l año pasado, la pandemia les impidió acudir a los mercados y vender directamente sus productos confeccionados con mimo y cariño. Este 2021, con el avance de la vacunación, han tenido más faena, aunque no tiran cohetes, ni mucho menos. Además, para rematar, la variante Ómicron ha puesto a Navarra, de nuevo, patas arriba. Pero no hay pandemia que les frene y los productores no han fallado a la tradicional cita con la Feria de Navidad en la Plaza del Castillo, organizada por el Ayuntamiento de Pamplona y la Asociación de Elaboradores de Alimentos Artesanos. Desde sus 27 casetas, los productores han acogido este fin de semana a los numerosos ciudadanos que se han acercado al cuarto de estar pamplonés a pesar de la gélida niebla.

María José Brust elabora diversas mermeladas con la fruta de su casa, situada en la pequeña localidad de Irurita, en el Valle de Baztan: de cereza negra, pera, nuez, frutas rojas, fresa con menta, melocotón, ciruela claudia, piña al rón... “Este año hemos sacado la de higo. Está funcionando muy bien para ser un producto nuevo”, asegura María José Brust, de Mermeladas Irular. Aunque aún no ha superado a la “reina”, la mermelada de albaricoque con zumo de naranja, que sigue imbatible en ventas.

María comenta que estos tres primeros días de feria, arrancó el viernes a la tarde, han funcionado muy bien. “Estoy encantada. La gente está saliendo a la calle con ganas, con buena cara y con una sonrisa”, afirma. Y también, como en el resto de ferias que se han celebrado en 2021, está comprando: “Este año hemos tenido bastantes más mercados. No nos hemos recuerado del todo todavía, pero estoy contenta”, confiesa. En 2022 mantendrá los mismos productos, “que ya son bastantes, pero siempre con la mente abierta”. Además, el año que viene contará con la ayuda de su hijo Xabier, que poco a poco se adentrará en el negocio familiar. El objetivo, confiesa, impulsar el relevo generacional. “Tengo sesenta años y si pudiera ya me hubiera jubilado, pero soy autónoma”, matiza.

Las comidas y cenas de Navidad están ya a la vuelta de la esquina y sobrevuela la presión para acertar con los menús. Quizás, una trufa navarra ayude a quedar como un buen anfitrión. “Tenemos la plantación en Ancín. Desde allí traemos trufa fresca recién recolectada. A la gente le impacta ver la trufa así, al alcande de la mano. También tenemos huevos, aceites o salchichones trufados”, enumera Sandra Izkue, de Trufas Aizeaga de Tierra Estella.

Su trabajo, matiza, no consiste únicamente en la venta del producto, ya que también realiza una importante labor de divulgación: explica al cliente cómo limpiar y conservar la trufa o cómo trufar alimentos tan variopintos como el queso brie, mantequilla, nata, huevos o aceite. Además, intenta romper la idea de que la trufa es un producto selecto. “Aunque el precio por kilo es alto, después no hace falta comprar un kilo de trufa. Ni mucho menos. Con 20,30 o 40 gramos por familia es suficiente”, indica.

La feria de la Plaza del Castillo se caracteriza por la inmensa variedad ya que además de productos de alimentación -pastas, quesos, licores, miel, infusiones o las citadas trufas y mermeladas- también hay puestos de bisutería, marroquinería, platería, cestería, lana, trabajo en madera o jabones. Y de alfarería: “El oficio de alfarero viene de muchas generaciones atrás, cinco por lo menos. De ahí para atrás, perdemos el control”, asegura José Vicente, de Alfarería Antonio Naharro. Sus bisabuelo y abuelo, ahonda, eran arrieros y vendían botijos y cazuelas de pueblo en pueblo por La Rioja. “Somos de Navarrete y nosotros ahora venimos a la Plaza del Castillo con furgonetas. Hemos cambiado el medio de transporte, pero el producto es el mismo”, asegura. Lo tradicional, subraya, es lo que más triunfa: “Una hucha para los pequeños y cazuelas para el asado de Navidad”.

Entre las 27 casetas también hay espacio para la ropa: sudaderas, pantalones, camisetas, chaquetas, faldas, chalecos... “Somos una marca de moda sostenible, artesanal y alternativa que utiliza tejidos peninsulares que no contaminan. Todas las prendas las confeccionamos en nuestro taller de Irún porque apostamos por la proximidad y el kilómetro 0”, relata Ilargi Altube, que fundó Luhei junto a su mujer en 2013. En los incios, ahonda, fabricaban únicamente ropa de mujer, “poco a poco añadimos la de niños y niñas y cada día hacemos más ropa de hombre”.

Y en una feria de Navidad no podían faltar los juguetes, aunque los de Orel Martín poseen un cariz especial: “Es una selección de juguetes clásicos interactivos que fomentan el desarrollo del equilibrio, la psicomotricidad o la memoria. Los hacemos a mano, son artesanales”, asegura el trabajador de juguetes Micifú. Entre todos ellos, aconseja, la pipeta mágica debe estar debajo del árbol estas Navidades. “Estimula la capacidad pulmonar y va muy bien para los niños que tienen dislexia. Mejoran la pronunciación y fortalecen los músculos de la boca”, apunta.