ola personas, ¿qué tal ha ido esta semana?, ¿se ha notado su santa condición? Bueno, eso ya sé yo que es mucho notar pero seguro que habéis notado sus días festivos, luminosos y soleados que todos hemos disfrutado. Yo el jueves me hice una excursión de lo más agradable, nada del otro mundo, algo sencillito y de andar por casa pero un autentico lujo a 10 minutos del centro. Os cuento.

Resulta que la Pastorcilla quería comprar unas plantas para poner el balcón acorde con la estación que acabamos de estrenar y para tal menester nos dirigimos a un lugar en el que expenden plantas, tiestos, tierras y de todo lo necesario para tan relajante afición y que se encuentra en Berriosuso. Hicimos el recado y con la misión cumplida nos fuimos a dar un garbeo por la zona. Para ello dirigimos nuestros pasos, mejor dicho, nuestro coche, hacia Marcalain y a pocos metros tomamos a la derecha el cruce que conduce a los pueblos que se encuentran en la otra ladera de San Cristóbal, Unzu, Cildoz, Maquirriain, Orrio, Garrues y Eusa, pura cuenca, pueblos que oyen la campana María, pueblos que hoy en día están a tiro de piedra de Pamplona pero que antiguamente distaban bastante más de la capital que los 7 u 8 kilómetros físicos que los separan.

Es envidiable el estado en el que ahora se encuentran, están limpios, con sus casas restauradas, sus iglesias cuidadas con esmero y sus vecinos disfrutando de todas las comodidades de la sociedad actual y con un coche aparcado en la puerta que los pone en la plaza del Castillo en un pispás. Pero hasta hace bien poco la cosa no era así, la vida en esos pueblos era dura, muy dura, las casas estaban viejas, con sus fachadas sucias, desportilladas, mostrando todos los balazos que los siglos les habían arreado, las calles no eran tal, eran ramales de barro y piedra que unían las casas, casas que no contaban ni con una sola de las comodidades que se podían disfrutar en la ciudad, un retrete era un lujo, una ducha un sueño y calefacción en casa era ciencia ficción. Los inviernos eran fríos y largos, las comunicaciones con Pamplona eran entre escasas e inexistentes y las salidas del pueblo a lo largo del año eran ciertamente pocas, por lo que la vida transcurría entre las cuatro casas que habían visto nacer al pobre cuenco. Estas condiciones, me diréis, se daban en todo el ámbito rural, cierto, pero pensar que el bullicio, las tiendas, los bares, los escaparates, el futbol, el color, la vida, estaban tan cerca y tan lejos a la vez era algo que añadía un punto de jodienda a la situación.

Llegamos hasta Cildoz y aparcamos el coche para tomar un camino y darnos un buen paseo entre el relajante verde de los primaverales campos. Saludamos a Ángel y Marian, dos amigos de allí que han reinventado su vida de campo explotando una deliciosa casa rural y que viven felices en la paz y la tranquilidad que su pequeño pueblo les proporciona, y nos aconsejaron una senda con un bonito recorrido entre campos que nos llevaba al pueblo de Navaz, perteneciente al vecino valle de Juslapeña. Tomamos el camino recomendado y verdaderamente el paseo resultó medicinal, campos y campos de cereal que verdea y que te llena el espíritu de vida, de oxigeno y de color. A la media hora escasa de andar llegábamos a Navaz. La entrada en el pueblo nos dejó claro el alto nivel de vida que allí se gastaba, pocas casas pero todas ellas recias, fuertes, alguna blasonada, una de ellas me dejo boquiabierto por el poderío rural que demostraba, casa de tejado a cuatro aguas, con una fachada toda ella de sillería, con un arco de medio punto en su portada formado por catorce perfectas dovelas más clave con el intradós moldurado y descansando sobre dos pequeñas ménsulas, y un balcón en su planta principal de lado a lado de la fachada, dándole todo ello un sobrio aspecto palaciego, sobre su portada una ventana y sobre esta una leyenda que nos cuenta quien fue el artífice de la joya: "Se fabricó siendo dueños Domingo de Azcarate y Josepha de Sarasibar año de 1768", ahí quedó dicho para los restos.

Un poco más arriba llegamos a la iglesia. Unas escaleras y una cancela nos franquearon el paso; dos entrada adinteladas son acceso a un pórtico que protege la humilde portada románica de la iglesia, dos arquivoltas y un guardalluvias lisos son toda su composición, lo mejor del pórtico es que resulta ser todo un pabellón deportivo puesto que en una de sus pequeñas paredes han dibujado una raya horizontal a mas o menos un metro de altura que automáticamente la ha convertido en frontis de un mini frontón y al otro lado de la entrada sus románicas piedras sujetan una canasta de baloncesto en los que la chiquillería del pueblo emula a los grandes de la NBA. Adosadas a la iglesia unas ruinas que aun siendo ruinas dejan bien a las claras el esplendor que ostentaron. Vigas, columnas todavía en pie, sillares y una entrada directa al templo por su torre campanario, hablan bien de su pasado.

Abandonamos Navaz, desandamos el camino y llegamos de nuevo a Cildoz quien generoso y hospitalario nos esperaba con una deliciosa fuente que nos ofreció un agua fresca y terapéutica. El sol del mediodía picaba y la media hora de camino bajo su mazo se notaba.

Tomamos el auto y nos acercamos al último tramo del paseo: la incomparable iglesia de San Esteban de Eusa, uno de los mejores ejemplares del románico rural en Navarra. Elevada en un montículo y alejada del pueblo, factores éstos que ponían a prueba la fe de los fieles, se encuentra esta pequeña iglesia que es un regalo para los ojos. Empezada a construir a mediados del siglo XII reúne buena parte de los elementos que tanto nos gustan a los que nos gusta el románico: arquivoltas, capiteles tallados, crismones, canecillos, ajedrezado jaqués y un pórtico con dos conjuntos de arquillos gemelo de los que podemos contemplar en Gazólaz o en Larraya.

En la base donde descansan basas y fustes de los arquillos del pórtico encontramos tallados tres juegos que durante la época medieval estuvieron muy extendidos: las damas y el alquerque, un juego en el que cada jugador partía con nueve fichas y a base de mover una en cada jugada tenía que formar tres en raya y cada vez que lo lograba comía una a su adversario perdiendo el juego el que antes quedaba desposeído de todas ellas.

Tras admirar y fotografiar la joya en piedra por los cuatro costados y con el hambre "in crescendo" tomamos de nuevo el troncomóvil y regresamos a la urbe haciendo bueno aquello de€" men sana in corpore sano".

Sed buenos.

Besos pa tos.