irañeta - Aunque no ha estudiado en ninguna universidad, Benjamín Botanz Apestegia habla con voz experta de las edades de la Tierra y de sus antiguos moradores; géneros y especies de nombres complicados que han dejado su huella en la roca en forma de fósiles. Es un relato que se cuenta en millones de años, una vasta historia que comenzó a forjarse hace 4.600 millones de años. “Si comprimimos ese tiempo en 12 horas, el hombre apareció en el último minuto”, apunta este olaztiarra de 58 años, afincado desde hace más de tres décadas en Irañeta.

Benjamín Botanz comenzó a interesarse por los fósiles desde niño. “Vivíamos cerca de la cantera Egibil de Cementos Portland, y me aficioné con mi hermano mayor”, apunta. Precisamente, en una parte inactiva de esta cantera de margas, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS), dependiente de la Unesco, colocó hace unos días un clavo de oro, un distintivo que lo acredita como el mejor ejemplo del mundo para estudiar el tránsito entre los periodos Coniaciense y Santoniense, dos pisos geológicos del Cretácico superior. Es el estratotipo de Olazti, un corte que muestra un pequeño pero trascendental intervalo de 5 millones de años de la larga historia de la evolución de la Tierra. De su importancia da fe que en el Estado español solo hay otros dos puntos de interés geológico mundial, en Zumaia (Gipuzkoa)y en Fuentelsaz (Guadalajara).

“En Olazagutía, y en Sakana en general, hay muchos fósiles del Cretácico superior, de hace unos 80 millones de años”, apunta este paleontólogo aficionado. Entonces, al igual que la mayor parte de Euskal Herria, la comarca estaba cubierta por las aguas. “Aquí se da la mayor concentración de especies de cangrejos del Cretácico, más de 50 especies”, asegura, al tiempo que señala que “Orobe y Sarabe eran arrecifes que surgieron hace 40 millones de años”.

La explosión de la vida en el planeta surgió del mar en el periodo Cámbrico del Paleozoico, hace unos 542 millones de años, cuando se originaron casi todos los grandes grupos de invertebrados, según explica Botanz. De esa época son los trilobites, los fósiles más antiguos de su colección. “Estos artrópodos desaparecieron en el Pérmico, hace unos 250 millones de años, al igual que la mayoría de los invertebrados marinos. También se extinguieron algunos grupos de anfibios y reptiles”, observa. Y es que este cambio climático y ambiental provocó el retroceso de los animales que dependían del agua, beneficiando a aquellos que por su evolución fisiológica y reproductiva mejor se habían adaptado a la vida terrestre: los insectos y los reptiles.

También en Olazti, en un lugar que prefiere no especificar “para que no vayan personas que no respetan”, Benjamín Botanz encontró parte de la mandíbula superior de un mosasaurio. Se trata de un reptil marino extinguido hace unos 65 millones de años que habitó en los fondos marinos de lo que hoy es Urbasa. Los mosasaurios llegaban a alcanzar los 15 metros de longitud, con unas extremidades adaptadas para la natación. Habitaba zonas oceánicas y costeras de poca profundidad, alimentándose de peces, tortugas, ammonites y reptiles más pequeños.

Tras varios años de investigación y restauración por parte de la Universidad del País Vasco, Sociedad de Ciencias Aranzadi, Museo de París y Museo de la Ciencia de Álava, los resultados fueron publicados en la prestigiosa revista científica Bulletin de la Societé Géologique de France. En la actualidad se puede ver en el Museo Luberri de Oiartzun.

COLECCIÓN La casa de Benjamín Botanz es un pequeño museo, con una colección que cuenta con fósiles de entre 200 y 40 millones de años. Su número es imposible de cuantificar. Sólo de erizos, su especialidad, tiene 600 especies distintas. Son fósiles de todos los tamaños, desde milímetros hasta 52 centímetros de diámetro, de trilobites, insectos, corales, crustáceos, gasterópodos y bivalvos, entre otros. La mayoría se han recogido en Sakana aunque los hay de los cinco continentes, fruto del intercambio y la compra a otros aficionados. También cuenta con varios dientes de tiburón y otras curiosidades como peces del Gorbea, fósiles de los excrementos de rinoceronte y hiena, y la cabeza de una tortuga, entre otras.

Los fósiles están repartidos en unas vitrinas en el salón de su vivienda y también en la buhardilla, la mayoría. “Hace unos días estuvieron alumnos de la escuela de Uharte Arakil, pero mi casa no está preparada para grupos”, apunta. Miembro del grupo Luberri, una iniciativa cultural dedicada al estudio y la divulgación de la geología, la paleontología y las ciencias de la Tierra, se muestra partidario de mostrar su colección. “No es una propiedad privada como tal. Esto es cultura y creo que se debe dar a conocer”.