cumple 230 años, no dos mil o más, y es idea de un arquitecto madrileño, pese a que, cómo le ocurrió al príncipe Félix Lichnowsky, la larga arcada dé a algún desconocido la impresión de contemplar “un gran acueducto romano”, como dejó escrito el aristócrata y militar de origen checo en el libro Recuerdos de la I Guerra Carlista.

Pero no, la obra de ingeniería es de estilo neoclásico y fue edificada entre 1783 y 1790. No es extraño que la estructura, de casi un centenar de arcos (97 en origen, hoy 94), llamara la atención de aquellos viajeros del siglo XIX como ocurre ahora con quienes transitan muy cerca, bien en coche o en tren. Sin olvidar que el paso de la autopista y de la vía mutilaron su original composición. La infraestructura entró en uso el 29 de junio de 1790, a una con la traída de aguas a Pamplona, un acontecimiento histórico para la ciudad. Una obra que identifica al pueblo de Noáin.

Tiene 230 años y hay que felicitarse por ello; los arcos, como le llaman los vecinos de Noáin, han resistido a las agresiones naturales y a las amparadas en el progreso como causa de fuerza mayor. El abandono en el que quedó tras cambiar Pamplona el suministro de aguas del manantial de Subiza por el de Arteta (1895), estuvo muy cerca de convertir sus piedras en grava y arena. Las fisuras provocadas por la erosión, el derribo parcial de una pilastra próxima al río Elorz que arrastró consigo a otros dos arcos y la miopía y falta de perspectiva histórica de los concejales del Ayuntamiento de Pamplona (propietario de la conducción) estuvieron a punto de autorizar su derribo en 1931. De hecho, un constructor, José Arrarás, realizó una oferta en firme para comprar el acueducto y triturarlo. La rápida intervención de la Comisión de Monumentos de Navarra no solo anuló el descabellado proyecto sino que, dando la vuelta a la tortilla, realizó con éxito los trámites oportunos para que fuera catalogado como monumento. En 1939 pasaba a ser propiedad de la Diputación foral.

Hoy, una mirada a pie de obra, confirma la solidez y hermosura de la construcción, en la que asoman como advertencia para su futura conservación algunos matojos que crecen entre las piedras. En Noáin también es conocido que las obras de la Autovía del Pirineo alcanzaron a la estructura subterránea que, de bocamina a bocamina, cruzaba por extensión de más de un kilómetro por debajo de la sierra de Tajonar. Ese pasadizo por el que en otro tiempo cruzaban los niños en busca de aventuras, ha quedado cortado y, por lo tanto, intransitable ya en su galería interior. No parece que a medio plazo haya más amenaza, si no es por el proyecto del Tren de Alta Velocidad que, indefectiblemente y por cuestiones de orografía, debe transitar por el lugar. Confiemos en que en nombre del progreso no cometan una nueva barbaridad. Todo es posible.

Las últimas obras de reforma y rehabilitación resultaron caras, largas y meticulosas, ya que se ejecutaron entre 1990 y 2002. El acueducto quedó como nuevo. A su finalización ya tenía la declaración del Bien de Interés Cultural (1992). Más tarde, en 2012 y en el marco del acuerdo de concesión de obras, la sociedad Autovía del Pirineo, SA, que estaba obligada a financiar trabajos culturales en el entorno de la vía de comunicación, sufragó la instalación de una iluminación (188 focos de tecnología LED) que, como sucede con otras edificaciones, permite dar color a las viejas piedra en una conmemoración o aniversario.

En la actualidad, el servicio de Patrimonio Histórico de Príncipe de Viana vela por la conservación del acueducto. De las últimas revisiones no hay constancia de un deterioro en su estado.

Quizá el ya citado príncipe Lichnowsky no era el más indicado para catalogar la obra. Pero el valor histórico del acueducto no está reñido con su perfil monumental. Pese a su aparente simpleza, el arquitecto José Yárnoz Larrosa lo calificó como “una fábrica grandiosa que puede calificarse de bella por sus proporciones y lo airoso de sus arcos”. El arquitecto inglés Street, de paso por el Estado, también quedó impactado por la estructura: “Tanto por la altura como por la sencillez y grandiosidad de su traza es digno de ser colocado entre los más hermosos de Europa”.

El acueducto, que figura en el escudo de Noáin, es junto a las fuentes diseñadas por Paret uno de los pocos vestigios en pie de aquella autopista del agua de difícil trazado que cruzaba buen aparte de la Cuenca desde el manantial de Subiza a la capital, “una recta monumental que, orientada hacia Pamplona, recapitula en cierto modo dos mil años de historia (del Valle de Elorz)”, según escribió el historiador Ángel J. Martín Duque.

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El acueducto es la parte más visible de una conducción que desde Subiza a Pamplona discurre a lo largo de 15,5 kilómetros por terrenos de la Cuenca.

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La estructura alcanza los 18 metros en su punto más alto y los arcos de medio punto tienen 8,35 metros de diámetro, 17,10 m en el reconstruido para el paso del tren.