e l martes a las tantas, yendo por una calle que ni aunque me torturen confesaré, el perro hizo lo suyo y yo no llevaba bolsa para recogerlo. Te juro que me entró una paranoia fatal y empecé a pegarme a la pared de los edificios, huyendo de la luz de las farolas y buscando la oscuridad, como si los balcones fueran las casetas de los guardias de Alcatraz. Si, por una casualidad, llega a asomarse alguien y con toda la razón me pone de vuelta y media por no recoger el pastel, me pongo de rodillas y me hago el harakiri con el biccristalescribenormal que llevo en el bolso. Vamos, lo lógico y natural cuando te cazan en fuera de juego. O así, al menos, me lo contaron a mí y, que yo palpe, a toda mi generación. De las demás, no respondo. Por eso, cuando veo a la cuadrilla de presuntos delincuentes que proliferan como setas en temporada y se asoman a las cámaras y los micrófonos con esa chulería de ignorante forrao de pasta fácil, de hortera con cargo público, de aldeano venido a más, de vago sin escrúpulos, de mandamás de rebaño muerto de hambre y sed, de narco con colesterol y cadena de oro, de señorito chimenea con puro habano que jamás sabría situar en el mapa La Habana...Cuando los veo y sonríen y nos perdonan la vida, y sueltan una obviedad tras otra porque no alcanzan a hilar sujeto, verbo y predicado para siquiera aspirar a un puesto de trabajo si no es a dedo alzado y demás pringues...Cuando, después de lo que llevamos tirado y evadido a paraísos sin playa por incompetencia, robo a mano armada, real, hipotecaria y preferente...Entonces, justo entonces, me admira la corrección política ciudadana. Siempre he he creído que el golpe más duro que puedes propinarle al contrario es la mofa. Ni el insulto, ni el reproche ni la indiferencia hacen tanto daño como reírte de alguien. A día de hoy, se nos descojonan en la cara. Y eso, efectivamente, desquicia. Me decía el amigo David el otro día que recordara al caballo de Atreyu, de La historia interminable, que se hundió en el fango al darse por vencido. Mi abuela, cuando me dolían las muelas, me recomendaba que les doliera yo a ellas. Vale. Si juntamos lo uno y lo otro, me sale que no hay que rendirse y sí reírse de ellos, por enmerdarlo todo y no recogerlo luego. Y quién se dé por aludido, que no se queje cuando me carcajee de él. Sólo le estoy devolviendo el golpe. Qué menos.
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