- No todas las fases son iguales. Asier Barriga acaba de dejar atrás la tercera, y es que su desescalada particular no es nada fácil. El periplo es largo y el covid se ha presentado como una nueva piedra en una travesía en la que, cada día, tiene que batallar contra la leucemia. Puede que, con sólo siete años, todavía no sea consciente de que con su fuerza y esa sonrisa incansable va superando ciclos. Pasando etapas, consiguiendo metas. Quizás él todavía no lo sabe pero su familia lo tiene muy claro. Y el confinamiento, de momento, le ha servido para poder disfrutar más de su hermano Amets, de 9 años. Para poder jugar más con sus padres y para recuperar algo de una normalidad que parecía haberse esfumado desde que le diagnosticaran hace ya cinco meses y medio.

“El coronavirus nos está afectando a todos los niveles. En primer lugar a nivel emocional, ya que no podemos estar cerca de la familia. Con Asier hay que extremar muchísimo las precauciones: no vamos a comprar, nos traen a casa el pan unos vecinos de aquí que son un amor”, revela Mikel, padre de Asier. Él siempre saca la lectura positiva. “Asier, cuando estaba en casa, veía cómo su hermano se iba al colegio por la mañana; por la tarde iba a entrenar, a jugar a ajedrez, a los partidos el fin de semana… Y eso no lo llevaba bien del todo, al ver que él no podía disfrutar de ninguna de estas actividades. El confinamiento ha hecho que ellos dos hagan una piña, que compartan absolutamente todo y que estén, además, en igualdad de condiciones. Para Asier su hermano es el pilar más importante en esta enfermedad. Es en el que se apoya cada día”, relata.

Así que ahora pueden pasar mucho más amablemente una cuarentena a la que el pequeño de la casa estaba ya casi acostumbrado: “En cinco meses había salido tres días a la calle, cinco minutos cada vez. Y del hospital a casa”, revela su padre, que confiesa temer un poco la apertura social de los últimos días. “Mi mujer, Carol, es de diez. Como compañera, como madre y como persona es una pasada. Ya hace tiempo que nos tocó aceptar esta situación, digerirla y gestionarla con todas las adversidades que se van presentando. Y el covid es una de ellas”.

Ahora, señala, la mascarilla es continua, “tanto para él como para nosotros. Antes sólo la llevaba cuando tenía las defensas bajas. En cuanto llegamos al hospital -sólo vamos puntualmente para que reciba el tratamiento- Asier no toca nada y lo ha aprendido muy rápido. Lavado de manos sobre todo y muchísima higiene. Siempre estamos uno de los dos con él. Intentamos cambiar lo menos posible, antes era más fácil que hiciéramos relevos y ahora lo hacemos poco por seguridad”, explica.

Allí, en el hospital, se sienten arropados. “Todo el personal sanitario no sólo se porta bien con Asier, y para nosotros siempre tienen una sonrisa. Él pregunta todo a las oncólogas, tiene mucha confianza con las enfermeras, hacen bromas... El trato es espectacular”. Otra de las consecuencias derivadas de la pandemia es que se han suspendido las visitas al hospital, y ya no alegran sus pasillos y habitaciones magos ni payasos ni profesores que sirven de apoyo para los niños y niñas que están ingresados. “Son ratos que les ayudan a llevar el ingreso mucho mejor, es una labor muy importante que tiene muchísimo mérito. A Asier le gusta estudiar y a su profesora Idoia también la echa mucho de menos, para él es otro pilar fundamental”.

Desde el principio la familia ha tenido claro que lo único que está en sus manos es darle a Asier mucho amor, “todo el amor que podemos. El resto está en manos de los médicos, de los tratamientos. Pero el mismo amor que necesita Asier necesita Amets también. Y eso resulta difícil de gestionar. A los dos hay que darles lo mismo y Amets, a sus 9 años, ha tenido que madurar muy deprisa”.

Las familias, entre ellas, también sirven de gran apoyo y es algo que Mikel valora muchísimo. “Dentro del fastidio que es pasar por esto hay que intentar sacar las cosas positivas y las tiene. Conoces a mucha gente, en Ansoáin hemos tenido un apoyo brutal. La gente se involucra mucho y todo esto suma para cada día levantarnos con esa fuerza, y estoy seguro de que vamos a ganar sí o sí, no me cabe ninguna duda. Estamos embarcados en una carrera de fondo muy larga, sabemos a qué nos enfrentamos. Y que es dura, pero cuando empezamos con esta enfermedad tenía dos opciones: quedarme con que mi hijo tenía cáncer y entender la palabra como generalmente se entiende, con un mal desenlace; o quedarme con lo que me dijo la oncóloga, que hay tratamiento y que un porcentaje altísimo, el 80%, sale adelante. Y es con lo que me quedo, por lo que peleo cada día”.

Confiesa que Asier se lo ha puesto muy fácil. “Es un crío alegre, que siempre tiene una sonrisa en la boca. Tiene una fuerza y unas ganas tremendas. Ha estado sin defensas y pegando patadas a un balón. Se hace querer mucho y con la ayuda de su hermano y de Carol, por supuesto que creemos que va a salir bien. Si él, después de todo por lo que está pasando, sigue con fuerza, nosotros no nos podemos permitir bajar la guardia. Hay que tirar, ser optimistas. La risa, la felicidad en casa, tomarlo con naturalidad, es muy importante para que él se cure. Y eso es lo que está en nuestra mano. Asier y yo tenemos un lema: siempre que salimos del hospital, le digo ‘una más’. Y el me contesta que una menos. Sabe que va dando pasitos”.