Cuando subieron la persiana veían, justo frente a ellas, a las ovejas pastar. Todo lo demás era campo. Todavía no se habían erigido las torres que visten ahora de altura la zona de Orvina 2, en la Txantrea, y la modernidad no había llegado a la calle Valtierra. Apuntaban en un cuaderno todos los pedidos, que cantaban “a viva voz” para que se los trajeran en una época en la que, de puertas para adentro, se elaboraban las “fórmulas magistrales”. Y es que en la Farmacia de Pepa de Irízar, que abrió sus puertas hace ya 50 años junto a Maite Azcona, ha pasado prácticamente de todo. Y “todo” se dice pronto, pero hay que saber encajar nada menos que cuatro atracos y la reanimación de un vecino al que le dio un infarto en un rincón que llegó a convertirse “en una especie de consultorio sentimental”, porque muchos pasaban por allí para pedir consejo, que Pepa resolvía con gusto.

Ha llovido mucho desde entonces y ahora es su hija Pilar Ruiz la que gestiona junto a ella una farmacia que hoy está de celebración: cumple medio siglo en un barrio por el que ha visto pasar hasta tres generaciones de clientes. Y eso, “el trato con la gente”, es lo mejor que tiene, coinciden. “Porque no es lo mismo una farmacia de barrio que una de ciudad”. Parece que ahora comienza a “normalizarse” un poco todo el estrés que generó la falta de materiales en la primera ola de la pandemia, “que la gente está más mentalizada” -reconoce Pilar- en este año atípico en el que les ha tocado festejar. María Josefa, que prefiere que la llamen Pepa porque es como la conocen en el barrio, nació en Tudela pero recaló pronto en la Txantrea, cuando se casó, y lleva aquí casi toda la vida. Recuerda que las cosas han cambiado mucho desde entonces, “vimos que se estaba construyendo por aquí y decidimos otear este horizonte”, relata, a sus 77 años, mientras recuerda que tenía 27 cuando abrió la farmacia, y su compañera Azcona sólo 15. Emprendedoras de las de entonces.

“La primera venta que hice fue de Bencetacil 600 -recuerda Pepa-. Un antibiótico inyectable, que entonces era algo muy común. Al principio vendíamos montones de leche para bebés, venían las madres pero ahora las encuentran en el supermercado... La hemos cambiado por pañales para adultos”, bromea. Su abuelo y su padre eran farmacéuticos, y su bisabuelo por parte de madre también. Ahora es su hija la que continúa la estela.

Dicen que es como la serie Farmacia de Guardia: “Exactamente igual, aquí ha pasado de todo. Hemos vivido cuatro atracos, dos de ellos un 31 de agosto de dos años seguidos, el mismo día -cuenta la farmacéutica-. Entraron dos con un pasamontañas y me pusieron una pistola en el cuello, se llevaron el bolso”. Fue en los 80, recuerda, serena. “Otra noche entró uno con una media en la cara, que todavía impresiona más. Llevaba una recortada. En ese momento te bloqueas, no sabes qué hacer...”.

Pero no todo han sido sustos. De hecho, su hija salvó la vida de un vecino. “Me llamaron porque se había caído un abuelo que venía a por el nieto al colegio que está aquí al lado. Cuando llegué estaba morado, con una herida, y comencé a reanimarle. Vino una enfermera, me ayudó, y entre las dos lo conseguimos. Era de otra zona de la Txantrea pero luego estuvo viniendo a coger aquí las medicinas y siempre nos lo agradecía”, valora Pilar.

En la farmacia, el trajín es constante. Y los suyos son clientes habituales más que gente de paso, lo saben bien porque muchos les agradecen el trato. “Nos suelen traer bombones, pastas, caramelos, la verdura del pueblo… La gente te demuestra día a día. Se van al pueblo y nos traen granadas, antes de ayer una berza y unas escarolas. Lo agradecen de esa manera, también de palabra, y nosotras estamos encantadas porque lo mejor es poder seguir en el barrio y ese trato cercano con los vecinos”.