on una enorme ansiedad y pánico a que se repitan las situaciones que vivió durante 21 días o a que alguien de su entorno se pueda contagiar, la murchantina Lara Bartos (de 45 años), vive aislada en una habitación de su casa desde que el 31 de marzo dejó el Hospital Reina Sofía donde ingresó el 19 de marzo y pasó dos días en la UCI.

No deja de llorar y no duerme bien recordando las situaciones vividas desde que el 10 de marzo contrajo coronavirus. "Tengo miedo a no saber si soy positiva porque, de momento, me dicen que no me van a hacer la prueba. Me da pánico contagiar a la gente mayor de mi entorno, me genera mucha ansiedad ser la causante de que alguien pase por esto. También a recaer, porque ha habido casos de gente que ha vuelto a recaer", asegura.

El 10 de marzo, Lara Bartos celebraba en familia el cumpleaños de su padre, Antonio, y comenzó a sentirse mal. Al llegar a casa tenía 38,5 grados y un fuerte malestar pero no tosía. Siguió trabajando en su bar de Murchante hasta el 12. Ese día se quedó en casa y al siguiente llamó al médico del consultorio, "me dijo que no fuese allí, que tenía toda la pinta de que era una gripe y que me quedara en casa tomando paracetamol e ibuprofeno. Pero no comía nada y cada día me notaba peor". La fiebre continuaba igual de alta y aunque respiraba bien el cansancio era enorme. "Me llamaban del centro de salud y seguía igual, pero me decían que siguiera tomando lo mismo. El 19 de marzo, mi hermana se cansó, llamó al 112 y le dijeron que fuera al centro de salud, pero era festivo. Le dije a mi marido: 'Así no puedo seguir, no sé qué me pasa pero llévame al hospital'. Yo pensaba siempre que era otra cosa, ¡cómo iba a tener yo coronavirus!".

Entre los días que llevaba Lara sin comer y la afección en los pulmones, llegó tan justa que se desmayó nada más cruzar la puerta. "Me tuvieron que poner oxígeno y me dijeron que tenía neumonía bilateral. Me hicieron la prueba del COVID-19 y di positivo". Lara recuerda que "me vine abajo, porque dices, ¿dónde lo he podido coger? Me asusté mucho porque decían en la tele 'es como si coges un catarro más fuerte', pero no era así". Le pasaron a una habitación y dado que en ese momento si alguien se queda contigo se tiene que quedar ya hasta el final, se despidió de su marido y le dijo que se fuera.

"Te quedas allí sola. Pensé, bueno ya estás aquí, ya ha pasado todo. Pero solo acababa de empezar". Su salud cada día empeoraba, aunque ella no se daba cuenta, y sus pulmones perdían fortaleza pese al oxígeno que le suministraban, y a los 2 días de estar ingresada una médico le dijo que le iban a intubar. "Me podía valer por mí misma pero me dijo estas muy mal, cada vez tus pulmones están peor y me da miedo que esto avance rápido y no lo podamos controlar. No hay otra solución", relata.

Los miedos de Lara se dispararon, "no me lo podía creer. Pasé mucho miedo hasta que no vinieron a intubarme y no hacía más que pensar en mi familia, 'cuándo les digan que estoy en la UCI'". Cuando llegaron para intubarla miraron la saturación y era aceptable por lo que decidieron que "hasta la noche" le dejaban en la habitación. Nerviosa, preocupada y con ansiedad esperando el momento finalmente, decidieron que siguiera en la habitación. De nuevo, pensó "la pesadilla ha pasado", pero no. Con los días, las mascarillas de oxígeno fueron aumentando hasta llegar a la que denominan "con reservorio", que es "lo máximo que te pueden poner y de ahí pasan ala intubación".

A los dos días, de nuevo una médico de la UCI le repitió, "Lara, ahora sí ha llegado el momento". "¿Qué estoy haciendo mal?", le pregunté. La cuestión es que se quitaba la mascarilla para ir al baño y ese momento perjudicaba a sus pulmones pero es que además la medicación era tan fuerte que crea una descomposición tal que obliga a ir continuamente al baño. Tras consultar con unos médicos italianos decidieron probar conmigo una solución, "bajaremos a la UCI y te pondremos boca abajo porque el pulmón así se regenera más rápido. Pero tiene que aguantar todas las horas que puedas". Así estaba todo el día y solo le daban la vuelta para comer. En 9 días no tuvo fuerzas para hablar con su familia.

Tras dos días subió a planta donde tenía de compañera a una mujer mayor y su hijo. A los días su compañera falleció porque "no se podía hacer nada". Hicieron todos los papeles y el hijo se fue a encerrarse a su casa cuando le dijeron que venía la funeraria. "Su padre había estado también en el hospital enfermo, había salido y estaba de cuarentena en casa". Sin embargo la funeraria no llegó y tardaron varias horas en retirar el cadáver de la habitación, "era algo surrealista, estaba viendo la televisión, sabiendo que al otro lado de la cortina estaba el cadáver de mi compañera de habitación. No dormí en toda la noche pensando que podía haber sido yo", rememora. Al día siguiente trajeron una nueva compañera que llegó con su marido, quien a los dos días tuvo fiebre y era porque había contraído también coronavirus.

Lara fue mejorando y un día le dijeron que si todo iba bien al día siguiente me iba a casa. "El 31 de marzo me vino a buscar mi marido. Era como si hubiese estado secuestrada, no paraba de llorar. Me llevó a la puerta de casa de mis padres y les pude saludar desde el coche para que me vieran. ¡Cómo han sufrido!, sin saber de mí más que por los médicos, sin oírme. No solo sufres tú, toda la gente de alrededor".

Lara, concejala en Murchante, se emociona al recordar el cariño de sus vecinos y a los sanitarios del Hospital, para cuyos trabajadores solo tiene palabras de agradecimiento. "Se agradece mucho su trato humano cuando estás sola, que te llamen por tu nombre. Enfermeras de Murchante que casi no conocía venían a verme y llamaban a mis padres para contarles cómo estaba. Parecía la famosa del hospital porque era la más joven y se preocupaban mucho por mí. La labor de las enfermeras es increíble, las limpiadoras en la UCI me saludaban y daban ánimos. Todo eso ayuda. Nunca olvidaré que el último día, una enfermera de mi pueblo se vistió con todo los trajes y máscaras solo para darme la mano y decirme 'ya está, se ha acabado'. No puedo explicar lo que fue para mí ese gesto en una situación que no puedes salir al pasillo, estás tan solo que el que te toquen la mano, es un mundo".

Exhausta, reflexiva, pero llena de amor hacia su familia y su marido, que se preocupa de mantener el aislamiento en casa limpiando, cocinando y lavando todo, cada día, concluye "desde que salí digo mucho más a las personas que les quiero y que, de verdad, tengo ganas de verlas".

"Cuando me ingresaron pensé, 'ya ha pasado todo', pero solo acababa de empezar"

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