ORKOIEN. ¿Cuándo surge la idea de escribir este libro y por qué?
Es un poco difícil de contestar. Yo había oído siempre desde niño que las personas teníamos que hacer tres cosas: tener un hijo, no tengo físicos, pero todos me llaman padre; plantar un árbol, cuando estuve encargado de las obras de Legarra (Lizasoáin) ya plantamos muchos; y escribir un libro. A mis 11 años, en el Seminario, un profesor nuestro muy admirado, don Martín Larrayoz, nos dio un consejo: si queréis no ser unos desencajados de los pueblos, todo lo que vaya apareciendo ahora a lo largo de vuestra vida, recogedlo y metedlo en una carpeta. Eso hice y todos los trabajos de verano y más tarde los que nos mandaba otro profesor del Seminario, don Blas Fagoaga, profesor de euskera. Yo hice el trabajo bonito de recoger las palabras que se usan en nuestro pueblo provenientes del euskera, más de 300. También los topónimos, los nombres de los terrenos, que hay más de 140, y que nos dicen dónde están y cómo son. La carpeta iba aumentando y al final era enorme. Hace 14 años me dijeron algunos que ya era hora de abrir la carpeta, ordenar esos datos, darles un poco de forma y enseñárselos al resto del pueblo. Lo primero que maduré fue todo lo referente al euskera en el pueblo, porque me lo pidieron desde el Gobierno de Navarra, para publicar en su revista Fontes linguae vasconum (2001). Esto fue hace 9 años y el resto ha tardado más años.
Es un libro con muchos datos, muchos nombres... ¿Cuántas horas ha invertido en documentarse?
Sí, ha habido mucha documentación y horas de contrastar unos libros con otros. El libro no es de literato, o de historiador, sino de recopilador, de constatador. Pongo muchos documentos, pero no son míos. Yo sólo los he cogido de los archivos y los he contrastado. Y este trabajo, sobre todo, ha sido en los últimos 12 años.
Cuando uno se enfrenta al reto de escribir un libro sobre su pueblo. ¿Qué criterios sigue para elegir un tema u otro?
Hace varios años, un sacerdote, José Mª Satrústegui, que ha publicado muchas cosas, sobre todo en euskera, me facilitó un libro que merece un monumento y que se llama Esquema de un estudio etnográfico, de José Mª Barandiarán. Es una obra que te va marcando los pasos que se deben dar: mirar la población de ahora, de antes, de qué viven, cómo son las casas, las familias... Lo que yo he hecho con Munárriz ha sido eso, un estudio etnográfico.
Incluye mucha información religiosa, aporta datos curiosos como que Munárriz llegó a tener seis clérigos, las religiosas y sacerdotes nacidos ahí... Le da mucha importancia.
Yo sobre todo he manejado los libros sacramentales de la parroquia de Munárriz. Ahí se dice los que se bautizan, los que se casan, los que se confirman, los que mueren... Los datos de la parroquia de Munárriz y de muchas otras son anteriores a los datos civiles de los ayuntamientos y archivos. Además, antes había muchas familias, sobre todo numerosas, así que no era extraño que alguien se metiese a religioso.
Hace tres siglos Munárriz tenía 312 habitantes y ahora hablamos de 63. ¿Por qué se ha dado esa despoblación tan agresiva?
El progresivo descenso de la población, sobre todo durante todo el siglo pasado, se debe al éxodo a la capital. La gente tenía todavía la casa en Munárriz, pero su modo de vida y su trabajo en la capital. O iba a zonas más y mejor industrializadas, como Guipúzcoa. Se debe también al envejecimiento progresivo de la población. Por eso se llegó a que Munárriz fuera un pueblo (con todo cariño y respeto) de mayores, con pocos jóvenes y niños. Es una pena, pero es así.
¿Cómo recuerda su niñez?
Muy feliz y muy agradecido a nuestros padres, que nos enseñaron a ser trabajadores. Nunca nos pedían imposibles, pero sí labores que estaban a nuestro alcance: recoger leña, astillas, cuidar los cerdos, las vacas, ir a recoger caracoles y caracoletas para los patos, tener a los hermanos, ir a buscar comida para los conejos, barrer los alrededores de las casas (con escobas tan grandes como nosotros), llevar la comida a las piezas de lejos, como a Aizpún... Yo les estoy inmensamente agradecido.
También habla de los juegos infantiles, ¿a qué le gustaba jugar?
Yo era mal jugador de casi todo. Recuerdo que recorríamos las calles y callejas del pueblo, jugando al escondite o el alumero.
Esto daría mucha vida al pueblo.
Mucha. Cuando yo era niño estábamos 36 niños en la escuela, que era mixta y muy bonita. Se cerró y la escuela se concentró en Aizpún, para todo el valle, pero llegó un tiempo en el que tampoco había niños suficientes y ahora se van a Irurtzun.
¿Suele ir a Munárriz con asiduidad?
Sí. Ahora llevo unos días sin ir por el mal tiempo y porque estoy un poco achacoso, pero lo normal es que vaya todos los domingos a comer a mesa puesta a mi casa. Durante la semana estoy aquí y el domingo me reencuentro con mis hermanos, sobrinos, familiares y visito a la gente.
¿Y cómo ve ahora su pueblo?
Munárriz ha cambiado muchísimo. Se han remozado algunas casas, que son las que se mantienen, se han cerrado otras y eso me da mucha pena, y se han hecho otras nuevas. El modo de vida, hasta hace unos años agrícola y ganadero, sigue siendo agrícola para unos pocos y ganadero para poquísimos. Nosotros mismos hemos tenido ganado hasta hace unos años y ahora no tenemos más que unas pocas ovejas, un entretenimiento para mi hermano. De todas formas, para mí el gran cambio fue el día que entró un tractor en mi casa y en el pueblo. Munárriz se ha mecanizado mucho, tiene muy buenas herramientas y maquinaria, y lo que antes era un trabajo más pesado y duro, hoy en día se hace relativamente fácil, cómodo y rápido con la buena maquinaria que tienen nuestros labradores.
¿Y los vecinos han cambiado mucho?
Ahora es un pueblo de mayores. Entre semana parece sin mucha vida. Pero la inmensa mayoría de los que hemos nacido y vivido en el pueblo añoramos, queremos, repetimos, volvemos al pueblo; eso sigue de generación en generación. La gente en cuanto tiene un rato quiere ir a su pueblo, nos tira el pueblo.
Ha regalado el libro a los vecinos.
Llevo unos 221 libros regalados, porque mi libro no estaba concebido para ser vendido. Mi idea es que llegue a todas las familias e hijos del pueblo que viven fuera, que llegue a las personas y forme parte del ajuar de las familias. A quien me demuestra un interés positivo, ya sea por motivos familiares, de historiador o lo que sea, yo se lo regalo.
¿Cree que las generaciones de ahora valoran el esfuerzo que han hecho sus antepasados?
No mucho, por desgracia, salvo honrosas excepciones. Hoy día la gente, en general, no valora más que lo inmediato, lo placentero, lo útil a corto plazo. Viven en un presentismo, para mí, excesivo. Con lo cual, rompen raíces y ataduras con el pasado y eso es lamentable. El que no sabe valorar la historia está despreciando también el presente para el futuro. Sobre todo no valoran quienes dicen dónde voy a vivir o dónde voy a estar, y al final donde más les conviene, sin otras motivaciones. Hay otros que siguen valorando lo suyo, el pueblo, que no quiere cortar el cordón umbilical que los ha atado a toda una trayectoria y herencia tan grande y hermosa como es Munárriz. Hay quien se ha hecho ahora casa.
Defíname Munárriz en una palabra o en una frase.
Munárriz, más cerca del cielo. (Hay que recordar que está a 908 metros de altitud).