PAMPLONA. El número 9 de la calle Iturralde y Suit ha sido, durante muchos años, la morada secreta de Olentzero. Al principio, eran los miembros del CD San Antonio quienes se encargaban de velar por el carbonero. Sin embargo, la década de los noventa trajo consigo muchas novedades, entre ellas, nuevos custodios para la guarida de Olentzero. Se llamaban Txetxo Gardín, Javier Legarra y Teddy Zubieta y los tres eran hosteleros.

“El bar lo fundamos el 10 de septiembre de 1991 y, en aquel momento, los tres estábamos trabajando en otras cosas. Anteriormente habíamos trabajado juntos, pero, en aquel momento, yo era el único que estaba trabajando en hostelería. Javi y Txetxo estaban fuera del sector cuando a Txetxo le ofrecieron la gestión del ambigú de la sede del San Antonio”, recuerda Eduardo Zubieta, Teddy, sobre el nacimiento del bar Stik-Bol.

Tras año y medio alquilados, las grandes dificultades económicas que atravesaba el CD San Antonio en aquel momento propiciaron que los tres socios compraran el local e iniciasen una aventura que, a día de hoy, goza de muy buena salud. Tanta, que este año celebran su 25º aniversario. “Hace diez u once años, lo tiramos completamente abajo para reformarlo. En ese momento el San Antonio se había trasladado a otro lugar, porque estas oficinas se les habían quedado pequeñas y fue cuando hicimos la obra”, recuerdan los socios, viajando hasta aquella época en la que el comedor estaba formado por unas oficinas y una sala de juntas. Sin olvidar el hueco en el que descansaba el viejo carbonero.

“Olentzero se guardaba aquí porque, por aquel entonces, el San Antonio se encargaba de organizarlo. Se dejaba en un hueco que había entre las oficinas y la sala de juntas. Ahí también había una cámara frigorífica y, claro, al ir ahí, lo primero que veías era su cabezón, por lo que más de una se llevó un buen susto”, apunta Javier entre risas. Sin embargo, llegó un momento en el que el viejo carbonero cambió su residencia y estos tres veteranos hosteleros pasaron a vigilarlo desde el otro lado de la calle. Ocurrió cuando el San Antonio cedió la gestión y organización a la Asociación Amigos del Olentzero.

“Olentzero cambió de lugar, pero las tradiciones no. Aunque ya no se cambien aquí como antes, los zanpantzar siguen viniendo a merendar antes de que comience el desfile”, asegura Javier, que comparte con sus socios la opinión de que “el 24 de diciembre es el día más bonito para nosotros”. “Es un día en el que ves a gente que durante el año no se puede acercar, familias enteras que vienen todos los años a recibir a Olentzero y antes se pasan a tomar algo”, apostilla Teddy.

Y es que este día está lleno de magia, y no solo por la visita del entrañable carbonero. También es un día para recordar a grandes amigos que ya no están; como Ángel Dufur, alma del Olentzero de Iruña, primero como miembro del San Antonio y, luego, como presidente de la Asociación de Amigos de Olen-tzero. “Nos dejó hace dos años, pero él era como el padre de Olentzero. De hecho, si hubiese sido necesario, él podría haber hecho de Olentzero”, concuerdan ambos.

25 años haciendo barrio “Esta zona ha cambiado mucho. Antes estábamos nosotros y los bares de toda la vida y la gente venía porque le gustaba ese bar en concreto. Pero ahora, entre todos hemos conseguido que sea una zona a la que la gente viene a dar una vuelta y a tomar algo. Estamos muy orgullosos de haber contribuido a esto”, aseguran estos dos socios, que en sus comienzos batallaron con una ubicación “complicada”. “Esta zona está muy próxima al centro y antes la gente se iba directamente ahí o a la parte vieja, pero ahora tiene más vidilla. Además, nosotros ya nos hemos convertido en una parte más del barrio”, explica Teddy. “Sí, nos cuidan mucho e, incluso, nos protegen. Vigilan que todo vaya bien cuando no estamos, nos llaman si salta la alarma por la noche...”, enumera Javier, que a lo largo de los años ha ido viendo la evolución de los vecinos y clientes del barrio.

“Hemos visto a familias enteras venir con críos a por la croqueta del aperitivo y ahora son esos críos los que traen a sus hijos. Abuelos que se han ido y padres que se han convertido en orgullosos abuelos. Al final somos como una familia”, confiesan Teddy y Javier, cuya seña de identidad es la comida casera.

No obstante, ambos tienen claro que nada hubiese sido igual sin Begoña, Charo, Layla, Ana, Cristina, Diana, Nina o Tere; las personas que trabajan con ellos.