pamplona - Fueron tan grandes, a pesar de nacer pequeños, que se convirtieron en únicos. En irrepetibles, porque sería imposible volver a fraguarlos de la misma manera. Por eso tal vez lo mejor fue que, precisamente esos, murieran de éxito. Y es que cuenta Piru Zabalza, de la Comisión de fiestas del 78, que “si a cualquier vecino de Pamplona le preguntas cómo le gustaría que fueran los Sanfermines, te diría que como los de septiembre del 78. Porque había algo en nuestro fuero interno, y creo que todos los que vivimos esas fiestas estábamos de acuerdo en que no había derecho a que nos las arrebataran y nos las rompieran. Nuestra respuesta fue que seguíamos aquí, y nos volvimos a levantar después de haber caído. Regresamos de una manera más fuerte, más sana y más participativa”.

Por eso este San Fermín Txikito es especial, porque evoca al de hace 40 años, en pleno aniversario de unas fiestas de Aldapa que marcaron un antes y un después en una ciudad que ese pasado mes de julio había quedado partida y desolada. “Rescatarlos en septiembre fue como recuperar en parte todo eso que se había perdido”, asume Mila Boj, miembro de Plazara!, que junto a Silvia Etxandi y otros vecinos ha impulsado una exposición fotográfica para recuperar la memoria de ese pasado que todavía late fuerte en Iruña.

La muestra, que puede visitarse hasta el 1 de octubre en los locales de Muebles Apezteguia -frente a Plazara!, que se está rehabilitando- en horario de 18.00 a 21.00 horas entre semana y de 12.00 a 14.00 horas los fines de semana, cuenta con imágenes de los periódicos de entonces y otros tesoros que evocan las fiestas txikitas que recuperaron la dignidad de toda una ciudad, ahora más abiertas y participativas, también gracias a la fuerza del tejido asociativo que late en Alde Zaharra.

Por ella se reparten estampas de la procesión, el estruendo, el chupinazo -que lanzó Pedro Trinidad, a cargo de la Comisión de Fiestas, también desde Corazonistas-, firmadas con un “éxito rotundo” y aderezadas con los 4 minutos y 47 segundos que duró el segundo encierro. Ese domingo se saldó con dos heridos en el hospital, “uno por caer de una ventana de Santo Domingo y el segundo golpeado por una vaquilla”, recoge La hoja del lunes, en tiempos en los que en la cuesta, en el edificio que ahora es el departamento de Educación, se asentaba el Hospital Militar, que atendía a los heridos. Incluso el acta que registra cómo se proclamaron “las fiestas menores de San Fermín Txikito”, y el acuerdo para celebrar encierros y corridas durante esos tres días. Los abonos costaron 1.200 pesetas, tal y como recogen los registros de la peña Aldapa. “Antes la gente tenía que decidir entre cogerse el abono de Osasuna o el de los toros, se vivía de San Fermín en San Fermín. Ese año todo eso se fue al garete y después de toda esa rabia, una vez que se inició la comisión de investigación por parte de las peñas, se nos planteó la posibilidad de que, en septiembre, se celebraran algo más que los Sanfermines de Aldapa. Había que hacer algo grande, incluir encierros y corridas, recorrido de la comparsa los tres días y hacerlo extensivo a todos”, recuerda Zabalza.

Lo demandaron al Ayuntamiento y a la Meca, pero hacían falta también compromisos, dado que había que realizar grandes inversiones. “Con los incidentes el vallado quedó destruido. Tratamos de garantizar que se recuperaría el dinero y cada peña compró abonos, incluso más de la cuenta: algunas con 200 socios adquirieron hasta 300, sin saber si los venderían, pero había compromiso por parte de todos”, valora.

Cambio de festividad Sin duda fueron especiales, porque después de haber quebrado las anteriores fiestas los vecinos fueron capaces de hacer resurgir unos Sanfermines de nuevo, mejores y para los pamploneses. “En septiembre ya no venía tanta gente y la ciudad no se convertía en una especie de escaparate. Fueron fiestas de aquí para los de aquí”, señalan los promotores de la muestra.

Por primera vez en la historia San Saturnino cambió de día en el calendario: en vez de celebrarse en noviembre, ese año la festividad se cambió al lunes, último día de San Fermín txikito, para acoplarse al antojo de los que no quisieron renunciar a sus fiestas. Respetó incluso el clima. “Llovió los días anteriores, paró esos tres días y después volvió a llover”.

Esos son los Sanfermines txikis que perduran, los que gustan, sin malas intenciones a la hora de difundir la fiesta. “Esos días hubo una actitud muy especial, todo el mundo se había quedado tan apaleado que los celebramos de otra manera”, explica Etxandi, que evoca además una imagen muy nostálgica.

“Cuando terminaron esos Sanfermines txikis, iba caminando por la estación y vi a los gigantes, que se recogían ya, mientras cantaban el Que se vayan. Fue una sensación de cierre, de final, como la que aparece en los créditos de una película con el The end. Conseguimos recuperar lo que perdimos, restaurar nuestra dignidad -cuenta-. Y desde entonces, ya no han podido con nosotros”.