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Una amarga sonrisa por Omayra

Una amarga sonrisa por Omayra

Será el jueves. Han pasado 26 años que han sido un suspiro, desde que veíamos su pequeña carita redonda y amiga, su pelo ensortijado y negro como sus ojos profundos y suplicantes, como las eternas tres noches que sobrevivió indefensa, resignada y conforme, todo el tiempo ilusionada por volver a su escuela, ¿es que tengo un examen, saben?, con sus amiguitas y que su profesora no se enojara. Omayra Sánchez, pobrecita, qué injusta fue la vida contigo, que no fueron, no fuimos, capaces de sacarte de aquel encharcado atolladero de agua y barro, hasta que sin rendirte te pudieron las fuerzas y tu vida acabó como la de los sencillos y humildes.

Omayra Sánchez Garzón había nacido el 28 de agosto de 1972 en Armero (Colombia) y murió el 16 de noviembre de 1985, víctima de la erupción del volcán Nevado del Ruiz que arrasó (20.000 muertos) su pueblo. Las hemerotecas cuentan que adquirió reconocimiento mundial, como si se tratara de una marca olímpica, al estar tres días atrapada en el fango, agua y restos de su propia casa mientras las cámaras de televisión transmitían incesantemente sus últimas horas de vida.

Tenía 13 años y al producirse la tragedia de Armero estaba con su hermano menor, su padre y su tía, pues su madre se encontraba en Bogotá, llevaba tres días, tramitando documentos y peleando con la burocracia. En los dos días y medio y sus eternas noches que Omayra permaneció con su cuerpecito hundido hasta el cuello en la trampa que se la acabaría llevando, se mantuvo firme y consciente con una valentía y una presencia de ánimo admirables. Estuvo, y ella misma lo sabía y lo estuvo contando, sobre los cuerpos de sus familiares muertos, en pie siempre y apenas sujeta a un madero hasta que un socorrista le consiguió acercar un flotador.

Cuentan que los equipos de socorro intentaron ayudarla, aunque los testimonios son muy críticos en ese aspecto, pero observaron que no podían porque estaba enganchada por sus piernas que sería necesario amputar, pero en todo caso tampoco disponían de equipos de cirugía y podría morir. Otra opción era llevar una moto-bomba que succionara el agua y el fango en que estaba sumergida, pero la única disponible (¡!) estaba lejos por lo que tuvieron que dejarla morir.

Hasta el último momento, según los socorristas y periodistas que la acompañaron en su agonía, estuvo hablando y preocupándose por sus familiares y sus amiguitos, y en volver al colegio. El fotógrafo francés Frank Fournier fue testigo impotente de su muerte, avergonzado de la incapacidad gubernamental, e hizo la foto en la que Omayra parece implorar ayuda y muestra todo su valor y dignidad, para nuestra vergüenza amarga y dolorida y para su imborrable recuerdo.