SAIGOTS - Desde que tiene uso de razón, José Antonio Goñi, nacido en la borda Etxeberria de Agorreta, ya conocía el contrabando. Su padre lo practicaba y su familia colaboraba porque “la vida estaba difícil y había que pegarle a lo que sería”. Su madre solía llevar sacarina en autobús a Pamplona y él ayudaba en la misión. “Con 11 años pasaba delante de los guardias al salir de la escuela de Zilbeti con la cartera llena de dos kilos de sacarina en vez de libros”, dice riéndose a sus 86 años.

De una vista privilegiada y una valentía asombrable, José Antonio siempre iba el primero de la fila, alternando entre los tramos de Erro y Zilbeti, ya desde los veinte años cuando empezó oficialmente. Con miles de anécdotas a sus espaldas y una excelente memoria para contarlas, confiesa que sólo le quitaron tres paquetes y que, a pesar de tener que soportar ventiscas y nieves, merecía la pena la recompensa. En algún tramo podía llegar a ganar hasta 900 pesetas, muy lejos de las 116 pesetas a la semana que ganaba en una fábrica en Zubiri. “Nos daba hasta vergüenza ir a misa y nos poníamos atrás, donde el coro, porque teníamos como un corro sin pelo de tanto rozar la cabeza con el paquete”, dice entre risas.

En el año 1957 cambió el contrabando una nueva vida como pastor a América. “En una temporada no me podía olvidar del contrabando. Te hacías a eso y era como una droga que se te mete en la sangre”, recuerda. - P.C.