- Una de las experiencias más difíciles de esta pandemia para un sacerdote como Javier Arbilla -persona sencilla, cercana y sincera como pocas- ha sido ser testigo directo de "la impotencia, el vacío y el dolor de familias que no han podido despedirse de los suyos". "Incluso algunos no han podido acudir al entierro de su madre o de su padre por no poder desplazarse desde otras provincias. No han podido cerrar de forma natural un ciclo; y acompañar ese momento y hacerlo desde la perspectiva creyente es algo especial", asegura el párroco de San Juan Bautista de Burlada. Recuerda que mientras rezaba un responso de los muchos que le ha tocado en el cementerio por el alma de los difuntos por el Covid 19 no podía evitar sentir esa "tristeza" de saber que se han ido en soledad, "sin poder despedirse de los suyos, sin poder recibir un último beso, un último abrazo y escuchar un 'te quiero' final que cierre su ciclo de vida de una forma humana y natural".

La parroquia se ha adaptado como otras desde su apertura al público a la nueva situación. Geles, mascarillas, distancia en los bancos, comunión sin levantarse y el cestillo se encuentra a la salida. "La gente se está adaptando bastante bien. La situación es tan radical que creo que la ciudadanía está bastante concienciada del valor de ese esfuerzo colectivo", asegura quien reconoce que las medidas de higiene y seguridad, sobre todo el distanciamiento social, "nos resultan extrañas porque el encuentro en la Iglesia tiene un componente importante de contacto y cercanía física". Sí ha notado una menor afluencia a las eucaristías, algo lógico porque "especialmente la gente mayor debe cuidarse y tiene la precaución de reincorporarse a la iglesia y a otros espacios colectivos poco a poco". Que se liberen las medidas de confinamiento no significa que el virus haya desaparecido, sino que hemos ganado tiempo y "ya tenemos a nuestra disposición una cama en el hospital", confiesa. "Va todo mucho mejor pero no estamos saliendo de la pandemia sino con ella", matiza quien ve esta crisis también como una invitación a trabajar más "la interioridad", también desde la fe.

Desde el comienzo de la pandemia tuvo claro que si bien había que sacar de la agenda la mayor parte de la actividad parroquial también tenían que estar cerca de las personas que de manera habitual o sobrevenida tenían mayores dificultades "a diferentes niveles". Para ello se activó un servicio de atención las 24 horas para que la "parroquia esté de guardia y con una pequeña atención de forma aún más permanente, lo que resulta especialmente motivador". Sabe bien que "lo que mejor reciben las personas es sentirse escuchadas", y en ello se implica desde que relevó al sacerdote Ángel Echeverría, que también dejó huella y mantiene su presencia en algunas celebraciones.

Desde esta atalaya social han conocido el regreso a la rueda de la exclusión social de personas que en su día fueron atendidas desde Cáritas parroquial y que ahora han visto perder su trabajo. También situaciones de necesidad de familias que nunca habían recurrido a la ayuda de servicios sociales o Cáritas. "Esta situación es especialmente dificultosa para personas que trabajan en el ámbito doméstico sin regularizar y que al cesar su actividad han quedado sin ningún tipo de cobertura".

Desde su compromiso con los más desfavorecidos Javier también ha visto interrumpidas las visitas a la cárcel, uno de los confinamientos "más duros, junto al que han sufrido las personas que viven en residencias de ancianos, hogares con violencia de género, con dificultades económicas, problemas de salud o salud mental o infravivienda". "Desde nuestro voluntariado se ha mantenido contacto por correo postal con presos concretos, a través de familias y hay un grupo ya en libertad con el que hemos seguido en un contacto más estrecho". Los propios presos se han organizado, señala, y en algunos módulos han celebrado la misa del domingo sin sacerdote, y en ausencia de profesores también se han dado clases entre ellos compartiendo conocimientos y habilidades. "La solidaridad entre presos en prisión es algo a destacar y no solo en tiempos de confinamiento", reivindica.

También sigue desde el voluntariado la situación de familias de etnia gitana de las que, destaca, "lejos de algunas noticias en los comienzos de la pandemia, forman parte de un pueblo especialmente cuidadoso a la hora de tomar medidas de prevención". "Hay un sentido de la familia y de la protección muy acentuado", deja claro. No obstante el palo económico de esta crisis ha sido muy fuerte para ellas: "Son familias cuyo sustento se basa en una actividad laboral muy diversa y variada: venta de mercadillos, recogida de metales, palets...".

¿Y ahora que vamos en desescalada, qué hemos aprendido? ¿Qué valores nos quedan? Javier recuerda que crisis viene de una palabra griega que significa crecimiento. "Seguro que vamos a valorar más las cosas y sobre todo a las personas. A veces la rutina nos roba el sabor y el sentido de lo cotidiano. Tenemos la oportunidad de reforzar la sensibilidad y los gestos solidarios. Estamos siendo testigos de gestos de vecinos en favor de vecinos, de ideas creativas de entidades y particulares en favor de los demás. También hemos dejado descansar un poco la tierra, hemos disfrutado más de los espacios verdes de la ciudad...", señala. Y defiende la necesidad de relacionarse de una manera diferente con la tierra, entre nosotros, con nosotros mismos... "con una vida menos a la carrera, más integrada y más espiritual". "En el ámbito rural la gente vivía más pegada a la tierra, a lo comunitario y a la fe. Tendríamos que recuperar mucho de esto para lograr una vida más integrada y armoniosa", apostilla quien también es amante del monte.

"Tenemos que aprender a vivir una vida menos a la carrera, más integrada y espiritual"

Párroco de Burlada