Una de las más fabulosas traídas de aguas que el Imperio Romano construyó en Hispania en los albores de nuestra Era (finales del siglo I y comienzos del II) fue la que unió la hoy navarra localidad de Lazagurría, probablemente desde el término El Charcal y cerca de donde confluyen las aguas de los ríos Odrón y Linares, naturales de la Sierra de Codés, con las tierras bajas (Murillo, Sorbán?) de la ciudad riojana de Calahorra. Colosal obra de ingeniería hidráulica de unos 30 kilómetros de longitud que se valió de la gravedad para canalizar el agua a través de conductos interiores, exteriores, arcos, canaletas, pasarelas y acueductos. Además, su gran anchura (hasta 2,80 metros de los que 1,50 eran de specus o corazón con una inclinación entre 0,1 y 1 %) y caudal (cerca de 3 m3 por segundo) le descubren como multiusos: sirvió de regante, fuente, puente e, incluso, de senda y paralela para rutas y caminos. Parte de esta traída de aguas tuvo el mismo recorrido que la actual canalización de riego entre Mendavia y Lodosa y que el del Canal de Lodosa (1935).
Canal que comienza su viaje a pocos metros de donde se construyó una obra de tamaño natural que pasó a ser el icono de esta construcción romana: el acueducto de Lodosa y Alcanadre, que, con sus más de 500 m de longitud, 108 arcos de a cada 4,80 m de luz y con hasta 15 m de altura, salvaba el cauce del varón Ebro hasta en sus máximos de ebriedad. Un logro de un ambicioso, aunque desconocido, proyectista que se enfrentó con éxito a algo hasta entonces insólito: unir y acotar la margen izquierda del Ebro con la derecha.
La naturaleza en forma de aguas crecidas y la acción del hombre acabaron con la mayoría de su estructura. Aún hoy se siguen expoliando sus ruinas. El que nuestros antepasados arrancaran los sillares, sillarejos y piedras del acueducto en épocas de miseria e insensibilidad es perdonable. No lo es en los últimos 50 años, en la que esa actitud ya se califica como pillaje.
Esta obra es una de las construcciones históricas de nuestra tierra que mejor se ofrece para imaginársela: espectacular, rojiza (canteras de Sesma) engallada y bellísima. En ella seguro que convivieron con armonía inefable la perfecta geometría de luces, arcos y sillares; los caprichosos tamaños, colores y reflejos del tintineo de las aguas; y la solera mate de los siglos. En la columna del debe de los políticos y funcionarios de la cultura está el haberla conservado, vigilado y promocionado. En la traza de las obligaciones, el hacerlo.
El acueducto ofrece a voz cantada su indudable atractivo para ser recreado, con el mayor rigor posible y sutil imaginación, por eruditos de la arqueología, del dibujo, de lo digital o de la obra en maqueta. Esta maravilla de la arquitectura y de la ingeniería merece ser atada con la soga que se manufactura con los valores de cultura, del arte, del sentido de la pertenencia y de la educación.
¿de lodosa o de alcanadre? Los restos de esta obra están en los términos municipales de las dos localidades. De estas ruinas, la mayoría y lo mejor conservado son 13 arcos alineados en 80 metros rectos. A este tramo se le conoce en Lodosa como Puente de los Moros y en Alcanadre lo evocan más abreviado como Puente Moros, en referencia a la presencia en ese lugar de antiguos asentamientos militares de sarracenos en el siglo VIII. Este puente es en realidad el arranque del acueducto romano construido para salvar el paso sobre el Ebro. Es un deslinde entre Lodosa y Alcanadre, pero con la mayoría de la fábrica en el actual término riojano. Así se puede asegurar con rigor que lo conocido como Puente de los Moros pertenece al término de Alcanadre; y que todos los restos de la construcción que nos ocupa pertenecen a un todo que tuvo parte tanto en Alcanadre como en Lodosa. En el lado navarro casi no quedan restos por lo accidentado del terreno. Ese todo no fue otra cosa que el alucinante viaducto que nos ocupa. En cualquier caso, el acueducto y sus elementos no son en esencia ni moros ni cristianos, ni navarros ni riojanos, son, simplemente, romanos. Como lo es su contemporáneo de Segovia, que es el diamante de una traída de aguas de solo 15 kilómetros y con solo una docena más de arcos de base con la misma luz que el de Lodosa.
Los más talludos recuerdan pilares salientes sobre el cauce del Ebro protagonizando una mistérica danza del agua. El baile quedó suspendido en 1940 al construirse una presa más abajo que elevó el nivel del río.
Consultados con gusto y detalle los estudios de Blas de Taracena, María Ángeles Mezquíriz (excavaciones en 1977 y 1978), Fernández Casado (propuso el nombre de Acueducto de los Cien Ojos) y Julio Asunción se puede decir que esta maravilla está matada, pero no muerta. Es irreductible. El cachetazo para reducirla en polvo lo han manejado sin eficacia definitiva el propio río, otros elementos naturales y otros humanos, como presas, canales, vías férreas (1863 - Castejón-Bilbao-), carreteras, caminos, surtido de guerras, dinamitas (para las obras del azud del Canal Lodosa) y multitud de mangutas. Pero aún respira. ¡Qué tiazo!