ola personas, ¿Qué tal lleváis lo de ir a cara descubierta? Esperemos que dure.

Bien, veamos por donde he andado esta semana. He ido lejos del centro, bien lejos. En esta ocasión me he ido a pasear al barrio más alejado de la Plaza del Castillo, he ido al barrio de la playa, efectivamente, he ido a Donosti. Vamos a ver cómo fue la cosa.

Resulta que el viernes tenía una cita con mi amigo M.E. para ir a la Bella Easo a hacer un recado, una vez entre sus calles pensé que después de 208 "paseantes" ya era hora de dedicar uno a nuestra querida y vecina ciudad. Donosti es la prolongación de Pamplona y viceversa, la rivalidad sana y banal siempre existirá, y ésta se refleja en esos dos manidos tópicos de "robasetas" y meaplayas", pero el "muchoporciento" de los pamploneses la primera ciudad ajena que conocen en su vida, es la capital guipuzcoana. Somos muchos los pamplonicas que tenemos una foto de nuestra más tierna infancia montados en un carrito tirado por una paciente cabra o a lomos de un delicado poni recorriendo los caminos de Igueldo

Ya de muy niños nos llevaban allí de excursión con el cole, ¿quién no sufrió las dos horas de autobús renqueante Azpíroz para arriba, Azpíroz para abajo con sus curvas y sus mareos?, y ¿quién no sufrió las eternas travesías de Tolosa en las que podías pasar media hora viendo aquel pobre río que las industrias aledañas habían convertido en un fluido de espuma blanca, enorme pastel de nata que lentamente discurría por encima de las aguas acompañado de un pestilente olor a papelera? Pero daba igual, a esas edades y metidos en harina, de viaje con los compañeros de clase, entonando a voz en grito aquello de: el señor conductor tiene novia, tiene novia, tiene novia, el señor conductor tiene novia, tiene novia el señor conductor, y, dispuestos a pasar un día de fiesta y novedades, todo nos daba igual. El primer objetivo nada más llegar era ver el mar, el paseo de la Concha era lugar de desembarque obligado, a los que somos de tierra adentro ver el mar siempre nos ha causado una especie de hipnosis y en ella caíamos y pasábamos un rato correteando subiendo y bajando a la playa, y comiendo el primer bocadillo del día. De vuelta al autobús nos dirigíamos a la segunda visita obligada: el parque de atracciones del monte Igueldo, con su montaña suiza, las barcas que iban atravesando túneles por un canal al borde del monte, el laberinto y un montón de cosas más que en Pamplona no teníamos y que disfrutarlas allí era algo inolvidable, solo tenía una pega: que había que pagar en las atracciones y el magro estipendio que en casa nos daban para tal fin no era de goma, no se estiraba y si eras de talante manirroto te montabas nada más llegar en todo lo que veías y el resto del día lo pasabas de a pie viendo como disfrutaban tus compañeros más previsores. Tampoco en esta excursión faltaba la fiambrera con carne empanada y el tubo de leche condensada la lechera.

En el verano cada año nos acercábamos en familia alguna que otra vez para disfrutar de la playa. De esos días playeros el mejor recuerdo que tengo es de unas deliciosas patatas fritas que vendían en unas bolsas de papel amarillo.

Pasado el tiempo y cumplidos los años el viaje a Donosti siguió siendo frecuente en nuestras vidas. Había fechas fijas como tamborradas, carnavales y semana grande, que eran fechas señaladas en el calendario a las que no se podía faltar, con sus grandes rondas de vinos y pintxos por las calles 31 de agosto, Mayor, Fermín Calbetón, Plaza de la Trinidad, plaza de la "Consti" y otras, acabando en la Unión Artesana en la plaza de Zuloaga. Otras fechas eran variables, como algún fin de semana veraniego, con el consiguiente copeo por la zona de Reyes Católicos o el amanecer a la salida de Bataplán, hay que reconocer que a las noches del verano donostiarra no les faltaba de nada. A veces el viaje era de ida y vuelta para ver algún concierto en Anoeta donde los pamploneses vimos a Ramones, Chick Corea, The Cure, Lou Reed o Mike Olfield entre muchos más. Eran tiempos en los que no había autovía, en Irurzun se acababa lo bueno y hasta Tolosa todo eran curvas, pero íbamos y volvíamos. El ángel de la guarda no tenía día libre. El lunes fuimos por la mañana y tras hacer la gestión que nos llevó hasta allí, nos dimos un paseo por el centro haciendo hora para comer. Recorrimos lo que llaman el San Sebastián romántico, calles Hernani, Avenida, Boulevard, Plaza de Guipúzcoa, San Martín, Hondarribia, Garibai, Plaza del Buen pastor etc., etc. Y comprobé que sigue siendo una ciudad preciosa, con un lujo decimonónico que a nosotros nos falta, pero la proximidad con la frontera, con la consiguiente influencia francesa, y su tirón turístico, aupado por Isabel II a mediados del siglo XIX y continuado por su nuera la reina María Cristina, le ha dejado un poso de clase y categoría que ha sabido conservar y potenciar. Para llegar a la parte vieja, donde teníamos intención de dar cuenta de una buena pitanza, nos acercamos al paseo de la Concha, que, a pesar de un molesto sirimiri, bullía de gente y de vida. Nos acercamos a su famosa barandilla, convertida en icono de la ciudad, y disfrutamos de la maravillosa vista que ofrece: playa, mar, Santa Clara, Igueldo, bahía, Urgull. Hicimos derecha para llegar a los jardines de Alderdi-Eder y rebasando el ayuntamiento, ecléctico edificio levantado a finales del XIX como Gran Casino y en el que las fortunas europeas se jugaban las pestañas hasta que el juego fue prohibido en 1924, entramos en la parte histórica y nos dirigimos a la Cepa de Bernardo, afamada casa de comidas, donde dimos cuenta de unas almejas, unas gambas y un besugo que nos hicieron saltar las lágrimas, ¡qué bien se come en Donosti!

Acabado el "angustioso trámite" salimos al puerto pasando junto a la barroca iglesia de Santa María del Coro y la famosa sociedad gastronómica Gaztelubide. Tomamos un camino que bordea el monte y que llaman paseo de los Curas para llegar al paseo Nuevo y disfrutar de la fuerza de las olas al chocar contra el muro. El día no era de los más espectaculares, ni mucho menos, pero de vez en cuando llegaba alguna ola que rebasaba la barandilla y ponía como una sopa a quien no estaba listo para escapar de su descarga. Volvimos paseando por el puerto ente casas y barcas y entramos en lo viejo de nuevo para, poco a poco, llegar al coche que nos devolvió a casa.

Hay que reconocer que nuestro barrio de la playa es un lugar envidiable. Bonita ciudad en bonito enclave.

Besos pa tos.