbol." Naturalmente, el vizcaíno era el primero en burlarse de sus clientes crédulos. Alguna vez don Rafael solía encontrarse en el Rastro madrileño -podría haber sido en la tienda de un anticuario estellés-, cargado con retratos horribles: de nobles con mucho vellón y menguada plata, militarotes con bigote y mal encarados, y orondos prelados de la época de Maricastaña:

"-¿Qué hace usted, amigo Cuadra?

Él guiña un ojo y sonríe.

-Ya ve usted? buscando antepasados."

Si Cuadra-Salcedo era un investigador de fuste, riguroso e ilustrado, un iluso o un caradura, aquí nada importa. Por otro testimonio tenemos noticia de que tampoco necesitaba de mucha base para plantar tan nobles esquejes. Al Díaz corriente le emparentaba con el Cid Campeador en un dos por cuatro y al García común le hacía descender por arte de birlibirloque de algún monarca del viejo reino e incluso -si así era su apetencia- del castillo de Deio o del palacio de Acedo. A don Pío Baroja, le preguntó cierto día:

"-Usted tiene el segundo apellido italiano [Nessi]?

-Sí.

A continuación, le dijo:

-Eso de tener parentesco con príncipes italianos está bien."

De genovés o veneciano a hijo de reyes o aristócratas, para Cuadra-Salcedo -que había escrito más que el Tostado sobre las gentes del renacimiento y otras historias menos remotas, y sabía un rato largo de tatarabuelos, campos de gules, lobos o flores de lis- no había más que un paso. Conocer a nuestros antepasados es curiosidad provechosa, quizá tener noticia de cierto familiar lejano? no tanto. Al fin y a la postre, nadie elige a sus padres.