ola personas, de nuevo con vosotros en una entrega más de estas que hebdomadariamente pongo en vuestras manos. La de hoy tiene tema obligado porque es continuación de un continuará de la pasada semana, pero tiene algo más porque esta semana ha sido agridulce. Por un lado, ha sido una semana dulce porque el día 27 fue mi cumpleaños y el día 28 fue el del niño, el de Rinconcito, que ha cumplido 4 añazos ya y que está hecho un hombre. Yo cumplí 60 más que el niño y también estoy hecho un hombre. Fueron días de felicitaciones, parabienes y demostraciones de cariño por doquier, en las redes, en el WSP, en persona, vamos, que fue un no parar, y sentirse querido, para qué nos vamos a engañar, reconforta y sabe rico. Por otro lado, ha sido una semana triste porque nos ha dejado un buen amigo, Luis Mariscal al final ha perdido la lucha con el enemigo que le atenazó hace unos meses y ha descansado. La muerte de Luis es una de esas cabronadas que depara la vida, aún no le tocaba, era un jubilado feliz, marido feliz, padre feliz, hortelano de Aranzadi, actor de teatro de los buenos, paseante nocturno que alguna vez se encontró con este paseante en la negrura de la vuelta del Castillo, buen conversador, amable, risueño, fuente de buenas vibraciones y sobre todo un hombre bueno. Adiós Luis, buen viaje. Un día de estos iré a la agencia Cielo-express y te haré llegar una cazuelica de callos de esos que tanto te gustan y una tortilla de bacalao para que disfrutes.

Y ahora sí, ahora vamos a retomar las viejas calles donde nuestra querida Pamplona vio la luz allá por el año "setentaypicoantesdeCristo", anteayer, como quien dice. Nos habíamos quedado en la calle Dormitalería. Es esta calle tranquila y recoleta, hace honor a su nombre que toma del canónigo dormitalero, persona encargada de que a la hora marcada todo el conjunto catedralicio estuviese silente y cerrado para un descanso garantizado.

Al comienzo, en su lado izquierdo, tras La Casita, se encontraban las casas del Arcedianato, una suerte de patio de vecinos con casas modestas adosadas a los muros catedralicios que rodeaban un paseo flanqueado de catalpas que daba paso a la catedral por la parte del claustro. En 1965 todas esas construcciones fueron pasto de la piqueta dejando sitio a unos nuevos edificios destinados a viviendas de los canónigos. Esta actuación cambió su fisonomía, el resto de la calle sigue prácticamente igual que hace unas centurias. En ella encontramos casas de mucha edad y empaque como los números 7, 9 y 11 con sus fuertes sillares y sus grandes portales y casas de más edad aun y fachada de ladrillo caravista más o menos decorado como la bonita casa del número 54. Al final a la izquierda quedan reminiscencias del antiguo seminario de San Miguel hoy residencia femenina de estudiantes y hace unos años orfanato La Providencia. Al acabar la calle tomé a mi siniestra mano para salir a la Plaza de Santa María la Real y desde ella subí a la ronda del Obispo Barbazán para volver a cambiar de sentido. La ronda es un paseo delicioso, a la izquierda vas dejando primero el dieciochesco palacio arzobispal con sus grandes ventanas enrejadas, le sigue la larga tapia de su huerta y empiezan las construcciones correspondientes a la catedral. Lo primero que vemos es la trasera de la románica capilla de San Jesucristo, le siguen las paredes y ventanas de unas dependencias catedralicias que son un misterio que pronto conoceremos ya que las están acondicionando para que puedan ser visitadas, y luego llega el ábside de la Barbazana, pero antes, a ras de suelo podemos ver la parte superior del arco que albergaba la puerta de los canónigos, una de las más viejas entradas a la ciudad. Algún listo ha pintado de blanco el ladrillo que cierra dicho arco y lo ha llenado de pintadas; los grafitis están bien en la pared de un retrete donde se podía leer aquello de "aquí cagó Federico", o en la tapia del colegio con el siempre clásico "tonto el que lo lea", pero pintar un muro de varios siglos de antigüedad es algo que debería estar penado con algún día de talego, no digo mucho, pero un par de semanas no estaría mal. Seguí mi paseo, vi la gran reja de la ventana de la sacristía barroca, esa por la que entraron los ladrones aquella fatídica noche de 1935 para llevarse bajo el brazo lo más fetén del tesoro catedralicio, y, acabada la ronda, llegué a terrenos del Caballo Blanco, era pronto y estaba desierto, tomé camino hacia la plaza de San José y volví a mi punto de partida: el atrio de la catedral. Pasando por la puerta vi que en ella estaba Gonzalo García Escobar, responsable de las visitas y demás proyecciones de la catedral hacia el público, ignoro el nombre de su cargo, pero creo que esa es su función, y le pedí que, si podía, me facilitase una visita a la cripta de la capilla Barbazana. Me atendió muy amable y me dijo que en ese momento había unos currelas realizando una intervención y que no se podía ver pero que volviese la semana siguiente y que Ana, que es mi guía de cabecera en la catedral, me la enseñaría sin problemas. Así quedamos y me fui para casa dando mi paseo por terminado.

Esta semana el jueves a las 11.30 me personé en el templo, Ana estaba ocupada con una visita guiada a unos estudiantes y hube de esperar, a las 12 me atendió y fuimos al gótico más antiguo de todo el conjunto. Yo la conocía por fotos pero jamás la había visto, pasamos una puerta que hay en el claustro pasada la capilla del célebre Obispo Arnaldo de Barbazán, comenzamos a bajar unas pétreas escaleras de caracol, bastantes, y al final estaba ella, la cripta con mayúsculas porque ella es mayúscula, es de un tamaño espectacular, espaciosa, alta, con una columna central sobre la que descansan los arcos formeros y los nervios de las cuatro bóvedas que componen su techumbre. Junto a una pared nueve nichos recogen los restos de otros tantos obispos. En el techo una puerta horizontal comunica con el suelo de la capilla que sustenta, por ella descendían los féretros de los clérigos fallecidos. Ana me explicó todo lujo de detalles e historia de la fabulosa cripta y volvimos a subir al claustro para dar por finalizada la visita. Me dijo que la están acondicionando para que en breve pueda ser visitada.

Salí de la catedral más contento que un niño con zapatos nuevos y di por cerrado un capítulo que abrí hace muchos años.

Con tiempo y buena educación todas las puertas están abiertas, me lo enseñó mi padre.

Besos pa tos.