Al igual que otros muchos, Luciano Urrestarazu partió de Bakaiku hacia Argentina en 1913 en busca de una vida mejor. Transcurrido más de un siglo, los vínculos familiares entre Buenos Aires y este pueblo de Sakana siguen vivos, un puente de más de 10.000 kilómetros que muestra Maru Rosón en el documental Bakaiku, casa única un un relato de la diáspora vasca en primera persona que se pudo ver en la programación de verano . "La historia de los vascos en la Argentina me atraviesa desde que nací. Los relatos de mi padre y mi abuela, los viajes entre Navarra y Buenos Aires marcaron quién soy", destaca esta bonaerense de 31 años.

Al respecto realiza un símil con un árbol surgido a partir de una semilla. "El árbol echa ramas y brotes. Pero basta con una hoja para saber de qué especie se trata", cuenta. "La raíz es Buenos Aires y el tallo mi papá, algo parecido a un roble. Por su aspecto rígido y los principios que le dejó su familia. Toda raíz proviene de una semilla y éstas vienen esparciéndose desde Navarra hasta Buenos Aires", incide. Lo cierto es que Luciano Urrestarazu regó aquella semilla y transmitió a sus descendientes una identidad y unos valores que han sabido cuidar.

Así, en busca de sus orígenes, viajó en 2005 a Bakaiku en, el primero de sus cuatro viajes, hasta ahora. En aquel primer encuentro tenía 16 años. "Un año antes tuve un accidente muy grave que me dejó 40 en días en observación, al borde la muerte. En ese transcurso sabía que habían venido a verme unos tíos de Bakaiku", recuerda. "No podía entender como personas que no conocía interrumpían sus vacaciones para verme en el hospital con la misma preocupación que tenían familiares más cercanos. Me decía que tenía que ir al pueblo para que vieran que yo estaba recuperada", añade. Aunque era menor , dada la imposibilidad de sus padres de pagar más de un pasaje, decidió viajar sola. Y es que nada le podía retener a la hora de conocer aquella tierra que su padre visitó en 1974, un año después de la muerte de Luciano Urrestarazu, una promesa que le había hecho a su abuela.

"Tenía una herida en la panza de más de 50 puntos que aún me superaba y un dedo del pie encarnado que apenas me dejaba pisar. Mis padres trataron de retenerme, pero sabiendo el espíritu tenaz vasco que tengo y con la promesa de ir todos los días a la practicanta a hacer las curas, pude viajar", rememora. Al respecto, recuerda que la enfermera que le atendió en la consulta de Bakaiku le decía que esa herida no se le iba a cerrar porque tenía un virus hospitalario. "Al volver a Buenos Aires y comentarlo con mis médicos, resultó ser cierto. Me tuve que someter a otra intervención, pero si no fuera por ella, no sé si estaría contando esta historia ahora", comenta.

Sus primeros días en Bakaiku no fueron fáciles. "Me esperaba un lugar más urbanizado y no tan desapegado a mis costumbres. Quizás, era algo demasiado brusco para una adolescente de ciudad en ese entonces", observa. "Al principio lloraba cuando iba a dormir. Pero al mes, cuando regresé a la Argentina, solté muchas más lágrimas porque no quería irme", destaca. "Hoy en día tengo muchos lugares internacionales recorridos pero Bakaiku es el único lugar donde me siento como en casa. Cada vez que llego o me voy, lloro. Lo llevo conmigo tan a flor de piel que lo tengo tatuado en mi tobillo, con mucho orgullo", incide. Al respecto, afirma que sigue enamorada como la primera vez. "Noto el respeto que tienen a las personas discapacitadas y la forma de vida, que no es nada similar a la de acá", comenta. Así, le gustaría instalarse definitivamente en Navarra. Mientras tanto sigue formándose en audiovisuales y temática social. "No sé cuándo lo lograré pero si sé que mi espíritu tenaz y vasco de seguir siempre para adelante, nunca se va a apagar", asegura.

LAZOS FAMILIARES A MÁS DE 10.000 KILÓMETROS

El documental, su trabajo de fin de carrera cómo técnica audiovisual de la Universidad Nacional de Quilmes (UNG), incide en los lazos familiares que se han mantenido durante más de un siglo, primero con cartas que tardaban casi un mes en llegar y alguna vez por teléfono, que costaba una fortuna, una comunicación que no se ha interrumpido nunca. "Mi padre nos inculcó que teníamos que escribirles. Una vez al mes, un domingo después de comer, sentados en torno a la mesa, decidíamos que ponerles", recuerda su tía Regina Urrestarazu en el documental. "Se fueron tres hermanos. El tío Luciano cuando se despidió de su madre le dijo que se verían en el cielo. Qué duro tuvo que ser. Allí estarán, contentos de ver que seguimos unidos", señala su hermana Margari.

En Argentina, Elvira Urrestarazu muestra fotografías que les enviaban desde Bakaiku y que mantuvieron aún más vivo este vínculo. "Bakaiku, la tierra de mi bisabuelo Luciano, es mucho más de lo que se puede ver. Una casa no tiene que ser literalmente donde vivimos. Un hogar puede ser donde uno se sienta parte de una comunidad. Por eso hoy puedo decir que Bakaiku es mi otra casa", abunda Maru Rosón