Hola personas, ¿cómo hemos llevado los rigores de enero?, bueno, pues trankis que ahora empiezan los de febrero, la fiesta continúa. De entrada este mes no puede empezar más festivo: hoy es 3 de febrero por tanto? la Fiesta de Blas, famoso tema sinfónico de Fórmula V, y ya sabéis: la cigüeña verás, optimista punto de vista acerca de lo que nos resta de fríos, aguas, nieves y ciclogénesis explosivas variadas.

Servidor esta semana ha cambiado sus hábitos y ha paseado bajo la lluvia, algo que siempre había evitado, y de día.

Cómo imaginaréis dada mi afición al río y dado que esta semana en el cine Naturaleza daban en sesión continua Río Bravo, no me ha quedado otra opción que bajar a verlo y para verlo bien visto he tenido que cambiar mi horario noctívago por otro más iluminado. La lluvia ha dado brillo a la estampa.

Desde la atalaya de la Media Luna me asomo, a la derecha veo una avenida que, potente, semoviente, serena, de un color tormenta del desierto, discurre entre las dos orillas, los cuervos , a resguardo, ocupan el graderío alto de los chopos desnudos, las lechugas vigilan que el cauce no se descauce, ellas no pueden salir volando. Miro a la izquierda y veo que la corriente empieza a ir brava, encuentra una presa, cae ruidosa, espuma, olas, vida, es el río vivo, divertido, el río de presas y remolinos, hoy bajaba alegre, para mí que iba un poco “Ebro” (chiste). He continuado parque adelante y he bajado en el ascensor de la Magdalena, he seguido la dirección del Arga y entre el “consulado” de Paderborn y el viejo puente de piedra hemos ido a la par, el río ha tenido el detalle de acompasar su paso al mío y se ha hecho paseante. Ese tramo es profundo y eso calma la cara del cauce, iba serio, cabal, poderoso, ni los patos se atrevían a hacerle cosquillas con sus patas y paseaban cautos, cua, cua, cua, por la orilla.

He cruzado el puente y he llegado al camino de la Magdalena que, hacia la izquierda, nos lleva a la Txan por terrenos de Irubide, tres caminos, terrenos donde D. Serapio Dutor tenía una hermosa casa de recreo así llamada y que dio nombre a la zona y de rebote al instituto donde rematé mi bachiller, no sin esfuerzo.

Un poco más adelante llego al ángulo que formaban los otros dos caminos, el que lleva a la Txantrea y el camino de Alemanes, en él se levantaba un destartalado edificio de tres plantas en cuyos bajos estaba el bar Iru-bide, a mí siempre me llamó la atención sus dos enormes chapas de Kyns pintadas a ambos lados de la entrada a la que se accedía por unas escaleras desde la acera y a la que precedía una especie de plazuela con algún árbol.

He tomado la vereda de la izquierda, la calle del capuchino Esteban de Adoain, un fraile navarro, decimonónico, que fue misionero en la selva venezolana y que cristianó a mucho indio; en los capuchinos de Carlos III tiene una capillita donde podemos ver su imagen con sus capuchinas barbas blancas hasta el cíngulo y que a mí de niño me atraía mucho, me parecía de otro mundo, me parecía un personaje de cuento, (si no lo habéis visto poned en Google Esteban de Adoain y veréis que no exagero).

La calle del venerable fraile, antiguamente llamada Vuelta de la Campana, une la Magdalena con el convento de capuchinos de extramuros discurriendo a la vera del río mientras éste dibuja el meandro de Aranzadi. El primer tramo de cauce, frente al molino de Ciganda, era antiguamente empleado por la guarnición de la plaza para que se bañasen los soldados en los meses de canícula, por lo que el pueblo bautizó está playa como Río de los quintos. Pasé este tramo, que apenas se ve desde la calle, y seguí bajo la lluvia disfrutando como un gorrino en un charco, me llamó mucho la atención como ha cambiado aquella vieja carretera que tomábamos para salir de la Avenida de Villava a la Txan, la zona se ha convertido en la Moraleja del Arga, casas muy principales se alinean en varias manzanas frente al río y conforman una zona residencial de buen nivel.

Siguiendo mi paseo un poco más adelante llego a una rampa enlosada que me invita a pasar y acepto, me lleva a la orilla y a una pequeña arboleda denominada Río de los Alemanes que da nombre, por extensión, a toda la zona. Es nombre, este, que se debe a unos teutones que llegaron a Pamplona en 1916 procedentes de Camerún, allí se encontraban en una colonia alemana rodeada de colonias aliadas, por lo tanto la cosa, para ellos, estaba regulín y tuvieron que salir de naja. Se les acogió con la hospitalidad que nos caracteriza y cuando acabó la Gran Guerra volvieron a su país, pero no todos, alguno se quedó con nosotros, mi padre era muy amigo de Carlos Klett, pamplonés de la calle Zapatería, empleado de la Vasco-Navarra, sordo y belenista, hijo de uno de esos alemanes que vinieron y que ya no se quisieron ir. Era un tipo encantador, con un sentido del humor muy especial, quizá era su sangre alemana. (Ver “ Los alemanes de Camerún” Víctor Manuel Eguía, Diario de Noticias, 30/12/18).

He llegado a la orilla y he perdido, mejor dicho, he ganado unos minutos disfrutando de la película: la fuerza del caudal, en concomitancia con la poca profundidad y las losas que cubren el lecho, provocaba unas alegres olas que aparecían y desaparecían a capricho. Río Bravo aquí se anima.

Inciso. Qué ganas tenía de escribir “concomitancia”. Semejante palabro se lo oí por primera vez a un viejo marista que solía decir cosas como: su vagancia, en concomitancia con sus pocas luces, da como resultado? ¡Genial! Nunca supe lo que quería decir.

De nuevo a nivel de la calzada llego a una pasarela peatonal de gran empaque con unas altas estructuras de metal sobre pilastras de cemento y que me lleva la otra orilla donde se encuentra nuestro querido Aranzadi. Entré por la zona de Casa Irujo, una preciosa casa de recreo que aun atesora la clase y la categoría que siempre tuvo, no es ostentosa, no es la más grande, pero es de una gran distinción. Imagino a los 15 hermanos que formaban esa gran familia correteando por entre coles y lechugas.

Aranzadi en profundidad lo dejamos para otro día, hoy lo he tomado solo de paso. Por detrás de la residencia el Vergel he salido a la calle homónima, he pasado junto a uno de los dos viejos abrevaderos que quedan en la ciudad y he visto con estupor que algún iluminado ha quitado la pequeña pared con grifo por donde manaba la pañí y en su lugar ha colocado una de esas fuentes urbanas verdes con cabeza de león, manda huevos, es como si a San Fermín le quitan la mitra y le ponen una chistera.

De nuevo junto al río, vuelvo sobre mis pasos y a casa que ya me empiezan a salir escamas.

El viernes vinieron a verme un grupo de paseantas encantadoras a las que pude hacer poco caso pero a las que agradezco infinito la visita. Volved.

Hasta la semana que viene. Abrigarse.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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