ORBAIZETA - Javier Goikoa, natural de Orbaizeta, conoce bien de cerca el tema de la explotación forestal de madera porque, además de trabajar como cablista, su padre Gerardo trabajó de barranqueador en Orbaizeta. Tiene pensado publicar un libro con la información que va recopilando para que se conozca el duro oficio del barranqueador. Mientras tanto, aprovechó el Aezkoako para exponer las herramientas y maquetas que tenía en su casa, un trabajo que lleva cuatro años preparando.
Durante el siglo XX, el Irati fue un foco muy cotizado de explotaciones forestales de madera. Desde la suela del Orhi (Monte Irati) hasta Aoiz, los barranqueadores, principalmente de Orbaizeta y Villanueva de Aezkoa, debían bajar la madera, recorriendo unos 40 kilómetros. Para trasladarla, trabajaban unos 16 hombres bajo las órdenes de un contratista, desde marzo hasta noviembre. El resto del año se ocupaban de trabajar la madera.
La campaña de barranqueo comenzaba en lo más alto de los montes, donde, una decena de bueyes subían en fila llevando un cable que servía para transportar la madera. “Una vez, un buey se murió en mitad de la fila y tuvieron que venir diez mozos para llevar el cable, que pesaría 200 kilos”, recordaba Goikoa. Ya en lo alto, colocaban una estación de cables y así llevaban la madera. Recuerda que el último cable fue el del Robledal de Villanueva, que desapareció hacia 1958, cuando llegaron los camiones.
Después usaban la técnica del barranqueador, que consistía en lanzar troncos sueltos por el río. A diferencia de Burgui, donde usaban almadías, el río Irati no tiene suficiente caudal para transportar madera, por eso se lanzaban sueltos. Esto era posible gracias a las esclusas, una especie de presas artificiales, que los operarios abrían durante 3 o 4 horas consiguiendo bajar la madera hasta Aoiz. Como era habitual, muchas ramas quedaban atascadas y eran los barranqueadores quienes tenían que apartarlas a las orillas del río. Hoy día no queda nada de esas esclusas de madera, pero los que estuvieron trabajando allí, recuerdan cada lugar en donde pasaban largos meses.
Esta técnica la importó Domingo Elizondo, indiano natural de Aribe, seguramente de los conocimientos que adquirió en su estancia en América.
trabajo duro Aunque facilitó mucho el modo de trabajar, seguía siendo un oficio muy duro. Trabajaban de sol a sol y sólo descansaban el domingo, cuando bajaban a cenar a las bordas del pueblo. Dormían todos juntos en una chabola de madera. “Era un oficio muy duro. No ganaban más que para comer”, afirmaba Javier. Su comida habitual era un plato de habas y tocino. Tenían asignado un litro de vino diario, que iban apuntando en un palo con una navaja y, si bebían más de esa cantidad, al final de la campaña les descontaban ese dinero. Pero el vino era lo que les daba fuerzas. En palabras del vecino de Orbaizeta Jesús María Larrañeta, había operarios muy corpulentos y fornidos que necesitaban un empuje. “Jose Andi, de Arozarena, o Petrizan, casado a casa Merino, podían beberse hasta 10 litros de vino al día. Eso sí, luego trabajaban mucho”, afirmaba Larrañeta.
Con el fin de hacer un homenaje a todos estos hombres que sufrieron y trabajaron duro para poder llevarse el jornal, Javier Goikoa con ayuda de Jesús María Larrañeta, quiso plasmar este fatigoso oficio a través de una exposición. Ahora habrá que esperar a que pueda publicar su libro.