El vecino Ziripot llegó con media hora de retraso a la posada del pueblo. Allí, a las 20.00 horas, cuatro personas se encargaron de llenarle de paja. "A la mañana se le rellenan las piernas y, después, el cuerpo. Entre dos personas le cosemos las piernas con el cuerpo para que no se suelte y atrás le metemos piel de jabalí, por si hay nieve o hielo para que el helecho no se estropee. Hoy (por ayer) se le mete más helecho que otros días porque pierde más", explicó Ángel Gorostidi. Ziripot, vestido con sacos de café, pesaba entre 30 y 40 kilos.

Mientras, los txatxos también se ataviaban. "Vamos con ropas de colores llamativos, una escoba, un visillo y el gorro", señaló Edurne Ciganda, de Pamplona. El frenesí que se vivía en la posada era la antesala de la persecución que sufriría el bandido Miel Otxin. Una persecución para la que se conjuran todos los habitantes de Lantz. "Aquí vivimos unas 120 personas, y participamos al menos 60", indicó David Mariñelarena, quien desde los 13 años se difraza de txatxo. "Es una tradición que mantenemos muy a gusto", subrayó. Gorostidi coincide con él: "El secreto es la gente. Vas desde que eres un crio y eso se mantiene".

los protagonistas Pero ayer, tanto Ziripot, encarnado en Mikel Ziga, como el zaldiko, representado por Luis Mariñelarena, antes de que recorrieran las calles y cumplieran con su cometido, recordaban cómo empezaron. Ziga representó al Ziripot txiki durante ocho años. "Es la primera vez que salgo en el grande, pero ya sé lo que es. Se vive con mucha intensidad y espíritu carnavalesco", subrayó. Mariñelarena lleva 16 años participando y, al igual que Ziga, conoce bien ese espíritu carnavalesco que impregna a Lantz durante estos días. "Lo vives desde pequeño", recalcó. Respecto a su personaje, el zaldiko, afirmó que "se vive desde dentro, una vez que te disfrazas no eres uno más de la cuadrilla, eres el personaje". Con esos pensamientos, Ziripot y el zaldiko salieron de la posada.

Eran las 20.30 horas cuando los primeros txatxos salieron a la calle. La tensión y la expectación se palpaban en el ambiente. Los balcones y las calles estaban atestados de familias con sus txikis. La noche, aunque se registró un grado bajo cero, estaba lejos de calificarla como fría. Varios aullidos provenientes de los txatxos rompieron la calma. Estos comenzaron a correr y a asustar con sus escobas. Ni los más txikis escapaban a sus golpes. Y, junto a ellos, Ziripot aguantaba como podía las embestidas del zaldiko que, como fiel escudero, no cejaba en su intento de proteger a su dueño, el temible bandido Miel Otxin. Varias veces el valiente Ziripot tuvo que ser ayudado por varios txatxos.

Y, al final de la jauría, se alzaba imponente, con sus más de tres metros de altura y sus 40 kilos de peso, Miel Otxin que, al son de los txistus de Fermín Garaikoetxea y Fermín Salaverri, bailaba. Durante el trayecto, que duró media hora (se dieron dos vueltas al pueblo), varios vecinos se encargaron de bailarlo. Sin embargo, Miel Otxin, tuvo su oportunidad de escapar, y a punto estuvo de hacerlo al completar la segunda vuelta. Este año, Isabel Baleztena se encargó de diseñar su disfraz (portaba una blusa de flores y un pantalón azul).

los herreros Mientras, los herreros, entre seis y ocho generalmente, se ocuparon de atrapar al zaldiko. Vestidos con sacos y con el rostro cubierto, con el fin de que no pudieran ser reconocidos (al igual que los txatxos), se encargaron de herrar al zaldiko. Asimismo, portaban un palo "para atizar a Miel Otxin".

Eran las 21.00 horas y en el frontón del pueblo se arremolinaron todos los vecinos. En el círculo creado, en el que ni los árboles se salvaban de la presencia humana, irrumpieron gritando y dando escobazos todos los txatxos. En el júbilo se adivinaba que Miel Otxin había sido capturado, que, una vez más, no escaparía a su destino. Pero, por si quedaban dudas, tras ellos llegó el prisionero esperado. La burla del pueblo no se hizo esperar. Ni tampoco su ajusticiamiento. Miel Otxin, en el centro de la plaza, recibió cuatro tiros.

Una vez tirado en el suelo, varios txatxos procedieron a destriparlo ante la expectación de los residentes. Minutos después, llegaron los herreros con las brasas. Sin tiempo que perder, el cuerpo del bandido más temible prendió fuego. Las llamas de la justicia se elevaron hacia el cielo oscuro y, en el mismo lugar en el que antes se había vivido una persecución salvaje, reinó la paz y la armonía.

Los vecinos, fieles a la tradición, completaron la faena. En un círculo, alrededor de la improvisada hoguera, bailaron el zorziko. El baile, que desde no sé sabe cuándo se interpreta significa, aún en noches oscuras y frías como la de ayer, que el día grande ha finalizado. Y que, en Lantz, esa noche el bien siempre se alza sobre el cielo.