Se echa de menos en uno mismo, y no digamos en las nuevas camadas de navarros, un mayor conocimiento de la historia y del patrimonio artístico y cultural del viejo Reyno para saber apelar a las tergiversaciones nacionalperversas de la política de estos tiempos presentes. Si el personal se cultiva con los mejores valores del Humanismo y se nutre de la historia con la verdad de la objetividad, el cariño a las raíces tiene mayor plenitud y te ayuda a comprender mejor las de los demás. En nuestra tierra, el saber diverso otorga libertad e invita a ser siempre de la partida en el elenco de esa función de teatro y vida que es Navarre, mon amour, título sacado desde las mismas entrañas de Catalina de Foix-Grailly-Bearn, última reina del estado europeo de Navarra.
Lo anterior asalta al pensamiento caminando por las calles de Navaz, después de haber estudiado con detalle, entre otros hitos patrimoniales del lugar, la cruz parroquial de la iglesia de San Martín, templo en origen del siglo XII y donde aún oficia el veterano párroco Jesús Mauleón Heredia. Se trata de una bellísima cruz felizmente custodiada, con tanto mérito como amor, por la familia Iragui y sus antepasados durante varias generaciones.
Juslapeña, al que pertenece Navaz, es un valle de riquezas y misterios y pago de esplendores y sucesos. Contenedor de adorados tesoros del Renacimiento, que encabeza el retablo de Unzu, pero también de ensangrentadas tapias de cementerios.
Por donde la fuente que recoge las aguas de Mendurro (917 m.), la Cueva de las Brujas y la nevera, y de las que se provee un cuidadísimo lavadero, cuyas pilas de piedra se divierten al juego del tresbolillo y las sombras, el pensamiento va enmarcando y enfocando, sin solución de continuidad a esa cruz plateresca, un bellezón formidable del siglo XVI. Ese XVI del renacer, crear y amar. Siglo en Navarra de derrota a sangre y fuego, pero también, luego, de apertura al mundo de las labores creativas y, en suma, al arte.
Arte del XVI aún vivo en Navaz; esa cruz; tesoro en sí mismo y festín para las miradas admirativas de quienes buscan en el patrimonio artesanal un limpio perfil, una expresión de humana grandeza; grande por su belleza sin más. En esa cruz, la fe, el credo y los berbiquíes de conciencias sociales y políticas son actores secundarios en esta función histórica y patrimonial Navarre, mon amour, que siempre cumple provocando gozo al alma.
Esta cruz parroquial de Navaz, como otras muchas de la montaña, zona media y ribera de Navarra, es una de las mejores piezas de esa herencia recibida de la orfebrería renacentista.
Raro era el pueblo navarro que en los siglos XV, XVI y XVII no poseyera al menos su gran cruz parroquial y procesional, algunos cálices, una custodia y otras piezas menores. Hoy en día quedan algunas en muy buen estado gracias al cuidado de sus vecinos, como en el caso de Navaz, o de instituciones y museos. Otras cruces y piezas fueron robadas, vendidas e, incluso, destrozadas sin beneficio para nadie.
La cruz parroquial de Navaz tiene unas dimensiones de 88 por 47 centímetros. Sus formas y profusa decoración hacen datarla en los primeros años de la segunda parte del siglo XVI (hacia 1560). En una perfecta muestra del arte Plateresco por sus formas abalaustradas (a candelieri) y circulares. La cruz es más moderna y queda encajada al varal por un nudo con forma poligonal y una manzana poliédrica que enseña modos algo más antiguos. Así, el repertorio ornamental de esta magnífica cruz aúna distintos modos, desde los del segundo tercio hasta los más avanzados del romanismo o manierismo.
En el anverso de la cruz destaca un crucificado a cuyos lados aparecen las figuras fundidas de la Virgen María y San Juan, que, a su vez, se apoyan en candiles con las que se forma el calvario. Y en los extremos de los brazos aparece un apóstol, un profeta, San Pablo y San Marcos. El reverso de la cruz está presidido por la Inmaculada, que aparece rodeada por San Mateo, San Pedro, San Juan Evangelista y San Juan Bautista.
En la parte del mango se suceden temas geométricos, y en las caras del nudo aparecen angelotes y mascarones en cartelas de cueros retorcidos, y ya en los propios brazos de la cruz se van engarzando otros carteles, frutos, querubines, ángeles y también una crestería de veneras que ribetea el conjunto.
Salta a la vista ya en primera instancia que se trata de una cruz de gran calidad artística y muy valiosa como objeto patrimonial: un auténtico flechazo. Se corrobora al conocerla al detalle, muy de cerca; más aún al revisar estudios anteriores de otros colegas (autores del Catálogo Monumental de Navarra, Museo de la Catedral de Pamplona y Juan Plazaola Artola). En ella se observa enseguida la finura de la traza y del cincel. Un recreo para vista y el sentido.
Las cruces de la época realizadas para los distintos pueblos de Navarra procedían de los talleres, que en un buen número, conformaban este gremio al alza en Pamplona, Estella y Sangüesa. En el caso de esta cruz de Navaz, se cree que fue encargada a un taller de la capital del reino. Además de por la cercanía de Navaz a Pamplona, por las marcas del autor. Se trata de una firma que no está muy clara, aunque parece que se han escrito las letras PO/MR, que pertenecerían al orfebre pamplonés Martín Pérez Colmenares. Sin embargo, las dudas de la autoría de Pérez son razonables por la época demasiado postrera del siglo en la que tuvo actividad su taller (1580-1592), y por saber con seguridad que este orfebre manufacturó en esos años finales de siglo la cruz de Abaurrea Alta, siguiendo, todavía, antiguos esquemas goticistas.
Al final, al contar lo de Navaz, te asalta una humilde rima: La belleza, que es verdad, / y es madre del poeta, / del que canta sin tristeza, / sorprende en Navaz. / Su cruz plateresca / punzada de filigrana / y bañada de amor / embelesa la nobleza / E indica con solemne honor / la misteriosa ruta de la paz.