Llegó en la noche, un poco aturdido por un viaje de horas. Fue Soria su último destino y decidió coger un coche que le llevara un poco más al norte. Necesitaba completar el trabajo que le había propuesto la Hispanic Society de Nueva York. Un trabajo que titularía Visiones de España. Esa España desperdigada por una geografía muchas veces abrupta y un poco empobrecida. Gentes de acá y allá. Gentes sencillas consumiendo la vida tantas veces difícil y desagradecida. Llegó a Estella durante la noche, cuando los faroles reflejaban el amarillo de su luz sobre los olmos, nido y refugio de los pájaros. Durmió muchas horas en un cuarto muy sobrio de aquel Hotel Larramendi del que tan bien le habló un amigo, comerciante de lanas. Se levantó temprano y recorrió la ciudad, ciudad y Camino de Santiago. Como era pintor sacó su caballete, paleta y algunas pinturas. Dibujó el paisaje y los hombres y mujeres caminando en silencio. Luego visitó la ciudad: sus calles y casas, y fue tan grande y profundo lo que sintió cuando vio a los curtidores a la orilla de aquel río que cruzaba la ciudad, que no hizo otra cosa que seguir pintando. Al atardecer oyó cohetes y la curiosidad le llevó hasta la plaza, donde un hervidero de gente se preparaba para vivir la fiesta.

Cuando cayó la tarde, volvió a aquella plaza un poco recoleta donde se ubicaba su hotel y cansado se acostó un rato. Y es que no sabe lo que le vino a la cabeza pero quiso pintar la fiesta y tonto de él, no le quedaba un mísero lienzo donde volcar sus emociones. Vio en la pared colgado un marco con un paisaje un tanto feo. Lo descolgó y desatrampó la lámina. Era bastante gruesa, le dio la vuelta y derrochó esa fuerza creativa que llevaba dentro. Pintó una mujer sonriente con un traje popular, bailando;un hombre con una flauta y un tamboril; una fuente y una plaza con gente que cantaba. Una vez que hubo terminado lo dejó secar. Al amanecer lo observó de nuevo y pensó, lo hermoso que era. Cogió de nuevo la lámina y volvió a colocarla en su marco en la manera en como la encontró el día de antes. A media mañana dejó el hotel y la ciudad un tanto apenado por tener que seguir haciendo viaje.

Tuvieron que pasar algunos años. El hotel se reformó y los cuadros se retiraron. Uno de los nuevos compradores observó la lámina a contra luz. Aprecio en la trasera algo pintado. Le dio la vuelta y se emocionó al descubrir una escena que recreaba la fiesta estellesa. Se dio cuenta de que llevaba el nombre de Sorolla. Con tranquilidad lo colgó en la pared y como era la tarde de Viernes de Gigantes, se vistió de rojo y blanco: se fue de fiestas con su secreto.

El autor es dantzari