En la Ribera se asesinó en 1936 a 16 mujeres, el 40% de las más de 40 navarras pasadas por las armas. La muerte fue solo una de las múltiples formas de humillar y dominar a las mujeres riberas.
Las guerras tienen su cara más devastadora en el frente, pero en retaguardia se viven de forma más descarnada injusticias, revanchas, ajustes de cuentas y asesinatos injustificables. El miedo de quienes empuñan el arma a que las víctimas tomen represalias contra ellos, si cambian las tornas, se apodera de la razón y de la condición humana. Por eso uno de sus objetivos en julio de 1936 era transformar el odio en terror. Una vez logrado, es imposible que quienes han sido represaliados, humillados y anulados se levanten. De esa forma, dirigir la represión hacia las mujeres era clave: si dominaba el terror en una casa se anulaba cualquier posibilidad de sublevación.
En la Ribera en 1936, la represión fue cruenta hacia los hombres, pero inmisericorde hacia las mujeres buscando su sumisión y, con ella, la de todos los que les rodeaban. La Ribera era el nicho de los votos de las izquierdas en la Segunda República, de la lucha por la tierra y de la fuerza de los sindicatos. Si se dominaba la Ribera se dominaba Navarra y si se dominaba Tudela, se dominaba la Ribera.
Una vez que quienes diseñaron, prepararon y ejecutaron el Golpe de Estado asesinaron a alcaldes, concejales, guardas de montes y todo el que tuviera algo que ver con ayuntamientos, pasaron a eliminar a presidentes, secretarios, tesoreros de sindicatos y partidos; más tarde a los militantes, luego a quienes se habían significado o tenían especial carisma y finalmente a las mujeres. Madres, hijas, militantes, amas de casa… en ocasiones como advertencia, en otras como revancha y otras muchas más sin explicación.
¿A quién asesinar?
Aquel 19 de julio de 1936, unas 140 personas ingresaron en la cárcel de Tudela (pasaron 640 en seis meses), la mayoría de Cascante, Ribaforada, Tudela y Corella, donde había un número más elevado de falangistas y la sublevación fue especialmente sangrienta. Era solo el primer día de una larga lista de masacres, asesinatos, abusos y persecuciones. En Navarra se asesinaron en retaguardia en seis meses a 3.634 personas, según el último recuento de 2018, de ellas 660 en la Ribera, lo que supone el 18%. Hay que tener en cuenta que en el frente murieron 4.540 navarros en 3 años.
Mola, en uno de sus primeros mensajes ya advertía, “se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades y sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares.” En la Ribera se asesinó a 10 alcaldes o exalcaldes, de 19 localidades y a un total de 26 concejales, además de alguaciles, guardas y otros empleados municipales fieles a la República.

En aquellos primeros días de julio, otro general golpista, Queipo de Llano fue el primero en llamar a falangistas, requetés y regulares a poner su objetivo en las mujeres. “Vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto. Faculto a todos los ciudadanos a que, cuando se tropiecen con uno de esos sujetos, lo callen de un tiro...”
Infundir el miedo y el terror en las mujeres que se habían significado o estaban casadas con maridos significados era muy importante para conseguir mantener la tranquilidad y la obediencia en Tudela y la Ribera. Por eso la represión tuvo diversas ramas y formas de ejecución como asesinatos, detenciones, humillación pública, violaciones, presión económica y también, y ante todo, sumisión, principal objetivo buscado.
En Navarra se asesinó a 41 mujeres según el último registro de la editorial Altaffaylla, aunque el libro 'Nombres que recorren el tiempo. Mujeres asesinadas en Nafarroa (1936-1948)' llega a hablar de 45, si bien algunas de ellas murieron en bombardeos. De todas ellas, a 16 las asesinaron en la Ribera, lo que significa el 40% de todas las mujeres pasadas por las armas en Navarra. A 5 las mataron en Tudela (donde hubo casi 70 fusilados) y a 4 en Cortes (38 fusilados). Solo como comparación, en Pamplona se asesinó a 2 mujeres de entre las más de 280 personas que murieron asesinadas.
Las 16 rosas
En la cárcel de Tudela llegó a haber 23 mujeres detenidas en 1936, de ellas 16 coincidieron juntas en los lóbregos calabozos de Sementales en octubre y noviembre y a 10 de ellas se les detuvo el 13 de octubre. Muchas de las 16 rosas riberas estuvieron en esa prisión, 16 mujeres asesinadas de las que hay que repetir sus nombres, una y otra vez, para que no queden en el olvido como querían sus asesinos.
Aquellas 16 fueron Romana Zubiría Castellano y Eusebia Falces Sanz de Arguedas; Martina Martínez Bueno de Buñuel; Felisa Aguado Sainz y Simona Calleja Aguado de Cabanillas; Micaela Ochoa Ollo de Cadreita; Luisa Lasheras Royo, Matilde Ruiz Remón, Misericordia Abad Alcega y Enolasca Vela Salvador de Cortes; Josefa Bueno Azcarate La Morota, Juana Charela Vidas La Calderera, Jesusa Olloqui Ariza, Felipa Ramírez Vicente mujer de El Pollo y Jesusa Ruiz Melero La Rocamora de Tudela y Carmen Lafraya Fernández de Villafranca.
Si importante es saber sus nombres, más saber sus vidas.
Micaela Ochoa Ollo, de Cadreita, tenía 50 años y era viuda desde diciembre de 1933 cuando la Guardia Civil mató a su marido Juan Prat en un altercado en el que también murió otro guardia civil. Fue asesinada el 16 de noviembre de 1936. El mismo día que fusilaron a su hermano Santiago. Dejó seis hijos huérfanos.
Felisa Aguado Sáinz, nacida en Murchante, vivía en Cabanillas y pertencía al Partido Comunista. Tenía 64 años. Casada con Alfonso Calleja, le asesinaron el 12 de agosto de 1936 en Valtierra, después de raparla. Con ella mataron a su hija Simona Calleja.
Se ha hablado mucho de Maravillas Lamberto pero el caso de Simona es muy similar. De 19 años, la asesinaron después de haberla encarcelado, rapado y violado repetidamente en el cuartel, pese a sus gritos de “¡no me hagáis más!, ¡no me hagáis más!” con los que pedía ayuda al párroco don Carlos que vivía frente al cuartel. También asesinaron a otro hijo de Felisa, de 26 años, Proceso Calleja, en el puente de Tudela, y al hermano de Felisa, Pedro Luis Aguado, que pertenecía a la UGT. Solo le sobrevivió un hijo de 14 años al que llevaban en el mismo camión que a ellas pero del que lo bajaron a última hora.
Jesusa Ruiz Melero, de 35 años, nacida en Ablitas, vivía en Tudela donde se casó con el feriante catalán Antonio Serret Rocamora, del que enviudó en la República. No se le reconocía militancia política pero sus asesinos le acusaron de ser militante republicana y repartir propaganda en su puesto de lotería donde tenía una bandera de la República.
Se dice que había trabajado sirviendo en casa del abogado Manuel Espadas. En octubre le detuvieron en Ablitas, a donde la habían desterrado ya que figuraba en una de las listas de Tudela como elementos “indeseables”. La llevaron el 23 de octubre a la cárcel de Tudela, donde pasó un mes siendo obligada a hacer jerseys para los soldados del ejército de Franco sublevado. Fue sacada de la cárcel y asesinada un 14 de noviembre junto a un grupo de veinte personas en la corraliza de Balsaforada, cerca de Tudela, entre las que había otras tres mujeres: Juana Charela Vidas y Felipa Ramírez Vicente.
Dos días antes habían fusilado a la comunista Jesusa Olloqui Ariza y a Josefa Bueno Azcárate. En tres días asesinaron en ese mismo lugar a 40 personas.
Felipa Ramírez Vicente, de 50 años, estaba casada con Manuel Sanz, al que llamaban El Pollo. Hortelana y de ideas republicanas y de izquierdas, dejó dos hijos que el último recuerdo que tenían de ella era cuando les lanzó un beso desde la reja de la cárcel de Sementales. Ellos estaban en el patio y no le dejaron subir a verla.
Su hijo Felipe, que con 9 años tuvo que ir a trabajar al campo, recordaba en el documental Corazones Rojos cómo “tenía un primo, el jesuita Ramírez, que no quiso mediar en su liberación ‘no hago clemencia ni para mi padre’”, contaba el hijo.
Josefa Bueno Azcárate tenía 29 años, era viuda de Juan Fidao, que había sido ya fusilado antes, y dejaron tres hijos huérfanos. Josefa había nacido en Morata de Jiloca (Zaragoza) y era ama de casa.
Misericordia Abad y Enolasca Vela de Cortes, tenían 31 y 32 años y fueron fusiladas juntas en la cuneta de la carretera de Ribaforada a Zaragoza, junto a lo que fue el parador de Sancho El Fuerte.
La primera, Misericordia, había sido rapada y obligada a desnudarse al igual que su madre y sus tres hermanas para que los asesinos comprobaran que no tenían tatuadas la hoz y el martillo. Enolasca era ya viuda puesto que habían fusilado a su marido Juan García. Ambas fueron asesinadas el 9 de septiembre de 1936.
El caso de Carmen Lafraya es parecido al de Simona y Maravillas. De 24 años, era la mayor de 8 hermanos y vivía en Villafranca. A su padre Esteban, voluntarios de Estella que iban al frente le habían dado una paliza y arrastrado con un camión, dejándolo muy grave.
Carmen, a la que habían rapado días antes, se empeñó en acompañarlo y en el cuartel la violaron delante de él y del párroco, que asistió a las torturas. Fueron asesinados ambos el 29 de septiembre en Cadreita y también lo sería en Valtierra un hermano de su padre.
A María Martínez Bueno, de 63 años, de Buñuel, la asesinaron en Magallón. Por el miedo y su corpulencia no pudo bajar del camión en el que la llevaban a fusilar por lo que la tiraron y se rompió las piernas. La asesinaron allí mismo, en el suelo.
Herminia Domínguez Martínez, de 19 años, de Buñuel, era miliciana, la única miliciana ribera que se conoce y murió defendiendo Irún. Herminia vivía en San Sebastián y entre el 22 y 28 de julio de 1936 combatió contra los militares sublevados formando parte del grupo de retén de la calle Usandizaga.
Una vez derrotados los sublevados siguió combatiendo con las milicias vascas antifascistas en Irún, resultando herida en los primeros enfrentamientos. Murió el 6 de agosto y está enterrada en el cementerio de Polloe.
Al no ser cargos públicos, ni políticos, ni escritoras o artistas, ninguna de estas mujeres asesinadas ha tenido un reconocimiento ni tienen calle, plaza o placa que las recuerde. El objetivo que pretendía el odio se cumplió y el manto del olvido se echó sobre ellas.