El 9 de febrero de 1894, nacía en la calle del Sol de Elizondo, hoy en día Braulio Iriarte, Alejandro Elizalde Iribarren. Aquel niño que vio la luz en la casa Puriosenea, difícilmente imaginaría lo que la vida le depararía, ni las luces ni las sombras, sobre todo las penurias que tendría que pasar durante sus últimos años de vida, víctima de la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, muriendo el 23 de noviembre de 1946.

El pasado mes de diciembre Irujo Etxea Elkartea y la Fundación Sabino Arana organizaron un homenaje coincidiendo con el 75º aniversario de su muerte aunque, debido al temporal, tuvo que suspenderse.

Finalmente, este jueves tuvo lugar el homenaje, en la Casa de Cultura Arizkunenea, en Elizondo. El sentido reconocimiento al que fuera militante de ELA y del PNV, miembro destacado de la red Comète, se realizó a través de una charla impartida por Etxahun Galparsoro, historiador y archivero del centro de documentación de los benedictinos de Lazkao, quien comenzó hablando de la deportación, en general, para centrarse luego en la corta pero intensa vida de Alejandro Elizalde Iribarren. Además de la charla, también se repartió un folleto con la biografía de Alejandro, hasta ahora bastante desconocida para la mayoría, teniendo en cuenta la relevancia de sus actos.

Elizalde dejó en su juventud su pueblo natal para estudiar Derecho Mercantil en la Universidad de Zaragoza y al finalizar su formación, se trasladó a Donostia, donde trabajó en los seguros La Unión y los automóviles Ford.

En 1923 se casó, en la catedral del Buen Pastor, con la bilbaína Carmen Colau Marrodán. La pareja se instaló en Gartzain, donde un hermano de Alejandro, Joaquín, ejercía de cura. Allí nacerían sus siete hijos. A pesar de fijar su residencia en Baztan, entre semana Alejandro trabajaba en Donostia y, los fines de semana, regresaba al hogar familiar.

Al proclamarse la República, Alejandro se afilió a la Agrupación de Empleados Vascos, que en 1933 acabó integrándose en la Solidaridad de los Trabajadores Vascos (ELA). También militaba activamente en el Partido Nacionalista Vasco y, tal y como cuentan sus familiares, en los periodos electorales recorría los caseríos de Baztan con el fin de recabar votos para el partido.

Se puede decir que su compromiso político se vio acentuado a raíz del alzamiento militar de 1936, rebelión que sorprendió a Elizalde en Donostia. Tras el estallido de la guerra, se unió a la Junta de Defensa de Azpeitia, integrada por los organismos abertzales de Gipuzkoa, el embrión del futuro Euzko Gudarostea. Elizalde fue destinado a la Comisión de Transportes, participando en la requisa de vehículos, el acondicionamiento de los garajes y la administración del surtidor de gasolina. Sin embargo, Gipuzkoa cayó, y los gudaris se retiraron a Gernika, donde el PNV organizó los batallones Loyola, Itxarkundia y Amayur. En 1937, Alejandro fue nombrado capitán jefe de la Guardia Exterior del supuesto campo de concentración de Sondika, que en mayo pasó a estar dirigido por Elizalde, que, tras caer Bilbao huyó a Lapurdi.

Exiliado en Iparralde, trabajó en la Oficina jeltzale de Donibane Lohizune. Es entonces cuando contacta con los servicios secretos franceses, con los que colaborará en la neutralización de espías franquistas. Tras la ocupación nazi contactó con la red Comète y se encargó del paso de la muga de los aviadores aliados derribados que, ayudados por la citada red, llegaban a la muga.

El 13 de julio de 1943 fue apresado por la Gestapo acusándolo de comunista y el 10 de agosto fue llevado a la prisión de Fresnes. De ahí, en menos de dos años, Alejandro pasó por diferentes cárceles francesas y campos de concentración nazis: Rominville, Compiègne, de nuevo Fresnes, Mathausen, el comando Quarz de Melk y Ebensee.

El 6 de mayo de 1945 fue liberado por los soldados aliados, pero se hallaba muy débil de salud. Alejandro, “un hombre grande, que pesaba alrededor de 115 kilos, se quedó en 42 kilos cuando fue liberado”. En 1946 los médicos le diagnosticaron tuberculosis y e ingresó en un sanatorio de Cambo el 23 de octubre. Un mes después, 23 de noviembre de 1946, falleció a causa de la tuberculosis y debilitado por el trato inhumano que sufrió en los campos de concentración nazis.

FAMILIA Alejandro dio su vida por sus ideales, dejando viuda a Carmen, con sus siete hijos. Cabe destacar que hace menos de un mes falleció el único hijo de la pareja que vivía, Juan Mari. Entre las decenas de personas acudieron al homenaje de Alejandro, no faltaron sus nietos, Alberto, Joaquín e Isabel Elizalde Arretxea, la que fuera consejera de Desarrollo Rural, Administración Local y Medio Ambiente del Gobierno de Navarra.

Isabel señala que en la familia siempre han hablado de su abuelo, aunque su padre, Javier, no conoció a su progenitor, porque nació en 1936 y Alejandro no volvió a casa. “Fueron años difíciles”, señala.

Recuerda que su tía Carmen contaba que cuando Alejandro vivía en Donibane Lohizune, solían acudir a la localidad labortana en bicicleta, y en su casa siempre había “unos hombres grandes”, eran aviadores alojados en ella, esperando a pasar la muga para ser repatriados por la red Comète.

Durante la II Guerra Mundial, la incertidumbre asolaba a Carmen, que seguía las noticias a través de la radio de los vecinos, preguntándose si su marido volvería algún día, y de hacerlo, cómo volvería. Nunca volvió.

Tras su muerte, Carmen tuvo que realizar muchas diligencias, que derivaron en un reconocimiento por parte del Gobierno Británico y estadounidense, quienes le otorgaron una pequeña pensión para salir adelante, además de un reconocimiento a su gran labor, con varias condecoraciones. Viuda, sin casa propia y con siete hijos, el día a día no fue fácil. Sus vástagos comenzaron a trabajar en una edad temprana, y tres hijos emigraron a América a trabajar.

Mientras, su cuñado, el párroco Joaquín Elizalde, que también tuvo que escapar porque oficiaba misa en euskera, tras volver del exilio se convirtió en párroco de Elgorriaga, y ayudó a la familia de Alejandro a instalarse en Doneztebe.

Este jueves, Isabel mostró el agradecimiento de la familia por el homenaje, “es necesario hablar de lo que pasó, no olvidar y aprender de ello, para que nunca ocurra algo parecido”.