“El cine es una meditación sobre la vida, un reflejo de la vida”. Con su voz tranquila de profesor de filosofía, de quien lleva a la espalda 87 años, Alfonso Verdoy recibió la semana pasada un homenaje de la Muestra de Cine Español, de todo Tudela y del cine club Muskaria, del que es el miembro más antiguo ya que se inscribió en 1967, dos años después de su fundación. Quien acude al cine Moncayo para la película de los jueves o quien busca en Tudela la opinión de un entendido escucha su visión calmada, con la que analiza todos los aspectos del film y al que le escuchan desde los directores a las más consagradas actrices o guionistas, pasando por vecinos y vecinas de Tudela que acaban de dejar su butaca.

Alfonso Verdoy nació en el Madrid del No pasarán en 1937 y en cuanto acabó la guerra, se trasladó a Tudela donde llegó con cuatro años. “No recuerdo los bombardeos, pero mis padres recordaban todo. Contaban cosas tremendas, vieron barbaridades. Luego vinieron a Tudela y se encontraron la otra cara de la guerra y las barbaridades que había hecho el otro bando”.

Vivió en la calle Mercadal y de esos primeros años recuerda sobre todo los juegos, “hacía solo 3 años que había acabado la guerra terrible, pero éramos felices o así lo veo ahora. Estábamos siempre jugando. Nos íbamos a las eras donde está el campo de fútbol ahora y si no en la tejería de Añón o en Jesuitas. Para ver al Tudelano en Griseras (que llamábamos Deportivo y que jugaba con camisas de calle blancas), había que entrar con un adulto. Había un dicho en Tudela que era balón fuera, muete dentro, porque los que no habían podido entrar, lo hacían con el balón”. Todas estas vivencias las recogió en su primer libro Del Cristo a la Peñica (1995).

En aquella Tudela de polvo y barro había varios teatros, el Cervantes, el Gaztambide y el Regio, pero también en como juego, en el portal de la casa de un amigo donde hacían representaciones. Verdoy recuerda que para él “el cine era soñar. El zorro, Robin Hood, Alí --Babá, eran maravillosas, pero ojo, el cine era un gasto muy caro. Ver una película era una maravilla porque huías de la realidad. Era un espectáculo distinto y caro”. Dentro de esos recuerdos tiene marcado cómo, hacia 1954 y de la mano del padre Elizalde, ya se hacía un cine forum con películas de tinte religioso, “en la recién nacida peña Muskaria e iban 500 personas, en una Tudela de 20.000 habitantes”.

Tras pasar por la “escuela de Suescun” ingresó en el colegio de los Jesuitas en 1947 donde coincidió entre otros con Rafael Moneo “mis amigos eran Izuzquiza, de Valladolid, Garaigorta, Mateo, de Soria, y Múgica, de Villafranca de Ordizia. Todos han muerto, madre mía -exclama-”. En 1954 comenzó a estudiar Magisterio, dio clases en Corella y de ahí pasó a estudiar Filosofía y Letras en Barcelona.

“El cine era soñar, pero ojo, era un gasto muy caro. Ver una película era una maravilla porque huías de la realidad. Era un espectáculo distinto y caro"

Alfonso Verdoy

A Barcelona

La ciudad Condal, donde estudió tres años, era otro mundo y le sirvió para sumergirse en la cultura. “La primera vez que costó el teatro 100 pesetas fue cuando Adolfo Marsillach hizo Después de una caída de Arthur Miller. Había mucho teatro y exposiciones, era un mundo distinto, conciertos, ópera... Ver la salida de la ópera era como una película de Visconti”, explica. Tras aquella experiencia, volver a Tudela era un choque, “recuerdo que al día siguiente de volver, entré en un bar y el que venía le dijo al camarero, que tenía tres dientes de oro, ‘oye boca de hierro ya me pondrás una cerveza… y le contestó el camarero ‘¡tócame los cojones boca de hierro!’ y pensé, ¡qué contraste!, lo recuerdo perfectamente”.

A partir de su vuelta hizo más intensiva su colaboración con la revista local La Voz de la Ribera que se había iniciado en 1956 y que retomó en el espacio El tiempo y el hombre. Una colaboración que no ha cesado y que recopiló en Frente al Espejo (2011). Comenzó a dar clases en Jesuitas y luego en la ETI y a partir de entonces rodó varias películas y cortometrajes en súper 8. Sus métodos de enseñanza no eran habituales e inspiraron a muchos a elegir su destino laboral.

El poso cultural que trajo de Barcelona hizo que se quisiera apuntar a una nueva actividad que nació en Tudela en 1965, el cine club Muskaria, algo que no pudo hacer hasta 1967, al quedar dos plazas libres. “Las sesiones eran increíbles. Había más de 200 butacas que se llenaban en cada ocasión, primero en el Tazón, luego en Jesuitas y al final en el Versalles. Se encargaba cada semana uno de dirigir el coloquio y presentar la película. Julio Cebollada tenía una biblioteca tremenda, te dejaba libros y revistas sobre la película, te lo preparabas y lo presentabas”.

Alfonso Verdoy en la foto del catálogo de Jesuitas de 1947, el tercero, abajo, por la derecha. A su derecha Rafael Moneo Fermín Pérez Nievas

Pese a que España vivía en plena dictadura, en aquellos debates y en aquella pantalla se respiraba libertad, “se aprovechaba porque había debates y películas que incidían en el tema político. Recuerdo Sacco y Vancetti, una película tremenda, El acorazado Potemkin. Las sesiones era multitudinarias. Nunca tuvimos problemas de censura o de que lo prohibieran, y eso que el que lo dirigía era el sacerdote Chueca. Hubo películas de un destape bestial, no pornográficas, pero casi... y pensábamos ‘que no se entere’”, sonríe Verdoy. “Ahora los jueves que hay cine club, hacemos un pequeño corro a la salida y comentamos... eso es todo. La vida ya es otra cosa”. A principios de los 2000 hubo un intento de recuperar aquellos debates en el cine Moncayo pero no cuajó

Junto al cine y la filosofía, su tercera gran pasión son los toros. Algo que está en su interior también desde su juventud, de hecho, con 16 años iba a la finca El Ventorrillo y saltaba las vallas y citaba a los toros, “hasta que nos cogió el pastor”. De esa pasión, que ha llevado a las páginas de su tercer libro El Toreo. Arte y Mito (que ha tenido que reeditar) nació su amistad con Isidro Marín y con el banderillero Rufino Milla. “En Barcelona iba mucho a los toros, había mucha afición. Los toros son el espectáculo que resume el drama de la existencia humana”. En su obra aborda la belleza de la tauromaquia y su raíz mítica enfocada desde la filosofía. “Ha habido una crisis del toreo, pero creo que las cosas están volviendo a su ser. Va menos gente a los toros pero está subiendo la venta de libros de toros. Hay un retornar la mundo del toro”.