Al término de la Segunda Guerra Mundial, la situación de Austria y Alemania era desastrosa. Infraestructuras básicas como la sanitaria o el suministro de víveres, eran inexistentes. Desde 1945, las cuatro potencias ocupantes tenían el control político, pero los médicos se enfrentaban a diario con la falta de medicamentos. La penicilina sólo se distribuía en hospitales militares o en el mercado negro. ¿Quién no recuerda películas como “El tercer hombre” o “Alemania, año cero”? En ese caos, las víctimas más vulnerables eran los miles de niños y niñas que vagaban a su suerte por las calles de las ciudades o malvivían en circunstancias familiares extremas. En el marco de la UNRRA (Organización de Naciones Unidas para la Rehabilitación y Ayuda), países como Reino Unido, Suiza, Portugal o España, organizaron programas de acogida temporal para que estos menores austríacos y alemanes pudieran, si no sanar las profundas heridas de la guerra, sí al menos mejorar sus niveles físico y anímico. Nada puede justificar que esta experiencia lejana se olvide.