La última erupción en la isla trajo a la mente de los isleños que habitan un lugar que a veces ruge violentamente destruyendo todo lo que se encuentra a su paso. Hoy, el paisaje en la zona de Cumbre Vieja es alucinante. Siguiendo una antigua carretera rodeada de un entorno donde los colores negro y gris de las arenas volcánicas lo dominan todo, se llega hasta una barrera donde se acaba la carretera. Allí surge una nueva montaña de más de 200 metros de altura. Es el Tajogaite, y de su boca aún salen gases. Nos cuentan que el volcán está en proceso de dormirse

No hay palabras para describir la atmósfera que se mueve por el lugar. Tejados que sobresalen entre las coladas magmáticas y edificios limpísimos tratando de regresar a una vida casi normal. Esta es la cara amarga de lo que trae una erupción. 

El nuevo volcán Tajogaite.

En el extremo sur de la isla está la otra cara, amable, casi pintoresca, como es la de la zona del volcán Teneguía, que rugió en el ya lejano año de 1971. Aquí se disfruta del lugar, de sus colores imposibles, de la serenidad del volcán San Antonio o del azul del mar pegado a los riscos negros de las fajanas, las nuevas tierras ganadas al mar. De fondo, las plataneras y un pequeño poblado surgido junto al mar. Casi una postal de ensueño. Así es La Palma, unos estudiando las entrañas de la tierra y otros surcando el infinito del universo desde el increíble paraje que es el Roque de los Muchachos.

En la cumbre

No hace falta ser un astrónomo para disfrutar del lugar. La carretera es un poquitín complicada, pero es el prólogo perfecto para admirar la cumbre de La Palma. Conforme se asciende cambian el paisaje y sus colores, del verde del pino canario al cobrizo de la tierra que rodea al Roque. En el mirador de Los Andenes hacemos una parada. Hay un silencio diferente al del que se vive en el Parque Natural del Teneguía; los riscos se levantan orgullosos, el cielo mira a otro lado.

Llegamos al observatorio astronómico del Roque de los Muchachos. Los reflejos de los telescopios Magic nos hipnotizan, cerca el Gran TECAN, más arriba el italiano Galileo. Entre tanta tecnología insertada en plena naturaleza uno se perdió buscando el mayor telescopio robótico del mundo, el Liverpool. 

Vista de San Andrés.

Vista de San Andrés.

Este viajero se quedó con las ganas de visitar un telescopio por dentro, y como consuelo le quedó visitar el muy interesante Centro de Visitantes. Un espacio con aires de museo que hay que visitar para entender un poco mejor el trabajo que se hace ahí arriba. La duda es cuándo visitarlo, si antes o después de la visita a los telescopios desperdigados por el Roque. Lo que sí está más que claro es que el cielo de La Palma es el más bonito del orbe. La isla es un destino starlight, una categoría que asegura que el cielo es prístino por la noche, siendo un lugar perfecto para el astroturismo, para observar el firmamento en toda su claridad. De ahí que la noche en la ciudad sea un pelín mas oscura de lo habitual; es la manera de preservar el cielo de la contaminación lumínica. 

Siguiendo la carretera llegamos hasta casi la cima de la Caldera de Taburiente. Ahora estamos mirando absortos la profunda hendidura de más de un kilómetro de profundidad y ocho de diámetro que se abre delante de nuestros ojos. Infunde respeto, porque proyecta una fuerza y energía inusuales. 

Gastronomía

La isla de La Palma es única, y sus habitantes, los palmeros, no podían ser de otra manera. Este vagabundo del segundo milenio tuvo la inmensa suerte de conocer los proyectos de personas como Pedro Hernández Castillo, cocinero de altura y trabajador incansable, que ha dado forma a su casa de comidas en línea perfecta con su filosofía de vida. Desde su casa, El Duende del Fuego, situado en Los Llanos de Aridane, alimenta a sus clientes en base a unos criterios muy exigentes, donde el producto de la tierra y de temporada se elaboran evitando al máximo la contaminación cruzada por los alérgenos presentes en algunos productos. 

La playa de Nogales.

La clave para Pedro está en que cualquier persona que se acerque a su restaurante pueda disfrutar de la comida, sin preocuparse de sus intolerancias alimentarias. Que el banquete sea para todos igual. Su cocina es ecológica, kilómetro cero, sostenible. En fin, no se pueden poner mas adjetivos a su gastronomía. 

Quedaría el comentar que su cocina es sabrosa, de texturas únicas y colores tropicales. La Ropa vieja de pulpo estaba de escándalo. Apunten, lectores del ON, un restaurante único en el mundo y de precio accesible. Y el pan lo elabora también en el restaurante, utilizando variedades de trigo propias de la isla. Las muele en un molino cercano una vez al mes. La verdad es que no se puede pedir más.

Lo único que aún no elabora Pedro es el vino, aunque para eso están personas como Eufrosina Pérez Rodríguez, propietaria de la bodega familiar El Níspero.

Sus viñedos están en el paraje de Garafía, bajando de la Caldera de Taburiente en dirección noroeste. Estos viñedos están demarcados en la subzona Norte. 

El paisaje es una continuación de terrazas cubiertas de viñedos. Eufrosina elabora un increíble vino de tea que es algo único en el mundo. El que esto escribe se ha dado cuenta de que en esta coqueta isla hay una increíble cantidad de cosas únicas, ¿será que la combinación del alisio atlántico y la actividad telúrica han creado un espacio, o como se dice hoy, un ecosistema, tan especial en La Palma? 

Bueno, lo importante es que Eufrosina nos dio a probar su vino de tea elaborado con la variedad tinta negramoll y las sensaciones fueron alucinantes. Un aroma a resina fresca y un sabor que recordaba a la hierbabuena impactaron de lleno en el cerebro de este viajero. Un tinto para recordar que marida a la perfección con una buena carne. 

La barrica de tea donde se fermenta este vino era del padre de Eufrosina; apenas quedan barricas de tea, ya no hay toneleros en la isla. Y la tea, que procede del tronco del también endémico pino canario, escasea. Esperemos que no se pierda esta manera de hacer un vino tan rico y tan especial. 

Más paisajes

Y como seguimos serpenteando la isla llegamos al mirador de la playa de Nogales, en Punta Llana. Precioso el mirador rodeado de tuneras rojizas donde la fruta se puede comer, eso sí, con mucho cuidado de no pincharse con sus finísimas agujas.

Casas engullidas en la ladera del Tajogaite.

Nogales es una pasada de lugar, el camino hasta la hondonada es muy bonito, está escarpado en la propia montaña, poco a poco se intuye el gris arenal y una inmensa cavidad volcánica llama nuestra atención. Los colores tierra y rojizos destacan sobre el aún gris del mar. Poco a poco surge el sol, estamos muy al oeste y quiero pensar que el atardecer en Nogales será algo a disfrutar al menos una vez en la vida. 

Nosotros paseamos un poco por la aún desierta playa y apenas nos mojamos los pies, ya que nos avisaron de que hay que tener cuidado con bañarse en Nogales, que es una playa abierta al Atlántico y este océano puede ser muy traicionero. Nos vamos sin esperar al atardecer camino del bosque de laurisilva palmeño del Parque Natural de las Nieves. En su día fue la primera reserva de la biosfera de La Palma. 

Cerca queda el espacio de trabajo de Brenda Rodríguez en su finca Los Tumbitos. Ella y su familia se dedican a trabajar con la cabra palmera y a elaborar con su leche el exquisito queso de cabra palmero. Con este queso se elaboran unos entrantes maravillosos en los más cuidados restaurante de la isla. Cuentan que asar el queso de cabra y sazonarlo con mojo verde fue una idea de su familia. Pero sin Brenda, esta maravilla culinaria dejaría de existir. 

Si Nogales es pura arena y desierto magmático, la cascada de Nogales y su entorno son una selva verde y húmeda en pleno corazón de la isla. El paseo hasta la cascada es sencillo y muy agradable, ¡hace falta ponerse un jersey y hasta un fino chubasquero para no mojarse! 

El camino fue construido en su día para poder trasladar el agua de la montaña a las haciendas próximas. Cruzamos la acequia rebosante de agua, salimos de una cueva artificial y nos encontramos con el imponente espectáculo de la Cascada de los Tilos. Una mini terraza te acerca a la caída de agua, que te moja con su fina lluvia mientras la observas. 

Hasta al año 1955 la cascada era natural, pero en esa fecha se construyó la Central Hidroeléctrica del Salto del Mulato, que dejó a Los Tilos sin agua. Más adelante se construyó una bomba artificial que recuperaba el agua y daba a la cascada una segunda vida. Merece la pena acercarse hasta Los Tilos y dejarse llevar por la naturaleza que a uno lo rodea, sabiendo que en nada uno puede volver a encontrarse con la suavidad del clima canario en, por ejemplo, el bonito enclave de San Andrés, un muy bonito pueblo pegado al mar.

Siguiendo la línea de la costa nos paramos a disfrutar del paraje del faro de Punta Cumplida y llegamos hasta Barlovento. Estamos en el extremo norte de la isla. En su fajana se construyeron unas piscinas de agua de mar que son una delicia. Las olas chocan y te sumergen en la seguridad de una piscina abierta al mar, pero segura con la cavidad volcánica a tus espaldas. Es una curiosa manera de intentar domar a la naturaleza, por tierra y por mar.

Y no sabemos si David Ramos, en su cafetal ecológico, intenta domar a sus cafetos para que después de un especial cuidado a lo largo de seis años le ofrezcan ese fruto maravilloso de color rojo que después será un café espléndido.

Uno ya está más que disperso en La Palma: café rico rico, vino de tea alucinante, gastronomía top y paisajes únicos. 

Ya toca regresar y aún falta visitar las Salinas de Fuencaliente, sitas en el extremo sur. Fuencaliente creció a las faldas del Teneguía. Su lava y las terrazas levantadas por la familia de Don Fernando Hernández dieron forma a las actuales salinas. 

Allí están el faro bicolor, el Jardín de la Sal, restaurante con una bonita arquitectura y viandas más que sabrosas, y unos caminos abiertos a todo el mundo que permiten disfrutar de unas salinas preciosas. El color rosáceo del agua de mar evaporándose, junto al azul del océano y teniendo de contraste el negro del Teneguía, son un paisaje perfecto. Y aquí también está la simbiosis, el diálogo eterno entre el poder de la madre Tierra y el incansable trabajo de los palmeros por domar un poquitín a esa Tierra que a veces ruge y truena.