Conocí a Miguel hace casi cuarenta años, en el mes de noviembre de 1983, cuando ambos accedimos a nuestras respectivas plazas del Ayuntamiento de Pamplona con muy pocos días de diferencia. Llegamos a un Área, conocida coloquialmente como la cuarta planta, que estaba en pleno proceso de reorganización. Eran nuevos tiempos, en los que deberían materializarse los cambios derivados de la transición política.
Estaba en la fase final de tramitación el nuevo Plan General de Ordenación Urbana, que se aprobó en noviembre de 1984, y en los meses siguientes se crearon la Oficina Municipal de Rehabilitación de Viviendas y la Gerencia Municipal de Urbanismo.
Nuestra condición de recién llegados casaba bien con aquellas novedades. Fuimos conociendo, al mismo tiempo, los entresijos de la administración municipal, lo que nos proporcionó, además, una complicidad derivada del descubrimiento conjunto de las peculiaridades de la casa.
Lo más interesante y estimulante de aquellos primeros meses, sin embargo, fue vislumbrar el tipo y las características del trabajo, nuevo y casi siempre ilusionante, que nos esperaban en la actividad municipal. Y, a la vez, descubrir la calidad humana y profesional de los compañeros que poblaban la cuarta planta.
Miguel llegó al Ayuntamiento con un importante bagaje profesional acumulado, en plena madurez laboral y creativa. Había trabajado de aparejador en el sector privado, con una trayectoria que le llevó de Bilbao a Huesca y de allí a Pamplona, donde desarrolló la mayor parte de su trabajo. En el Ayuntamiento tuvo que afrontar una tipología de obras distinta, constituida por los edificios dotacionales, el espacio público y las intervenciones de mantenimiento de unos y otros; y ejercitar otra forma de mirar, propia de la función pública. Su capacidad y nivel profesional hicieron que actuara, también en el sector público, con mucha solvencia.
En el año 1986 le propusieron hacerse cargo de la Oficina Municipal de Rehabilitación de Viviendas, afincada en la calle Eslava, en la antigua casa Luna. Parece premonitorio que, poco tiempo antes, hubiera sido el aparejador de la rehabilitación del edificio. Trabajó en la Oficina hasta su jubilación, en un trabajo que parecía pensado para él, tanto por sus cualidades profesionales como por las humanas.
En todos los años de Responsable de la Oficina de Rehabilitación dirigió su crecimiento que le ha llevado a convertirse en lo que es hoy. Impulsó e intervino en actuaciones tan relevantes como la reurbanización del Casco Viejo y la galería de servicios, el lanzamiento del PEPRI, la puesta en valor de las murallas, el plan Urban y su gestión, la construcción del ascensor entre Rochapea y la calle Descalzos, la rehabilitación del Palacio del Condestable o la creación de Pamplona Centro Histórico. Y, en el tiempo en el que dirigió el Área de “Casco Antiguo, Mobiliario Urbano y Zonas Verdes”, el parque Yamaguchi y el parque fluvial.
Sin embargo, con ser importante todo lo que desarrolló en su trayectoria profesional, los que han trabajado más directamente con Miguel destacan, sobre todo, sus cualidades personales.
En primer lugar su carácter: “trabajar con él era muy fácil pues siempre aportaba sus conocimientos lúcidos y con humor, de manera relajada, sin alterarse nunca; ahora, las soluciones propuestas le tenían que convencer y disfrutaba si se le aportaban mejoras a lo que proponía; disfrutaba con su profesión”.
O, en su relación con los ciudadanos, “destaca de él la comunicación con todo el mundo, con los vecinos, en las obras, y el contacto con la gente de la calle; cómo atendía a todos los vecinos y a los comerciantes, y cómo informaba en las mesas del Casco Antiguo”.
Como responsable de un grupo de trabajo, “con su carácter siempre educado, risueño, sabía liderar al equipo; en sus reuniones semanales con los técnicos dictaba criterio, resolvía dudas, acompañaba y seguía los expedientes, en suma, siempre estaba encima, nadie se sentía solo y abrumado con expedientes complicados”. En síntesis, “lo bueno era pasar el día a día con él”.
En un plano distinto, que trasciende lo dicho hasta ahora, quedan los recuerdos más personales, los momentos, a veces individuales y también de grupo, en el trabajo, en el rato del café o alrededor de una mesa, las conversaciones y las risas. Como todo lo que tiene que ver con él, están marcados por su carácter y su forma de ser.
Carácter y forma de ser, dos expresiones que se repiten cuando se habla de ti. Con todo, me parece, Miguel, que no se puede decir mejor de lo que lo hicieron tus diez nietos y tu nieta cuando, al despedirte, agradecieron que les hubieras dejado como legado tu manera de estar en el mundo. Gracias por eso y por todo lo demás.
El autor es arquitecto municipal, jubilado, del Ayuntamiento de Pamplona