El superviviente de una tradición dedicada a la tierra
Tirso Salvatierra, agricultor oteizano, vende Nueces de Navarra y su aceite de oliva virgen extra, ambos ecológicos y avalados por el sello Reyno Gourmet
Por las calles de Oteiza, el nombre de Tirso Salvatierra Martínez de Eulate suena familiar. Fue alcalde del municipio en 2015, pero quienes lo conocen saben que su verdadera vocación está en el campo, entre los árboles y lejos del despacho. A sus 63 años, Tirso sigue cuidando de los olivos y nogales que lo vieron crecer para dedicarse a la venta de nueces y aceite de oliva virgenextra, ambos productos ecológicos y de primerísima calidad, avalados por el sello Reyno Gourmet de Navarra.
Los primeros recuerdos de este ballenero –apodo popular referido a los habitantes de Oteiza– ya se encontraban en el campo, entre la fraternidad de los agricultores y el olor de la tierra. “Yo era cerealista con mi padre, Salvador", rememora Tirso. Su padre, Salvador, le enseñó desde niño a trabajar los campos de cereal, y él recuerda aquellas jornadas entre primos, cuando “los pequeños íbamos a recoger los sarmientos porque nos agachábamos menos”.
Hoy, al mirar atrás, entiende que su historia es también la de un cambio generacional. “Mis abuelos cultivaban viña y olivar, pero luego todo se llenó de cereal. Ahora parece que volvemos al árbol, al origen”, reflexiona.
“Mis abuelos cultivaban viña y olivar, pero luego todo se llenó de cereal. Ahora parece que volvemos al árbol, al origen”
Tirso, sin embargo, comenzó a darse cuenta de que las tradicionales cosechas de su familia “tenía poco recorrido y empecé a buscar alternativas”, señala. La viña fue el primer intento del oteizano, aunque, como él relató, “sin mucho éxito”. Después llegaron los olivos y, más tarde, los nogales. Hoy, su pequeño negocio familiar –sin tienda física, pero con clientela fiel en Navarra, Gipuzkoa y hasta Asturias– se ha convertido en un referente de la producción ecológica local.
El ballenero confiesa que no empezó en la agricultura por vocación, sino que, más bien, “por inercia”, admite. Sin embargo, en la actualidad, su oficio le “gusta mucho. Disfruto como un niño entre los árboles”, confiesa. “Quizá sea la edad”, dice, o, puede que, “la calma que da el campo frente a la vida de la ciudad”. Ante todo, su trabajo, como asegura, se ha convertido “en una forma de vida”. Además, los avances que ha dado su negocio han sido, también, un impulsor de motivación laboral.
“Todo es natural”
Sus productos, amparados por el Consejo de la Producción Agraria Ecológica de Navarra (CPAEN) y la marca colectiva Nuez de Navarra, son fruto de un trabajo meticuloso. “No usamos insecticidas ni abonos químicos. Todo es natural”, explica con orgullo.
La recolección, el pelado y el secado de las nueces se hacen a mano, en un proceso que se repite hasta tres veces para asegurar que solo las mejores lleguen a las bolsas que vende en ferias y tiendas de cercanía. Un proceso manual del que se encarga Tirso junto a su equipo, formado por otros siete trabajadores.
Este año, su marca ha dado un paso más con la agricultura regenerativa, un método que busca recuperar la salud del suelo y evitar su erosión. “Trabajamos la hierba, incorporándola al terreno, para fomentar los microorganismos y la vida del suelo”, detalla. “Es lo que toca si queremos dejar algo vivo”, añade.
En su pequeño almacén, ubicado en Oteiza, su tierra natal, es donde el aroma del aceite recién prensado se mezcla con el de las nueces secas. Es en este rincón en donde Tirso atiende personalmente a quienes se acercan a comprar. A veces, lo acompaña su pareja, Lorena Ibáñez Lacalle, que le ayuda en ferias y repartos. Otras, colabora con jornaleros que llegan cada temporada. “Es un trabajo duro, manual, de los que ya quedan pocos”, reconoce.
Quizá por eso, cuando se le pregunta por el futuro, su tono se vuelve más melancólico. “Los agricultores vamos a pasar a la historia. Quedarán las empresas, pero nosotros, los de toda la vida, desapareceremos poco a poco”, reflexiona. No obstante, Tirso mantiene la esperanza en quienes compran directamente a los productores. “Ojalá los consumidores valoren lo que tienen cerca. Que sean exigentes con lo que comen. Solo así podremos seguir, está en su mano confiar en nosotros y apostar por un producto de calidad”.
“Los agricultores vamos a pasar a la historia. Quedarán las empresas, pero nosotros, los de toda la vida, desapareceremos poco a poco”
El oteizano no sabe si alguno de sus dos hijos seguirán sus pasos. Sin embargo, no es un asunto que lo mantenga muy preocupado. “Yo seguiré mientras pueda”, dice encogiéndose de hombros. “Y si mañana me rompo una uña y me deprimo, pues ya veremos”, expresa sonriendo, como quien ha aprendido que la vida –como la tierra– se trabaja día a día, sin prisas, pero con convicción.
Tirso, cada jornada, arranca temprano, entre el rumor de los olivos y el olor a tierra húmeda. Allí, el ballenero encuentra algo más que trabajo; allí encuentra una forma de estar en el mundo, sin grandes planes ni aspiraciones, solo el deseo de cuidar lo que tiene cerca. “No sé cuánto durará pero mientras pueda, seguiré entre los árboles”, admite.
Así, Tirso continúa una tradición familiar y no planea abandonar su campo, donde un día cosechó las primeras semillas y ahora recoge los frutos de un trabajo al que ha dedicado toda su vida.