Llegó a Pamplona en 2007 sin papeles, durante tres años ejerció como vendedor ambulante “con cervecita en San Fermín y corriendo cuando venía la Policía”. Regularizó su situación, en 2010 abrió su primera tienda y su Sociedad Limitada suma hoy cuatro establecimientos, un bar y hasta su propia cerveza. Primitivo Herrera, Primhos para todo el mundo, ha levantado un pequeño imperio con sus chuches con mimos.

Un día escuchó a una joven hablar por teléfono con una amiga: “Vale, quedamos en Primhos. Pero ¿en cuál”. “Joder, ya estoy creciendo. Ahí me di cuenta”, dice este colombiano (de Cali) de 57 años, de profesión joyero. Tuvo que salir de su país y vivió 10 años como asilado político en Alemania. Después probó suerte en Pamplona porque una amiga vivía aquí. Y aquí se ha quedado. Ni conocía la ciudad ni tenía experiencia en la venta de alimentación y licores. “Nada, ni idea. Solo lo que tiene que ver con la atención al público, por mi joyería en Colombia”. Apostó por las chuches “porque era lo más económico. No pensé que fuera a funcionar tan bien”. Primero la calle Javier, en 2012 probó suerte en Sarriguren, “pero cerré un año después porque me quedaba muy lejos”. En 2013 la “icónica” tienda de Navarrería, inaugurada en ceremonia privada por Juan Antonio Aznárez, obispo auxiliar de la archidiócesis de Pamplona y Tudela. En 2016 otra más en la Rochapea, “ahora cerrada por el covid, pero abriremos pronto otra vez”, y en 2019 la de la calle del Carmen.

Su última adquisición ha sido el Café de Pablo de la calle Compañía, que regenta desde hace 8 meses. “La gente me dice que lo cambie por el Café de Primhos, pero lo voy a dejar así. Funciona muy bien, el personal es el mismo... todo igual. Solo que ahora pertenece al Grupo Primhos”. Tampoco tenía experiencia en hostelería: “Este negocio es sencillo, hay que atender bien a la gente. El cliente te perdona que no sepas tirarle una cerveza perfecta. Lo importante es que se sientan como en casa”, argumenta.

Por último está la marca de cerveza que sacó hace un año con ayuda de Morlaco Beer, “una rubia muy suave. Atrae mucho porque no pega duro. Yo la vendo como la cerveza de la eterna juventud, te tomas dos y rejuveneces 10 años”. Con los eslóganes juega fuerte y sin complejos: “una de las mejores cervezas del mundo” o “el orgullo de Pamplona” puede leerse en los carteles que anuncian la birra. “Me emociono porque lo mío es lo más grande, si no no sirve”, argumenta.

Dice que sus locales son un punto de encuentro para las cuadrillas, que le ha tocado hacer de consejero matrimonial, ahogar penas de estudiantes preocupados por suspender y animar fiestas de los que han aprobado. En su tienda de Navarrería guarda un jarrón en el que los jóvenes de Erasmus dejan un mensaje con sus promesas o anhelos. Y explica que su trabajo es sacrificado “pero reconfortante. Los jóvenes nos empujan y la mayoría de los vecinos nos quieren”.

Una década después de aterrizar en la capital navarra, para Primhos Pamplona “ha sido todo para mí, me lo ha dado todo. En una ocasión me paró la guardia civil. ‘Usted de dónde es’. Yo de Navarra, pamplonica puro. Los guardias se reían”, recuerda. Promete que Primhos seguirá creciendo -“es ley de vida”- anuncia el libro Desde mi refugio, las increíbles aventuras de un inmigrante sin papeles en el que contará “mi vida, desde cuando llegué a Alemania. Las historias duras, las reales, cuando se vive como refugiado”. Empezó “de cero, sin un peso, ni un euro, nada”. Y asegura que “trabajando duro se consiguen las cosas. La gente cuando ve que uno va creciendo dice, ‘ahhh, colombianos, eso tienen que ser mafias’. No señor, es trabajo honrado. Es lo más importante”