Hola, personas, ¿cómo va todo? ¿Habéis ido ya al Irati a ver los árboles policromados?

Yo esta semana me he ido a pasear a una zona que se considera céntrica a pesar de su distancia del centro propiamente dicho y de sus pocos años de existencia. Me refiero a dos de las principales avenidas de la ciudad que vertebran la zona oeste: Pío XII y Sancho el Fuerte.

Para pasearme hasta allí he dudado si meterme en la negrura de la noche que reina en la Vuelta del Castillo o tomar una vía más urbana, más humana, más poblada, más viva, que me cuente cosas, que ponga en marcha la máquina de recordar... Como ya habréis adivinado, he optado por esta segunda.

He tomado Bergamín y he salido a Baja Navarra, al doblar la esquina, y donde hoy hay una tienda de General Óptica ha pedido paso el primer recuerdo vivo, presente, común a casi todos los pamploneses de mi edad para arriba: el tío Ramón. “¿Quién era el tío Ramón?”, se preguntarán los que no pasen de los 55 tacos. Pues bien, D. Ramón Urzainqui era el director y propietario de Radio Requeté de Pamplona y alma máter de los programas infantiles y sociales. La emisora estaba precisamente en esa casa de Baja Navarra, donde se ubicaba también el Hotel Comercio, y los domingos por la mañana el programa se hacía en directo con niños que cantaban o que recitaban poesías; todos ellos y los que entraban por teléfono o los que escribían al programa, todos, absolutamente todos, acababan su intervención con aquella mítica frase de “?y un beso muy fuerte para el tío Ramón”.

También frecuenté esa casa porque en ella vivía el nunca olvidado Auxilio Goñi, personaje importante e interesante en la Pamplona de los años 60 y 70 que levantó la voz, en la medida que pudo, desde su concejalía o desde su escaño en las cortes. Estaba dentro del régimen pero contra el régimen. No sé por qué no tiene una calle a su nombre en Pamplona. Se la ganó con creces. El caso es que yo era amigo de sus hijos Joseba y el Pernan y a veces asaltábamos la casa. Auxilio siempre nos hacía reír.

He pasado la plaza Circular y he llegado a Conde Oliveto, calle con sabor a madrugón y a legaña de aquellos tiempos en los que nos caíamos de la cama para montar en el autobús que nos llevaba de excursión. Atravesando la calzada de Yanguas y Miranda he entrado en la avenida del Ejército, he pasado la bonita puerta de la Ciudadela, y tras acabar el recinto amurallado he llegado a una pequeña elevación que hace el terreno de la Vuelta del Castillo en su final y que tiene un misterioso mini bosque de plátanos de sombra que tiene algo de Bosque animado, solo falta el bandido Fendetestas. Antes de abandonar lo verde me he fijado que el macro tiesto de obra donde vivía un árbol que una tormenta derribó en febrero sigue sin árbol e igual de roto y maltrecho que como lo dejó el fenómeno atmosférico. ¿No tiene el Ayuntamiento un par de currelas que lo dejen como estaba? Lo del árbol es otra cosa, ellos sabrán en qué época se planta, pero el recipiente? Amosnomejodas. Que lo arreglen o que lo quiten.

He llegado a la plaza de Juan XXIII y de ahí he hecho izquierda, he dejado a mi derecha la avenida de Barañáin, de la que hablaremos otro día, y la preciosa torre de Erroz que, vista desde un plano cenital, tiene forma de mariposa (lo podéis mirar en Google Earth). He pasado la plaza de Lacarra y he recordado aquella vieja casa que estaba en la esquina haciendo curva, de pocas alturas y color triste. Allí vivía un compañero mío del instituto que se llamaba José Javier Gallego. Buen chico, estudioso y risueño.

Bueno, por fin, he llegado a Pio XII entrando en una de las zonas, concretamente en la nº 3, del Plan de ciclabilidad. Sí, señoras con señores, han leído bien: CICLABILIDAD. Nuestro Excelentísimo se queda solo creando palabras, es un Consistorio neologista donde los haya, primero fue la “amabilización” y ahora le sigue esto. Bien, no me parece mal, las lenguas están vivas, están al servicio de la necesidad de comunicación y no a la inversa, pero es necesario unificar criterios. Resulta que en el patio de la Catedral hay una zona para que aparquen las bicis de los txirrindularis que en tal medio hacen la ruta jacobea y la señal que así lo señala es una señal de tráfico con una bicicleta y un letrero que dice “Bicigrinos”, ¡toma ya!, otro neologismo pero esta vez nacido de la mano de la iglesia, y aquí está el lío: sería más fácil si usasen ambos el mismo prefijo, o bici o ciclo. Ahora bien, si se impone la idea eclesiástica la nueva Pamplona tendría un Plan de Bicibilidad y eso para Écija o para Jerez está bien pero aquí, no sé yo, parece que chirría un poco, ¿no? Tendría su guasa; así que? ¿el obispado debería cambiar su señal y poner ciclogrinos? No creo que se avengan. Un lío.

Todo esto me recuerda a la maravillosa escena de La Colmena de Mario Camús en la que Paco Rabal le presenta a don Ibrahím de Osolaza y Bofarull (Luis Escobar), ilustre jurista, a don Matías Martín (Camilo Jose Cela), “inventor de palabras, suministrador de materia prima para el lenguaje y enriquecedor del léxico patrio”. Este último le regala a don Ibrahím su última obra: “Bizcotur: Dícese de quien además de ser bisojo y mal encarado, mira con mirada turbia y aviesa. Puede emplearse también como sustantivo”. Don Matías Martín haría un papelón en el Consistorio pamplonés. No iba a parar. En sus tiempos hubiese sido necesario un plan de carrobilidad. Supongo.

Sorteando todo tipo de trampas he llegado a la zona nº 6, avda. de Sancho el Fuerte, y he admirado los grandes edificios y la nueva plaza que han levantado en el solar de Iturrama Nuevo. El terreno sin construir parecía mucho más pequeño.

Un poco más adelante he pasado por la puerta de un bingo. Guardándola, dos bingueros, señor y señora, fumaban, bebían y se juraban mutuamente que ellos dejaban eso cuando quisieran, que de enganchados nada, “lo que pasa es que me gusta”, decía ella, “tampoco nos vamos a jugar aquí la casa”, apostillaba él. Cosas.

He salido a la negrura de la Vuelta del Castillo y a casa.

En la avenida de Galicia dos chicas se decían que se querían sin palabras. Contra una farola.

Bueno, una vez más, solo me resta desearos una buenísima semana, hasta el domingo que viene. Y? un beso muy fuerte para el tío Ramón.

Por cierto, ¿qué hay del jardín de la Diputación?

Besos pa’tos.

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