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Hoy toca agradecer esas lecciones

Honoré de Balzac definía al narrador como el historiador privado de los pueblos. Ese hombre o mujer que reconstruye, utilizando andamios verbales, la vida afectiva, artística, cultural, económica, social..., de una sociedad en una época determinada. Sin algunas obras de Benito Pérez Galdós o Pío Baroja, de Pablo Antoñana o Miguel Sánchez Ostiz, difícilmente podríamos comprender el tiempo que les tocó vivir. Por eso, de tarde en tarde escribo crónicas y cuento sucedidos de ayer y de siempre. Esta mañana me toca agradecer esas lecciones, que me hacen sentir la emoción de acercarme al suelo que piso. Porque solo si sabes los nombres de las cosas las puedes hacer tuyas. De no haber sido así, el Creador no habría necesitado ir llamando con su voz a plantas y animales, según refieren los libros, y que la Palabra los sacara de la nada y les diera aliento vital.

Poco podría contar acerca de Tierra Roya sin el concurso -amén de pegar la hebra- con las gentes del paisito. Muchas de las cuales nos van dejando y llevándose el secreto de los nombres de plantas, de palabras y dichos ya en desuso, de acontecimientos pasados y un tanto deformados por su paso alrededor de la noria de la memoria. De esos parroquianos del Surtidor y del Abascal, de Muriera, Acedo o Ancín? de sus incansables Rafa o Perico a los que molestas mientras atienden a sus clientes o con impertinencias de diverso tipo. Y, como no, esas personas que abandonaron oficios hoy desaparecidos o trabajaron con hoz, laya, corquete, zoqueta?, o pastorearon la dula del pueblo e hicieron cal y carbón más allá del horizonte?.

Xabier, el penúltimo de los grandes narradores de estos valles encantados, pasa las tardes entre su pequeñito taller, el bar y una casa de comidas al borde de la carretera, con sillas de propaganda y mesas a juego emplazadas cerca del peligro. Allí di buena cuenta, antes de iniciar mi remontada por camino conocido y paisaje hermoso, desde donde diviso el Ioar, las peñas de Piedramillera? y a lo lejos Oco o Montejurra, de un par de huevos fritos -yemas tersas y doradas, de toma pan y moja-, con su honesto aderezo de patatas y pimientos de la huerta del Rebusca; jamón de la zona, de textura consistente y suave paladar; un queso de confianza, que le envían al mesonero sus amigos desde San Vicente de Arana; y una tarta casera de chupa y no pares? que, por si fuera poco, invita al café... Vamos, que siempre que puedo me acerco, más contento que un tonto con una tiza escolar. Ya no hacen café de pucherete y achicoria, casi me alegro, aunque echo en falta alguno de Estella tampoco no me olvido de la copita de ron, añejo y perfumado, capaz de levantar a un difunto.

Valdega o la Berrueza y otros valles cercanos para contar? Ay, si supiera, cantar. ¿Ruta cultural? Desconfío un tanto de estas clasificaciones, tan simples como inexactas, acaso porque tengo una idea diferente de lo que deba entenderse por cultura. ¿Son cultura los yacimientos arqueológicos, las iglesias, las casas solariegas o casonas de interés, los viejos pergaminos? Claro está. Pero también lo son los ríos, con sus molinos, aceñas, batanes? Y los montes y la lluvia que aporta vida al maíz, cereal, espárrago, girasol, colza y ?

Por eso me encanta recuperar coplas y letrillas ya perdidas de la tradición oral y juegos de antaño, antiguas costumbres? y esas palabras que todavía dicen tanto y no se dejaron arrastrar por el viento. Y conocer -adaptadas si hiciera falta a los nuevos tiempos- clásicas recetas de la genuina cocina estellesa, adulterada por modas que a veces exigen apelaciones ridículas, sabores exóticos y múltiples garambainas para hacer atractivas a turistas, esnobs y domingueros, los enjundiosos platos de la tierra. Como me decía un pastor ya fallecido. “-Estos listos son unos inorantes (sic). Y lo que saben, que tampoco es mucho, lo han aprendido en la tele, y nunca moviéndose por el campo”.

Conozco Tierra Roya de primera mano, no solo por citas bibliográficas o papeles viejos. Y se me indigestan algunos saberes enlatados, que suenan a relamidos, con los que cuatro charlatanes pretenden deslumbrarnos. En su día opté por echarme a los caminos para hablar con las gentes y ver pasar ante mis ojos limpios y sin legañas, libre y sin prejuicios, el río que nos lleva. Por eso y otras cosas gracias, mi oficio ayuda, pero sin esas voces amigas, esas conversaciones aparentemente insustanciales? nunca podría haber llegado hasta aquí. La temporada que viene volveremos a tener noticia de Jergón o de Bienvenido de Estella, de aquel suceso curioso o esa columna que quizá le resulte amena, útil y provechosa. Gracias.