Han sido 18 años de pintxo pizza rectangular, en formato individual, con argot de tango y arrabal porteño. De chimichurri, chorizo criollo, tres carnes al vino tinto, siete quesos o pimientos rellenos sobre la masa. De empanadas y vinos argentinos, paredes pintarrajeadas por los clientes y de un matrimonio que ha conquistado al barrio de Iturrama. "Toda nuestra vida en Pamplona ha sido La Tablita", resume Raúl Aristizábal sobre el local de la calle Fuente del Hierro que regentó con Irina Timosina hasta el último sábado de febrero.

La decisión de cerrar fue muy rápida. "Lo arreglamos todo en menos de 40 días. Y nuestro mensaje es solamente de agradecimiento", se dirige Raúl a la clientela. "Las últimas tres semanas han sido de muchísimo trabajo. Parece que media Pamplona quería venir, fue impresionante. Raúl decía en broma que, de haberlo sabido, tendríamos que alquilar el Sadar para despedir allí a todo el mundo", añade Irina, que no paró de llorar los días previos al cierre: "Nos da mucha pena".

"La gente nos llegó a adorar. Es increíble la cantidad de chicos que vinieron a despedirse, que les daba mucha pena que cerráramos porque se encontraban muy cómodos aquí. Y muchas personas siguen llamando porque no se han enterado de que hemos cerrado. Nos quedamos con el teléfono fijo justamente para despedirnos de tantísima gente que está llamando", comenta Raúl.

Cierre de 'La Tablita'

Cierre de 'La Tablita'

El verano pasado, pese a la pandemia, salvaron los muebles colocando una terraza con 13 mesas en la parte trasera del local. "Eso nos ayudó para nivelar las cuentas y fue una de las coordenadas para cerrar", confiesa Raúl.

La otra coordenada es su edad. "Con 75 años volver a endeudarme para estar cinco años pagando a bancos, alquiler... No está la cosa para ese proyecto. Si hubiera tenido 10 años menos claro que seguía". No ha cumplido su amenaza de trabajar hasta el final. "Solía decir que el día que me viniera la parca a buscar por esa puerta, le invitaría a una pizza para negociar si arriba o abajo. Y ahí me iría. Pero se dio esto y dijimos, 'bueno, hora de descansar'".

Aunque La Tablita cierra la persiana, Raúl no ha dado de baja la sociedad "porque tengo la esperanza de que vuelva a abrir un emprendimiento bajo la tutela de La Tablita", anhela.

"Pamplona nos ha tratado muy bien. Ahora estaremos dispuestos a conocerla. Porque como hemos estado siempre trabajando se nos fue un poco el tiempo", argumenta. "No conocemos nada... ni hemos estado un concierto, en el teatro o en el museo. Nada. Siempre trabajando", confirma Irina. "Ahora vamos a aprovechar". Se lo han ganado.

Los comienzos

Después de "tratar de salvar lo insalvable" a cuenta del corralito en Mar del Plata -su último emprendimiento fue una fábrica de pasta italiana- este argentino de 75 años y de abuelo estellés llegó a Pamplona a finales de 2003 porque sus hijos ya estaban aquí. Más de 100 currículos después, "ante la negativa de nadie a llamarme para trabajar", subalquiló la pizzería Napoli en ese mismo local. "Y ahí empezamos con La Tablita el 20 de febrero de 2004".

Irina, natural de Moldavia, llegó a Pamplona dos años más tarde "por la misma razón que Raúl. En mi país vivimos tres corralitos, las cosas estaban difíciles y decidí buscar mi vida fuera".

Este matrimonio se conoció en La Tablita -"fue un flechazo", dice Raúl- y no pararon de experimentar con la pizzas. "Culo con culo, como decimos en Argentina, nos ponemos a trabajar y arrasamos con lo que venga. Arrancamos con siete variedades de pizza y terminamos con 46. Teníamos gastronomía encima de nuestra masa y logramos diferenciarlas del resto de emprendimientos, tal vez sin tener tanto conocimiento como pizzeros. Fuimos aprendiendo en el camino, y llegamos a tener hasta ajoarriero arriba de la pizza. Por eso le llamamos pintxo pizza". Y todo casero. "Lo único que no llegamos a tener fue una huerta con nuestra propia cosecha, pero hacíamos todo", reconoce Raúl.

Les ha tocado trabajar duro para pagar el alquiler, ampliar el local, refinanciar créditos, etc... "Hemos dejado todos nuestros ahorros de más de 15 años en el local, sin reconocimiento alguno por parte del propietario. No lo cuento ni con penar ni como queja. Y siempre se lo he comentado a cantidad de jóvenes que vinieron, para que no dejen de luchar. Todo se consigue, pero hay que ponerle el hierro caliente a la cosa, que nadie te va a traer todo servido", reflexiona.

En su caso, crearon "algo más que un negocio, un negocio social. Han pasado muchas cosas en La Tablita, de acercamiento con los clientes, que no solo venían a comer. Nos involucramos con muchísimas familias", considera Raúl. "Se ha creado algo especial con nosotros, hay muchísimo cariño", finaliza Irina.