ENTRE claros y nubes se desarrolló ayer en Otsagabia la novena edición de Orhipean, la fiesta de los viejos oficios y tradiciones. El pueblo que sale a la calle para mostrar cómo fue su pasado desdobló su esfuerzo este año con su participación en el montaje del espectáculo de coros y danzas Nola zen, nola izanen da, la historia de Otsagabia y Tardest, en el que participaron un centenar de vecinos de las dos localidades hermanadas.

La representación, que reunió a más de 600 personas, y el pregón de la víspera anunciaron la fiesta del retorno a 1900, a una jornada cotidiana que revela las costumbres, labores y tradiciones del pueblo salacenco. Por este motivo, reconocía J. Ángel Contín, Txuru, al frente de la organización desde sus inicios, "nos hemos volcado menos en el día. No se puede llegar a todo y aún estamos satisfechos del resultado, sobre todo en este año de crisis", admitía mirando la plaza llena de visitantes a última hora de la mañana.

Próxima a cumplir la primera década, la fiesta acusa un cierto cansancio. "Cuesta cada año un poco más. Las 25 personas que formamos la comisión se convierten en 200 en este día, más todos los que se suman espontáneamente. Pero es trabajo y muchas horas de estar encerrados algunos en sus puestos sin poder disfrutar del montaje, por lo que son necesarios los relevos", añadía.

Otra cuestión importante es que "los mayores van fallando". Así, ayer se redujo el número de hilanderas, organizar la trilla fue más difícil que otros años, la cañada no acudió a su cita como consecuencia de un imprevisto del ganadero José Mari Azcoiti, y los roncaleses no llegaron con su tramo de almadía. Orhipean echa en falta a los testigos de la vida del pasado y la ilusión de jóvenes por trabajar para recordarla, en la localidad y en el valle de Salazar. "Reconocemos que no es fácil. Otros años hemos intentado abrirla a la colaboración de los valles de Roncal, Salazar, Aezkoa y Zuberoa, pero la coordinación es complicada", afirmaba Txuru.

todos a la faena Estas son un cúmulo de casualidades que restaron ayer parte de la vistosidad de otros años, pero hay que decir que otras sumaron una vez más y ofrecieron imágenes lo más cercanas a aquella realidad de sus antepasados, un espectáculo digno de ver al que no faltaron tampoco este año los ganaderos Segundo Goyeneche, Patxi Miqueléiz y Jesús Aguerre, este último acompañado de su hijo Beñat, de 14 años, que ha heredado la afición al ganado de su padre y de su abuelo, que fue trashumante. En la misma calle Urrutia donde se celebraban las ferias hace más de 50 años, enseñaban sus yeguas de raza Burguete. "El pueblo lo hace con mucha ilusión y ofrece algo muy bonito a los que vienen de fuera. Tenemos que buscarnos la vida para salir adelante, vivir y promocionar el Pirineo. No podemos esperar a que vengan a sacarnos las instituciones, que tanto presumen de esta tierra y luego nos tienen olvidados", denunciaban mientras aportaban la imagen del que ha sido durante muchos años un modo de vida de la Montaña.

Congeladas también las ayudas de los fondos europeos, Orhipean sigue contando con la colaboración de establecimientos locales e importantes firmas que la sostienen. Y como respaldo, en varios de los puestos extendidos por las calles se podían adquirir productos al módico precio de un euro, como el jabón que las vecinas elaboran días antes, o el pincho de morcilla en el grupo del matatxerri.

La mondonguera Mari Carmen Recalde se afanaba con su cuadrilla en la matanza del cerdo. "Aquí estamos desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde, que es cuando hacemos el txistor, la longaniza y la birica". Ellos son un ejemplo de los que no pueden disfrutar de la fiesta por fuera; aportan su grano de arena pero están fijos todo el día en su puesto.

Mari Carmen se responsabilizaba de la matanza y vigilaba la cocción de las morcillas. En torno a ella giran los de su cuadrilla; así todas las ediciones. Solo así es posible un evento de este calado.

"Y es que en Orhipean cada uno aporta su saber hacer como mejor puede". De este modo lo resumía el pregonero, Nicolás Tainta, alguacil de casa Etxeberz. Él era más afortunado. De calle en calle, cada vez reunía a más gente a su alrededor. y podía saborear la fiesta. Vestido con traje y gorra oscura, portaba corneta, chapa distintiva del cargo y bando a la antigua usanza, y recordaba muy bien sus primeros años como alguacil en Otsagabia, donde ejerce desde hace 19. "Tenía que repetir el pregón o el bando 33 veces. Era una pasada. Empleaba casi dos horas de mi jornada en hacerlo. Cuando llegó la megafonía, se acabó", explicaba. Nicolás matizaba la diferencia entre uno y otro mensaje. "Los bandos eran oficiales, del Ayuntamiento. Los pregones, avisos". De alguna manera tenían que enterarse los vecinos de que había llegado, por ejemplo, el pescado. El de ayer era un bando sobre una epidemia que dejaba sin fiestas a Abaurrea Alta y daba cuenta de la pérdida de un macho. Ambos fueron sacados de los pregones oficiales de los archivos municipales. Mientras el alguacil, natural del vecino Esparza, los proclamaba, se paseaba divertido por sus calles, donde reside desde hace 24 años.

El maestro de los chicos, Patxi Serrano, repasó matemáticas, lengua, geografía y el catecismo en ausencia del cura, con su gran misterio de la Trinidad. Los aplicados alumnos, Jacinto Rolán, Antonio Pascualena, Cipriano Sagardoy, junto a otros compañeros, nombres de la escuela de ayer en la localidad, tomaron voz para finalizar todos a coro con una canción sobre los libros.

El peso de la moral y de la iglesia de antaño tampoco pasa desapercibido en Orhipean. Dando las doce, se rezaba el Ángelus y la vida se detenía en el campo, el hogar y la calle. Ayer lo rezó en la iglesia Paula Recalde junto a su amiga, Ana Mari Elizondo, ambas de 77 años. Vestidas de salacencas en día de iglesia, rosario en mano, recordaban las costumbres vividas. "Nos hace mucha ilusión recordar tiempos de antes. Nos hemos hecho los vestidos para colaborar en la fiesta. Así se vestían las montañesas para venir a la iglesia. Cuando morían, era también utilizado para amortajarlas", rememoraban.

Por la tarde, tocaba bautizo. Vuelta a las mantillas y a las velas. El párroco Livio Ledezma, de Venezuela, se preparaba para ello y se mostraba contento por participar de una fiesta "con un valor de comunitario increíble".

Todo esto y mucho más fue Otsagabia en su día; algo más que una forma de vivir que la asociación Orhipean se empeña en rescatar con tesón año tras año, y que camina hacia el décimo aniversario.