Jamás olvidaré, Alfredo, tus gestos
Esta mañana, mientras estaba redactándole unas líneas a mi novia actual (es lo primero que hago, tras abrir el correo; acostumbro a contestarle a todas las apostillas o escolios que me ha hecho y mandado en uno; ahora todo eso no lo necesito escribir al inicio, lo concentro en la voz “latiguillo”), Mayte, he recibido la noticia luctuosa de que Alfredo Sarnago, un hombre bueno (quien lo trató y conoció abundará conmigo en dicho parecer), uno de los mejores amigos de mi difunto hermano José Javier, miembro, como él, de la peña “LA TEBA” (Teba es el acrónimo de “tudelanos en buena armonía/ambiente”), y amigo mío, asimismo, había fallecido. Mi primer comunicante ha sido mi hermano Miguel Ángel, “el Chato”. Mi segundo informador, mi hermano Jesús María, “El Chichas”, también tebano, me ha confirmado la apesadumbrada y rasgadora nueva.
Ayer, precisamente, mientras las yemas de mis dedos pulsaban las teclas de la computadora que usaba en esos momentos en la biblioteca pública Yanguas y Miranda, como hago ahora, comenté el sofocón que me llevé la semana pasada, cuando (había salido a dar el habitual paseo vespertino y, al regreso del mismo, vi colocada en el tablón correspondiente, en uno de los laterales de la iglesia/parroquia de Lourdes, la esquela de su madre, Herminia), nada más enterarme del triste hecho, acudí presuroso al tanatorio para darle el pésame por el fallecimiento de su progenitora (y fui allí, como iba vestido, con pantalón de chándal y camiseta de deporte, porque cerraban a las ocho y apenas quedaban unos minutos para dicho fin; y en su interior, tras dar el pésame a su hermana María José y a su esposa, Anabel, pregunté por él; fue Antonio Alcántara, amigo común, otro tebano, quien me puso en antecedentes: Alfredo estaba ingresado en el Hospital “Reina Sofía”, de Tudela), con Marisa, amiga compartida, que había venido a dejar un libro y llevarse otro.
Lamentablemente, el próximo día de Navidad, en el que quienes vivan (ojalá vivamos y recordemos los que aún no hemos muerto) rememorarán el cuadragésimo quinto aniversario del óbito de mi hermano, él, Alfredo, que no falló ni faltó nunca a la cita, no volverá a hacerme, antes de la misa, la pregunta acostumbrada: ¿Ángel, has pagado la misa de “Javi” (hipocorístico de mi finado hermano)? Reconozco que me molestará sobremanera, que me fastidiará un montón, no volver a estrechar su diestra. Había y hay personas en este mundo cochambroso, allí donde miraras, que ponían su granito de arena a diario para que el tal fuera menos inmundo; desde hoy, habrá una menos, Alfredo Sarnago. ¡Qué pena!
Alfredo Sarnago era una persona generosa. Y, como para muestra basta con exhibir un solo botón, con aducir una sola anécdota, ahora me viene a la memoria, como si fuera una foto, que un mediodía, tras la misa navideña, un grupo no menor (rondaríamos la veintena) fuimos a tomar el vermú a “El quinto pino”, que, contradiciendo el dicho, queda cerca, no lejos, debajo de mi casa. Él se acercó a la barra, se encargó de pedir y desoyó (quiero decir que rehusó) mi propuesta de que pagáramos la ronda a medias. Él corrió con el gasto de todo el aperitivo. No olvidaré su gesto dadivoso, sus gestos altruistas, liberales, mientras viva.
Estos renglones torcidos solo son una faceta o cara del poliedro que fue Alfredo Sarnago. Seguro que hay otros adictos a las palabras, letraheridos, que vendrán a enriquecer (complementando y completando) su polifacética personalidad.
Ahí va mi sentido y sincero pésame para todos los amigos y familiares de Alfredo Sarnago.
R.I.P. / D.E.P.
El autor es licenciado en Filología Hispánica