Se cerró la breve feria zangozarra con el eco de la tan singular como exitosa corrida del día anterior de Los Derramaderos y el encierro dominical con nobles y enclasados novillos del campo de Villafranca.

El festejo de ayer mostró las dos caras, cual luna, de la tauromaquia: la luminosa del triunfo, que saboreó Rafael Reyes al pasear dos orejas y ganarse los honores de la puerta grande; y la oscura, que enmarcó a El Roque, menudico novillero que acabó en el hule de la enfermería y trasladado al CHN tras soportar un tremendo golpe que le propino de salida en el lado izquierdo de su torso el hermoso novillo que abrió plaza y que atendía a Arquidito.

El Roque, pundonoroso, terminó la lidia, pero su mal estado obligó a Reyes a lidiar los novillos restantes.

La función de utreros perdió algún dígito de nota por una serie de accidentales vicisitudes durante las lidias. El mocetón 1º, que arreó el mentado sopapo, aunque en manejable entrega, no se terminó de ver bien por la evidente impotencia del novillero, aunque lograra matar con habilidad.

El segundo, Cabezón, más estrecho de sienes y de báscula salió a toda mecha y, quizá mal tocado desde una tronera, se partió el pitón derecho. Tímidas protestas, pero todos, enseguida, admitieron el remar en contra de estos tiempos de bajíos. El torico quedó como una perita en dulce para Reyes, que llegó relajarse algo, pero llevó a menos su labor al abusar de las cercanías. Pobrico Cabezón. Oreja. El 3º, Finito, derribó con estrépito al piquero creando unas escenas de la que hubiera bebido a trago largo tanto el realismo mágico como del surrealismo crítico del genial pintor Vicente Arnás Lozano. Finito dejó media vida aplastando al caballo derribado que, a su vez, hizo de eficaz grillete en la gregoriana del del castoreño. Aún perdiendo las manos, Finito respondió con clara entrega. Reyes aplicó una faena mejor estructurada y se llevó otra oreja. Al otro tiazo de la tarde, Tonadillo, le arrearon mucho y trasero. Aún así fue más que potable.