ola personas, ¿cómo ha ido la semana? ¿santa?, bien, como debe ser. Yo la he pasado retomando, como la mayoría de todos vosotros. Todos hemos retomado este año todo aquello que hemos tenido que dejar aparcado durante dos años por culpa de esa maldita mierda de pandemia que, si bien aún no se ha ido del todo a tomar viento fresco con toda su mala leche, sí que parece que ya podemos conjugar su existencia en pasado. Unos han retomado sus viajes aquí o allá y otros hemos retomado las costumbres locales, esas que son nuestras y que tanto nos gustan, sean las mejores del mundo o jueguen en segunda división, son las nuestras y las queremos.

Yo empecé a retomar el sabor “semanasantero” el jueves a la tarde, acercándome a presenciar esa mini procesión que se desarrolla a modo de tráiler de la del día siguiente, de la Grande. De camino al evento pasé por la plaza de toros y vi el supercartelón que, con el retrato de Juan José Padilla, pintado por nuestro artista callejero LKN, decora la entrada del encierro. Me gustó. Dejando nuestra monumental a mi derecha bajé la cuesta de Labrit y entré en Dormitalería para acercarme hasta donde la Hermandad de la Pasión tiene su sede, de ella vi salir los pasos y participantes en el cortejo. Vistos estos di media vuelta para salir a la plaza de Santa María La Real y esperar allí a que llegase el sacro desfile. Esta pequeña procesión es de relativamente nuevo cuño, pero ha venido para quedarse. Recorre apenas cuatro calles y una plaza y solo tres son los pasos que la componen, La última cena, La oración en el huerto y El prendimiento. A estos los acompañan sus correspondientes manípulos de romanos y sus correspondientes porteadores. Pero el plato fuerte de este evento son los invitados, la cofradía de la Flagelación de Logroño que nos visitan añadiendo su incontestable aporte de imagen, color y sonido. Van rematados de unos altos capirotes, vestidos de grana y oro y, tocando de forma magistral viento y percusión, llenan la tarde-noche pamplonesa de forma diferente. Nosotros no estamos acostumbrados a ver a los mozorros con capirote, pero desde aquí he de decir que con semejante adminículo la estética gana el doble, nuestros mozorros pecan de austeros. El vibrante sonido de sus bombos, cajas, atabales y tambores llega al corazón y... ¡de qué forma!, es potente, rítmica, sentida, algunos de ellos manchan el parche de sangre a causa del coraje que emplean en la interpretación. No tardaron en ir llegando a donde yo me encontraba y esperaba. La espera fue divertida ya que a mi derecha había formado una centuria de romanos e hicimos unas risas a su costa, a uno de ellos se le rompió el escudo y lo anduvo arreglando con maña, temeroso de que lo descubriese el centurión y lo mandase destinado a la aldea de Asterix.

Tras varias interpretaciones de la cofradía logroñesa ellos siguieron su camino y yo me acerqué a la zona de asueto de la ciudad para colaborar con la buena marcha de los negocios de hostelería trajinando unos refrescos.

La segunda parte de mi Semana Santa transcurrió en la iglesia de los capuchinos en Carlos III el viernes a la mañana a donde acudí a dejarme envolver por el cálido canto gregoriano, a disfrutar de las piezas para órgano del padre Donostia y del canto de las 7 palabras en las voces de un bajo y un tenor. Disfruté durante la hora que duró, escuché con los ojos cerrados y las notas gregorianas me transportaban a escenarios levantados a base de piedra y siglos.

Por la tarde me acerqué tempranero a la llamada Procesión del Santo Entierro. De todos es sabido que nuestra procesión dista mucho de las magnas procesiones que se dan por tierras del sur o del levante, es una procesión más austera, casi monocolor ya que aquí solo hay dos hermandades, la de la Pasión, que organiza el grueso del desfile, y la de Paz y Caridad que lo cierra acompañando a su Virgen Dolorosa. Un día hablaré en profundidad de esta cofradía que tanta historia tiene a sus espaldas con la asistencia a los reos condenados a muerte a los que asistía y acompañaba.

En otras ocasiones he visto la procesión a medio camino de su recorrido y ciertamente no es la más alegre del mundo, es incluso un poco tediosa en algún tramo, pero este año este paseante se fue cámara en ristre al comienzo de la misma y vi los momentos vibrantes en los que se va formando el cotarro. Como había llegado con antelación vi como en la calle de la Merced y en la plaza de Compañía se van vistiendo los mozorros que previamente han recogido su velón frente al Labrit y vestidos o a medio vestir esperan su turno en corros hablando y riendo, saludando caras que probablemente solo ven de año en año con motivo de la santa reunión que allí les ha llamado. En esto nada ha cambiado, tengo fotos del maestro Galle, de los años 40, en las que se ven escenas idénticas en idénticos lugares.

Llegada la hora me aposenté en la esquina de la bajada de Javier con la calle de la Merced y por ahí empezó a pasar de todo, al hermano guion, que abre la marcha, le siguen los primeros romanos, en este caso romanas, y detrás el Arca de la alianza junto a un grupo de figurantes escapados del Antiguo testamento a quienes acompañan niños y adultos con sus palmas. Tras este comienzo empiezan a desfilar pasos y mozorros, éstos esperan pacientes en la calle y se van incorporando siguiendo las instrucciones de los hermanos organizadores, no cuentan, como antiguamente, con participantes sin fin que flanqueaban la procesión de cabo a rabo y han de dosificarlos para que cada paso cuente con un buen número de ellos. La cercanía de los locales de la Hermandad permite oír las ordenes de la megafonía: persónense los portadores de la última cena, preparados los portadores de la Oración en el Huerto. Y van saliendo y van pasando ante mí, doblando la estrecha curva con habilidad y buen tino, y van pasando más y más romanos, algunos de ellos elegidos a conciencia y con aspecto de haber nacido a los pies de la loba capitolina y de haber servido a las órdenes de Julio César en el paso del Rubicón. Y pasaron coros de niños cantores, las Verónicas, las linternas de las Siete Palabras, los hachones del Cristo Alzado y un montón de partes que montaron un gran todo.

Visto desde donde yo lo vi me pareció mucho más interesante y divertido que de donde lo había visto otros años. Y cuando acabó me perdí entre la marabunta que abarrotaba Estafeta, San Nicolás y adyacentes, que eso también es Semana Santa.

La semana que viene más.

Besos pa tos.