Hola personas, tal como os dije el domingo pasado estoy de vacaciones pero ello no es óbice, valladar ni cortapisa para que hoy esté aquí para contaros un paseíto de esos que tan ricamente me pego.

Esta semana he sido tempranero al máximo para poder largarme con el recado hecho. Hoy, domingo, a la tarde he desamarrado el joven y veloz corcel y a golpe de pedal me he dado el paseo más largo que he dado desde que escribo este Rincón del Paseante: dos horas en bicicleta dan para mucho.

He salido a las 19 h y en dos pedaladas me he plantado en Sarasate para tomar la zona amable por excelencia y bajar a tumba abierta por la cuesta de la estación, emparedado por el muro de las Agustinas recoletas a mi derecha y el de los jardines de la Taconera a mi izquierda. Recomendable.

La zona está irreconocible, yo sabía de su existencia y la había visto desde el fuerte de Gonzaga y desde el Portal Nuevo, pero aún no había pateado el nuevo parque de Trinitarios y por fin he entrado. El parque está dividido en dos partes, una primera, más pequeña, que ocupa los terrenos que ocupaban la calzada de la carretera de Guipúzcoa en su primer tramo, la gasolinera de Discosa, las naves aquellas donde estaban la Chrysler, chocolates Orbea y unas cuantas empresas más de variada actividad; empieza más o menos donde el puente del Plazaola y llega hasta el nuevo puente de las oblatas. En el parque hay instalado un gran circuito lleno de dunas y badenes para que los niños se diviertan con bicis, monopatines, patines, patinetes y todo aquello que tenga ruedas, un sinfín de artilugios diferentes subían y bajaban, iban y venían entre risas y gritos.

Acabada esta primera parte he tomado dirección a la gasolinera que hay un poco más atrás porque me parecía que mis ruedas iban un poco bajas, cuando he llegado al aparato de hinchar, servicio gratuito de toda la vida, me he encontrado con que la máquina tenía un ranurita con el símbolo del euro al lado, lo cual no dejaba lugar a dudas: ¿1 eurazo por echar un soplo de aire a la bici?, estamos locos. Me he ido indignado. Cuando salía del lugar con el aire más caro del mundo me ha llamado la atención un parquin de autocaravanas que hay detrás de los bomberos y que es como un pueblo móvil, lleno de casitas móviles y de gente móvil. He cruzado hasta las oblatas, antiguo reformatorio hoy residencia de ancianos, donde ingresados y visitantes disfrutaban de la tarde en el jardín y he vuelto a la orilla del río para ir a hacer una visita al puente de Santa Engracia, uno de nuestros medievales, modesto pero importante durante siglos. Hasta hace pocos años estaba flanqueado por la fábrica de Caucho y la central eléctrica, y parecía más pequeño, estaba como un poco dominado por los dos grandes caserones, hoy que está él solo de amo y señor del lugar me ha parecido más grande y más sólido. Desde su altura he visto la presa y me he dado cuenta de que ha seguido rompiéndose, cada vez es mayor la brecha, la corriente del río es voraz.

He bajado de mi atalaya románica para entrar en el segundo tramo del parque, éste empieza ahí mismo y llega hasta la trasera del instituto la Granja, ocupando los terrenos que ocupaban los viveros y casa de Villa Miranda, otros edificios de uso industrial y muchas huertas. Al entrar en esta segunda zona me ha chocado el letrero que nos indica donde estamos, dice: Trinitarios, parque, (topónimo). ¿Cómooooo?, cero pelotero en historia pamplonesa al director general de redactar carteles para las calles. El nombre de Trinitarios se debe a un antiguo convento de dicha orden que allí hubo, si se hubiese llamado por su topónimo hubiese sido parque de Costalapea. Al rincón de aprender.

He recorrido el espacioso y amable parque y he salvado el río por una pasarela alta y fuerte que te deja en el barrio de San Jorge. En ese punto he empezado a ir por el paseo fluvial y por el mismo paseo bullidor de gente y de verde que os conté hace dos semanas he llegado al puente de Miluce y he seguido camino adelante. Éste bordea Landaben y sale frente a la escuela vial que tiene Volkswagen en sus instalaciones; discurre parejo al Arga que apenas tiene fuerza para empujar el poco agua que lleva. A pocos pasos otra pasarela te obliga a cambiar de orilla y el camino llega unos merenderos extensos, limpios y cómodos para hacer barbacoas y comilonas que hay detrás de Lagunak. En una especie de cobertizo redondo un montón de miembros de una familia y amigos, de todas las edades, desde abuelos hasta nietos, jugaban sentados en círculo a algo que los tenía muertos de risa.

El camino, que hasta entonces había sido amable conmigo, ha sacado su peor cara y he tenido que echar pie a tierra para ascender un turmalet que el muy ladino me tenía preparado. Salvado el escollo he llegado a la trasera de Barañain y al Señorío de Eulza en cuyos alrededores hay media docena de envidiables casitas con su huerta y jardín en medio del bosque y en medio de la mayor de las tranquilidades.

He bajado una fuerte rampa y el escenario ha cambiado, ya no es el Arga el que me acompaña sino que es el Elorz y el pobre en plena canícula está con un hilo de agua que apenas avanza, a la izquierda Barañain nos vigila desde lo alto y abajo cientos de huertas se dan paso las unas a las otras. El sueño de muchos es jubilarse del trabajo para ir a trabajar a una huerta. ¡¡Los caminos del Señor son inescrutables!! Otra pasarela me ha dejado de nuevo el río a la izquierda y a la derecha he reconocido la trasera de la harinera, el silo enorme que hay al lado, las casas de Puig y demás construcciones de la zona. He llegado al grupo Urdánoz y lo he pasado por detrás, entre las casas y el río, este barrio nació modesto en medio de la nada y modesto sigue a pesar de los arreglos. En una pista deportiva la chiquillería corría tras un balón. Pasadas las viviendas un ascensor, amablemente, se ofrece a subirme sin esfuerzo a Echavacoiz norte, oferta que acepto con gusto y en un santiamén me encuentro en ese alejado barrio, está tan en el límite municipal que tiene una calle cuyos números impares son Pamplona y los pares no. He tomado la avenida de Barañain por la zona hospitalaria y he salido a la plaza de Yamaguchi cuyas terrazas acogían un buen numero de merendantes, por Pio XII y sus múltiples carriles, un pelín liosos para un canelo como yo, he llegado al Baluarte donde he atado mi caballo para entrar en territorio comanche por la calle San Gregorio y en San Nicolás rehidratar debidamente el cuerpo. Tras un par de terapéuticas cañas he vuelto a por mi montura y nos hemos recogido ambos con la noche ya reinante.

Que tengáis una buena semana de fin de mes.

Besos pa tos.

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