l palacio de Oriz se encuentra en un enclave discreto y sosegado, escondido de este pandémico siglo XXI. Es un caserón apacible que susurra historia entre sus paredes ancladas en tiempos pretéritos, un refugio para la memoria, para el retiro del alma… Una isla orgullosa y casi olvidada dentro del propio Valle de Elorz.

Mi bicicleta me lleva por caminos que suben pequeñas colinas desde Torres de Elorz. El sendero serpentea entre campos de cereal bordeando fábricas de un impuesto polígono y una Ciudad del Transporte vallada y modernamente anacrónica. Dejo a mi izquierda una charca habitada por parejas de garzas que levantan el vuelo para saludarme. La iglesia de San Adrián, medieval y solitaria, me da la bienvenida. Llego a mi destino: a mano derecha el palacio de Oriz desde donde se divisan los dominios que escribas y cronistas sellaron con su tinta en aquel lejano siglo XVI con la visita del mismísimo Felipe II. Aquí, en este palacio, pernoctó el rey prudente durante dos noches y dejó la huella de su nostalgia recordando tiempos mejores. Aquel que bajo su dominio nunca se puso el sol quiso iluminarse de nuestro paisaje, de nuestra hospitalidad.

Me recibe la familia Eslava Zozaya, propietaria del palacio. Hoy en día es un hogar habitado, propiedad privada que guarda con orgullo el legado de su esplendor que no solo sobrevive, sino que sigue vigente reclamando la atención que bien merece. Mi anfitrión, David Pérez de Ciriza Eslava, me conduce por pasillos y cámaras mostrándome el valor de la historia que refleja sus estancias, decoradas con la esencia del pasado de hidalgos y señores. En cada habitación una ventana se asoma a un pasaje de tierras de labranza, fruto del esfuerzo de trabajadores y arrendatarios. El más noble de los sudores regó la mies de rubios campos y empapó la frente de quién los trabajó. Varios de estos descendientes me observan desde sus vetustos retratos con la mirada en blanco y negro que el rescate del tiempo y el olvido va a colorear.

Llegamos a un rincón especial, la puerta se cierra a nuestro paso por un fuerte vendaval que irrumpe de forma contundente. “Aquí durmió Felipe II en 1592”, me indica David mientras contemplo en silencio la escena. Frente a la cama todavía se aprecian restos de pinturas al fresco que en 1942 fueron trasladadas al museo de Navarra. El mural de La batalla de Mühlberg es una verdadera joya artística y cultural perteneciente a la familia Cruzat, anfitriona del monarca. Se dice que, durante su estancia, Felipe II observaba en silencio las pinturas de los combates dirigidos por su padre el rey Carlos I de España y V de Alemania. Aquella batalla vencida a los protestantes en 1547 era un recuerdo ya lejano de tiempos mejores que el rey prudente añoraba con ojos húmedos y silentes.

El cronista holandés Henrique Cook, un católico exiliado en España, dejó por escrito algunos interesantes pasajes de la estancia del rey en Oriz e incluso de su propia estancia en Noáin. Extracto de su crónica: Jornada de Tarazona hecha por Felipe II en 1592 pasando por Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Logroño, Pamplona y Tudela, recopilada por Enrique Cock, Archero de su Magestad, Notario y Escribano Público

“…Entró Su Magd en ella, miércoles, á dies y ocho, y salió jueves, á dies y nueve, hasta á dos leguas de Pamplona en una casa grande, que está en la mitad del campo llamado Oriz, que pertenesce á un cavallero particular, donde Su Magd se detuvo la noche y su gente en derredor en muchos pueblezuelos que estan en esta comarca”.

“En la tarde començó otra vez á llover de hecho. Cúpome á mi por suerte un lugarzillo que estava en un alto en el camino derecho de Oriz á Pamplona, llamado Noyan (Noáin), donde ansi mismo estavan aposentados los hombres de armas del reyno de Navarra, que yvan házia Pamplona para hallarse al recibimiento y tenian aqui sus armas. Fuí aqut alojado en la casa más rica del pueblo juntamente con el alferez de la dicha compañia que hallé en ella, que por todos y más uvo lugar. Desde aquí se vee á Pamplona muy facilmente, que está á legua y media. Hallé en esta casa buen recaudo para comer y buena cama para dormir, y levantado almorzé y esperé la venida de Su Magd que venia de Oriz bien temprano; fué derechamente hasta las puertas de Pamplona”.

David Pérez de Ciriza me traslada su preocupación sobre el histórico palacete y su futuro. Cercado por la Ciudad del Transporte y próximamente por una planta de residuos que la Mancomunidad de Pamplona ha proyectado en las inmediaciones de forma arbitraria. Me pregunto ¿dónde está la institución Príncipe de Viana para defender este palacio por el que pasaron diferentes reyes de Navarra? Hay que recordar que fue un palacio cabo de armería con carácter militar, cárcel y residencia habitual de los reyes de Navarra durante siglos.

Desde la propia bodega del palacio de Oriz, del siglo XI, reflexiono acerca de los más de mil años de historia que tiene el caserío, no puedo mirar hacia otro lado observando los muros de piedra que levantaron el linaje de los Oriz, los Lope García de Oriz (1153), Íñigo de Oriz (1223), Martín Íñiguez de Oriz (1290) o Jimeno Pérez de Oriz entre otros, así como reyes que presenciaron su silueta con las cuatro torres por entonces en pie, los Sancho VII, Teobaldo II o el legendario Príncipe de Viana…

Debemos proteger uno de nuestros estandartes y símbolos históricos del propio Valle de Elorz, y no solo el palacio, sino la iglesia de San Adrián, con su imponente retablo, su cristo crucificado y su virgen románica. El conjunto de casas, no menos valiosas, de aquellas personas que durante tantos siglos se esforzaron para hacer del valle un lugar digno y honorable, trabajando y labrando la tierra. Una tierra de la que debemos sentirnos orgullosos cuidando y protegiendo su legado. No enterremos la historia con la basura de un siglo XXI que pretende contaminar nuestro patrimonio para hacerlo desaparecer relegándolo al olvido.