e fueron al pueblo a pasar unos días para alejarse de todo lo malo que ha traído el bicho, y llevan allí más de cuatro meses. Han conseguido olvidarse un poco de la mascarilla y han encontrado en Beasoain-Eguillor (Valle de Ollo, a 20 kilómetros de Pamplona) esa paz y la tranquilidad que buscaban aunque reconocen que el invierno y las tardes más cortas se lo están poniendo un poco complicado. Pero mientras buscan pasatiempos, entre paseos, un poco de huerta y algo de ganchillo, las hermanas Lola y Lucía Melgosa, de 82 y 76 años, se apañan estupendamente. La primera se mudó ya en julio a la que es su antigua casa, reconvertida como su segunda residencia que aprovechaba sobre todo en verano y ahora, al menos de momento, su nuevo hogar. En octubre acudió Lucía para hacerle compañía y aunque de vez en cuando hay alguna pequeña discusión -"lo normal entre hermanas", bromean- saben que no podrían haber estado tanto tiempo allí la una sin la otra. Y lo que iba a ser temporal, una vía de escape, se ha ido convirtiendo poco a poco en su mejor refugio: el enclave perfecto para sobrellevar la pandemia.

"Tengo a los hijos viviendo aquí y no hacían más que decirme que viniera. Vine pensando en volver pero con todo lo que está pasando€ A ver cómo lo hacemos", dice Lola, que lamenta tener que depender de su familia "para todo, porque no hay autobús. Hemos vivido aquí 30 años y cuando venía con mi marido, que conducía, no había problema. Pero ahora estoy sola y es todo más complicado", confiesa. Por eso fue su hermana a ayudarla, a convivir con ella y a minimizar esa soledad que el maldito virus ha conseguido extender en muchos hogares. "Yo vine a pasar 15 días, a hacer unos pimienticos con la hermana, y aquí me ves, sin poder volver a Pamplona. El pueblo nos aleja de todo lo malo que está pasando, ya nos dicen que es donde mejor estamos, pero no tenemos muchas opciones para moverlos", explica Lucía, que reconoce que igual tienen que pasar allí las Navidades.

"Por lo menos estamos juntas, si no mi hermana no estaría aquí, y yo si estuviera sola tampoco. He tenido dos cumpleaños este mes y no se va a poder ni ir. Al mío tampoco ha podido venir nadie... No poder juntarse y no ver a nadie es duro, a ver hasta cuando tenemos que estar así". Se debaten "entre el miedo de ir a Pamplona y el de molestar aquí, porque los hijos también trabajan y tienen sus cosas que hacer".

Ellas se dan su paseíco por la mañana, "aunque sea dos kilómetros. Nos vamos con el perro y los dos gatos, que están muy mimados. Siempre nos siguen". Hacen la huerta -"aunque ahora hay poco que hacer, coger una lechuga o alguna escarola y quitar hierbas, poco más"- y por la tarde, como anochece pronto, se refugian en el hogar. "No queda otro remedio, qué vamos a hacer", coinciden las hermanas, Lola más casera y Lucía más "pingo". La primera se distrae con la labor: "Estoy muy a gusto en casa, y aquí es lo que me salva, me gusta mucho la aguja y siempre he hecho bordados, cortinas, manteles, ganchillo, punto€ Ahora estoy haciendo una chaqueta vasca, y eso me entretiene mucho -cuenta-. A mi hermana le gusta más salir pero aquí le tengo firme", dice sin perder la sonrisa.

Lucía echa de menos sus salidas. "El quedar con compañeras, ir al club, que no se puede ahora. Solíamos juntarnos las amigas en el de Etxabakoitz, hacíamos manualidades, jugabas a las cartas con unas y con otras, las asambleas. Había bingo, estábamos entretenidas. Yo para las seis de la tarde o antes me marchaba de casa y, ¡hala!, hasta las ocho. No paraba, pero ahora nada de nada", lamenta. Y es que en el pueblo les salvan los parajes, las vistas, la tranquilidad y la calma€ Aunque a veces, dicen, hay demasiada. "Aquí estamos más tranquilas, te olvidas de la mascarilla, es un pueblo muy pequeño y hay días que no vemos ni gente. Seguridad tenemos", reconocen.

"Hicimos esta casa cuando éramos jóvenes para venir el fin de semana, nos gustó y al final nos vinimos a vivir aquí -explica Lola-. Llevábamos más de 30 años, pero cuando empezamos a pensar en que sin coche no íbamos a poder movernos decidimos coger un pisico en Pamplona", relata Lola. Sus hijos y sus nietos van a verla, algo que agradece mucho, "pero ellos fuera de la casa y yo dentro. Ya me bastó con estar confinada en marzo, lo pasé más mal que mal", confiesa.

Hacía un mes que había fallecido su marido y le llamaron desde el centro de salud, donde acudió por la mañana, para decirle que había estado sentada al lado de un positivo. "Tuve que tomarte la temperatura todos los días, la tensión, que llamara al 112 si tenía unas décimas€ Porque entonces era más alarmante que ahora, estaban menos acostumbrados. No lo tuve pero pasé 15 días en casa y justo cuando hacía los 15 días nos confinaron a todos, ¡fíjate tú qué faena!".

"Me dejaban todo en el felpudo, parecía que estaba apestada. Lo pasé mal. No poder ver a nadie, la soledad€ Si fuera ahora quizás estaría un poco más habituada a estar sola, pero entonces lo pasé muy mal", confiesa. Le cogió en Pamplona y fue después cuando se marchó al pueblo, "porque a los hijos no les había tocado hacer la huerta, que la hacía su padre, y vine para orientarles. Pasas un día, otro, te vas habituando, te dicen que te quedes, que es mejor€ Y aquí me quedé". Ahora, dice, "gracias a que está mi hermana. Nos ayudamos la una a la otra, nos hacemos compañía. Si no con este tiempo estar aquí es muy triste. Es un pueblo muy pequeño y para las seis de la tarde ya está oscuro, te tienes que meter en casa. Porque si hace bueno es un sitio muy bonito para estar en la calle, pero ahora€".

Le da tranquilidad, eso sí, estar con la familia, "que estén aquí los hijos me vale mucho". Dice que el valle "está un poco envejecido" y les hace falta el autobús. "Hay gente joven también pero hay bastante gente mayor. Y aquí no hay ni tiendas ni nada, para ir a comprar aprovecho un viaje con los hijos y me escapo a Pamplona o me hacen ellos algo de compra pero no quiero ser ninguna molestia. Estamos a pocos kilómetros de la ciudad, no hay distancia. La tienda más cercana está en Ororbia, pero para ir tampoco hay autobús". Echa de menos esas facilidades, tener a mano tiendas y servicios. El supermercado, el médico. "Hacen falta para que los pueblos pequeños no se queden solitarios y perdidos, que no se vacíen y se pueda vivir en ellos. Si no hay modo de vida no puede ser. Y mira que nosotros, en Beasoain y Eguillor, tenemos los filtros del agua que va a Pamplona. Hay cosas", señala.

Desde su casa ve el monte Mortxe. Tiene un cuarto de hora hasta el Garaño, "antes aquí le llamábamos Gaztelu. De frente está el Txurregui, ahora estoy viendo todos los montes que rodean Olza; Lete lo veo desde casa, Atondo. He visto pasar el tren, tenemos el río, la carretera€ Es un sitio bonito. A todo el que viene le encanta, es un rincón como si lo hubiéramos elegido". Y poder disfrutar de eso también es un lujo.

"Aquí estamos más tranquilas, hay mucha paz y días que no vemos a nadie"

Vecinas de Beasoain