Resulta habitual verle paseando por las calles de Cordovilla cargado con unos cuantos kilos de más. Tirando de brazos y de 32 patas y hocicos que buscan, huelen y quieren todo, aunque sientan debilidad por las caricias... vengan de donde vengan. Eso sí, las de su dueño, Fermín González, son las únicas que consiguen sosegarles un poco. Por sus enanos es capaz de cualquier cosa: “Lo mío fue, sin duda, amor a primera vista -reconoce-. Y haría cualquier cosa por ellos”. De sus ocho beagle, las dos camadas que tiene en casa, podría estar hablando durante horas. De las virtudes y rarezas de cada uno, de lo que les diferencia y de lo que les une y de todas esas cosas pequeñas, diminutas, que para él nunca pasan desapercibidas. “Sería capaz de diferenciarlos hasta con la luz apagada”, dice.

Hace siete años que este publicista, vecino de la Milagrosa afincado en Cordovilla, decidió dedicarse a la cría de una raza que para él es única, que le da muchas alegrías requiera el esfuerzo y la dedicación que requiera y que le ha hecho, además, cambiar radicalmente de vida. “Me pegué muchos años pensando si sería capaz de criar a un perro, hasta que conocí a Chirgo. Fue un flechazo increíble. Vine con él en el coche y fueron los 50 kilómetros más bonitos de toda mi vida porque me acuerdo de que le miraba y pensaba, ‘¿seré capaz de cuidarte, de darte una buena vida?’. Él me ayudó a dejar de trabajar los sábados y los domingos, a no trabajar 17 horas diarias, a ir cambiando de hábitos. A ver las cosas simples y a ser diferente: me enseñó a vivir la vida de manera menos exigente”.

Fermín González, tirando de sus obedientes canes, cruza un paso de cebra en Cordovilla.

Habían pasado apenas tres años cuando, ya teniendo a otra beagle en la familia -Cloe- el perro murió en un accidente de tren, “pasé unos meses malísimos porque lo quería muchísimo”-relata González, que lo lleva tatuado en el brazo-. Le prometí a él, y a mí mismo porque él me ayudó mucho a nivel personal, que me iba a hacer un criador de los buenos”. Así fue como llegaron Sella, Blue (hijo de Chirgo y Cloe), Baltasar (de origen portugués y todo un figura con mucho carácter); y después los pequeños Leo, Gladiador, Gilda y Rita, de cuatro meses. Con ellos y ellas sacará adelante su propia “línea” de Beagle.

Son perros “muy movidos”, dice, “que necesitan mucho monte, pero luego en casa son unos amores. Son muy cariñosos. Yo siempre digo que mis perros son perros felices porque les meto mucha actividad durante el día, luego los fines de semana seis y siete horas de monte, y alguna vez huelen rastro y se van, son perros de caza… Pero siempre vuelven”, bromea. Con el paso de los años ha ido conociendo la raza y asegura que no coarta sus instintos, tiene muy claro que los suyos no son unos perros de exposición: “No los crío para la caza, ni lo haría jamás. Intento saber qué tipo de vida lleva la familia que está interesada”. A través de su página de Instagram ‘Mis enanos los Beagle’ transmite sus experiencias y el cariño hacia los animales. “Durante meses me escribo con mucha gente. Por tipos de preguntas voy descartando, la labor de la madre es cuidar de los cachorros y la mía buscarles las mejores familias. Estoy segurísimo de que todos los cachorros que se han ido a otras familias -ha tenido cinco camadas en siete años- se han ido con buena gente. De hecho, mantengo contacto con todos”, explica. Este verano viajará a Madrid y a Barcelona precisamente de visita.

Le gustaría, “quizás dentro de unos años, escribir un libro con algunas conclusiones sobre la raza. No soy ningún experto pero paso mucho tiempo con ellos, mi único hobby son los perrillos”. El sueño que quiere cumplir y que el año pasado le truncó la pandemia pasa por comprar un terreno bien grande y hacer “un centro de entretenimiento” para los canes, con piscinas, columpios... Estoy ahorrando para hacerlo posible. Me siento obligado a darles una buena vida”, asume.