pamplona - “Llevo toda mi vida con retos impuestos, y ahora me lo voy a imponer yo”, dice Sergio Robledo, vecino de la Rochapea con 36 años recién cumplidos. El reto autoinfligido es la 2ª edición de la Pyr’Epic, que se celebra en septiembre en Francia y nace en la cima del Pic du Midi, a 2.877 metros de altura. “Aglutina todas las técnicas de mountain bike; la técnica de descenso, el físico de Enduro y el fondo de Cross country”, explica sobre una prueba de “120 kilómetros en dos días por sendero y monte, sin carretera ni pistas. Y con 4.500 metros de desnivel positivo y 9.000 de desnivel negativo”. Una burrada. “Va a ser duro. Muy duro. Voy a una carrera con los grandes de Europa, no para competir con ellos sino para intentar terminar, ser finisher”, cuenta.

La de Sergio sería la historia de un chalado más de las dos ruedas -que lo es- si no fuera porque hasta hace bien poco ni se hubiera pensado en una embarcada de este calibre. Detrás hay una vida de lucha brutal. Con ocho años le cayó encima “una enfermedad en la piel muy aparatosa. No sabían qué era. Fue a más hasta el punto de tener pústulas por todo el cuerpo, granos supurando... Me picaba todo, estaba siempre irascible y era un bicho raro”. Un problema que empeoró “hasta el punto de llegar a tener gangrena en manos y pies”. Así fue pasando el tiempo, “moviendo Roma con Santiago, con todos los médicos y remedios habidos y por haber”.

“si no luchas, te mueres” Cuando Sergio tenía 12 años se olió algo raro porque iba y venía del hospital con más frecuencia de la habitual. Un día preguntó a sus padres: “Oye, ¿pero qué pasa?”. Pasaba que en ese peregrinar para dar con su enfermedad le hicieron una biopsia “por probar” y le detectaron un linfoma en estado muy avanzado, casi terminal. “Mi madre fue muy heavy. Me dijo: ‘Sergio, si quieres vivir tienes que luchar. Yo no sé si vas a vivir o no. Pero seguro que si no luchas te mueres. Piensa lo que quieres hacer. Si decides luchar voy a estar para ayudarte en todo lo que pueda, pero el que tiene que luchar eres tú”.

Aquello se le quedó grabado a fuego. “Mamá, quiero vivir y voy a luchar, te lo prometo”, cuenta que le respondió. “Y gracias a eso soy como soy y estoy donde estoy”, dice agradecido a su familia y orgulloso de su pelea. En esas ha estado Sergio, “pasándolas putas después de un ciclo de quimio”, comiendo sin ganas de comer, superando un autotransplante de médula a los 15 años y un carcinoma papilar en el cuello que vino después como consecuencia de la radiación. “De eso se han quedado resquicios y sigo yendo a revisiones, pero está controlado”.

Mientras tanto, y además de todo lo anterior, la única manera de controlar la enfermedad de su piel era “con dosis altas de corticoides” y sus efectos secundarios. “Durante todos estos años hemos probado tratamientos alternativos y siempre han sido un fracaso. Hasta el año pasado, cuando salió uno nuevo y parece que funciona. He estado bajando dosis de corticoides y metiendo el nuevo tratamiento”, explica.

Reconoce que, pese a todas las cautelas y miedos “porque llevas toda tu vida así y no acabas de creer que esto vaya a funcionar y vaya a ser todo a mejor” su nueva realidad “es un subidón”. Pero quitarse los corticoides también ha sido duro. “Para el estado anímico y para las fuerzas te hunde mucho. He estado toda la vida dopado y ahora me lo estoy quitando. La adaptación me ha costado”.

la bicicleta, vía de escape Sergio viene de una familia de deportistas. En su infancia el verano era para el monte y el invierno para esquiar. Hasta que llegó la enfermedad. “No podía hacer vida normal porque estaba todo el día en el hospital, quiero recuperar y tampoco sé cómo hacerlo, me fallan los huesos, las articulaciones, etc...”. Ya era aficionado a la bici, y cuando su médico le dijo que era buena para sus rodillas vio la luz. “Me dicen que ande suave, en carretera y tal, pero la cabra tira al monte. ¿Bici? Vale, pues bici. Esa fue mi salida, mi vía de escape, el sentirme libre y hacer lo que yo quería, porque siempre he sido muy rebelde dentro de todo esto”.

El siguiente descubrimiento fue la Asociación de Discapacitados Físicos de Navarra Ibili -a Sergio le han reconocido una discapacidad del 33%-, a raíz del contacto con varios socios en la tienda de bicis en la que trabajaba. “Vienen para que les arregle las handbikes, ponerles kits eléctricos, etc... y hablando con ellos, sobre todo con Mikel Bidaurre, me dice que me pase por la asociación”.

“Sin Ibili, olvídate”, explica para reconocer el apoyo que le han brindado. “Hacen cosas con el deporte. Les dije que me gustaría hacer alguna carrerica y me comentaron que hay un entrenador, un preparador físico, un masajista... y llevo unos meses entrenando con Jabi súper a gusto. Siempre he ido a mi bola y nunca he tenido alguien que te de unas pautas, disciplina... y hay un equipo detrás que se preocupa”, relata. “Ofrecen unos recursos que de otra manera sería difícil conseguir. Hago las carreras porque quiero y me llena. Y las pago de mi bolsillo. Pero es verdad que si consigo un patrocinador sería genial...”, dice con sinceridad. Porque, entre otras cosas, y como entrenamiento previo, en verano tiene en mente hacer la transpirenaica para aclimatarse en altura.

“Estoy bien por primera vez en mi vida. Sin corticoides. Y voy a intentar andar en bici por mí mismo, porque hasta ahora he ido medio dopado. Si logro hacer esto por mí mismo me doy con un canto en los dientes”, finaliza.